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Política de máscaras venecianas

El pueblo no quiere tierras; desea convivencia, vivir sin puertas, sin vividores, sin consejeros serviles, sin mercenarios baratos…
Ángel Alonso Pachón
jueves, 5 de agosto de 2021, 08:57 h (CET)

Reunión de falsos alfareros, hace días, llenaron todos los medios. Presidentes de reinados comprados con votos serviles, trajeados con ropa pagada por todo el gremio laboral, plantaron cara para la foto de familia unida antes de la herencia. El pueblo murmuraba porque, la verdad, no podía hacer otra cosa; alguien vendría a callarle. Los disfraces suelen ocultar burdas situaciones, físicas, cívicas o morales. La luz de cada día, sin embargo, reflejará las sombras reales, caricaturizando, sin escrúpulos, "los yo, los tus y los ellos".



La ropa sucia interior, cantará olores de suciedad personal; los modales ausentes de hidalguía dibujaran figuras circenses; la voz terminará de pintar la soberbia lejana de los ególatras.

El pueblo, acostumbrado al ridículo, reirá la espontaneidad de "don Camilo", al tiempo que escupirá las vergüenzas disfrazadas.


Aprovechar los palacios para “cambiarse” y “forzar” a los demás a “mudar sus principios”, es políticamente incorrecto, humanamente cobarde, socialmente traición.


La calle no desea violencia… La violencia sale por las ventanas “disfrazada” de malos gobernantes.

El pueblo quiere vivir en paz… en el lugar que no eligió, pero que ama… El pueblo no quiere tierras… desea convivencia… vivir sin puertas… sin vividores… sin consejeros serviles… sin mercenarios baratos…


El pueblo quiere un Rey para todos, un Presidente de todos y un PAÍS UNIDO, sin ambages palaciegos.


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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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