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El alemán, como el universo, tiende a la expansión

“¡Son las islas, estúpido!”

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El alemán, como el universo, tiende a la expansión. Si encima goza de divisiones holandesas, austriacas o finlandesas en sus filas, poco cabe añadir. Aún no hemos comprendido que el Himno a la Alegría no se escogió como sintonía comunitaria por ser obra de un gran músico, o por su belleza en la composición. Se escogió porque Beethoven era alemán. El himno de Europa, nuestro himno, es alemán, y nuestro Mediterráneo, nos guste o no, siempre ha tenido algo de Lander vacacional. Hoy no se trata ya de la posesión, sino de la propiedad. Un Café de Rick estival que vaya de Mallorca a Santorini.

¿Acaso podía esperarse otra cosa de quien antepone el acorde a la melodía? No tuvieron más remedio que aprender a mostrarse impasibles hasta con el acto segundo de Turandot. No habían sido capaces de componerlo. Y no lo compusieron, entre otras cosas, porque al contrario que Puccini, Wagner nunca consumó su historia de amor secreta con Mathilde. Qué patético sentido de la trascendencia no vivir acorde a la naturaleza. Ellos son más de lupanar. Como Fausto, aún viven atribulados. Por eso vienen para quince días y algo en su interior les impide volver. En el fondo les molesta regresar a las montañas y al calendario; abandonar el sol, la paella y las bermudas. No son capaces de realizarse sin su lado oscuro.

Es una cuestión de instinto. Como el cachorro de leopardo que impide la huida de la trémula cría de gacela abandonada a su suerte, algo se despierta en el alemán cuando arriba a Mare Nostrum. Sólo hace falta tirar de buscador y escribir “crisis griega vender islas” para comprobar que llevan salidos desde 2010, fecha del primer rescate. Ya lo sentenció el Bild en su día: "¡Vendan sus islas griegos quebrados! Y la Acrópolis también". Lo de acabar con la vieja Europa populista tiene sus tiempos. En menos de una década se ha avanzado mucho, pero no hay una prisa sustantiva. Todo discurre como debe. Este año lo que se lleva son las islas. Hay miles de ellas para invertir como oportunidad de negocio y casi un centenar, habitadas. No todo van a ser cuadros.

Nunca fue tarea del club supervisar las construcciones nacionales. La tarea de un gobierno de banqueros es recaudar sus préstamos y maximizar sus beneficios.

Ni siquiera existen ya izquierdas o derechas. Ahora sólo hay deudores y acreedores. Gente y gentuza. Huelga añadir que el término peyorativo alude a los pueblos vagos, mediocres e indolentes. Los no escogidos por la providencia. La mitología siempre se ha articulado desde arriba. Ya lo aclaraba la hebilla: "Dios, con nosotros".

“¡Son las islas, estúpido!”

El alemán, como el universo, tiende a la expansión
Alex Vidal
viernes, 17 de julio de 2015, 06:37 h (CET)
El alemán, como el universo, tiende a la expansión. Si encima goza de divisiones holandesas, austriacas o finlandesas en sus filas, poco cabe añadir. Aún no hemos comprendido que el Himno a la Alegría no se escogió como sintonía comunitaria por ser obra de un gran músico, o por su belleza en la composición. Se escogió porque Beethoven era alemán. El himno de Europa, nuestro himno, es alemán, y nuestro Mediterráneo, nos guste o no, siempre ha tenido algo de Lander vacacional. Hoy no se trata ya de la posesión, sino de la propiedad. Un Café de Rick estival que vaya de Mallorca a Santorini.

¿Acaso podía esperarse otra cosa de quien antepone el acorde a la melodía? No tuvieron más remedio que aprender a mostrarse impasibles hasta con el acto segundo de Turandot. No habían sido capaces de componerlo. Y no lo compusieron, entre otras cosas, porque al contrario que Puccini, Wagner nunca consumó su historia de amor secreta con Mathilde. Qué patético sentido de la trascendencia no vivir acorde a la naturaleza. Ellos son más de lupanar. Como Fausto, aún viven atribulados. Por eso vienen para quince días y algo en su interior les impide volver. En el fondo les molesta regresar a las montañas y al calendario; abandonar el sol, la paella y las bermudas. No son capaces de realizarse sin su lado oscuro.

Es una cuestión de instinto. Como el cachorro de leopardo que impide la huida de la trémula cría de gacela abandonada a su suerte, algo se despierta en el alemán cuando arriba a Mare Nostrum. Sólo hace falta tirar de buscador y escribir “crisis griega vender islas” para comprobar que llevan salidos desde 2010, fecha del primer rescate. Ya lo sentenció el Bild en su día: "¡Vendan sus islas griegos quebrados! Y la Acrópolis también". Lo de acabar con la vieja Europa populista tiene sus tiempos. En menos de una década se ha avanzado mucho, pero no hay una prisa sustantiva. Todo discurre como debe. Este año lo que se lleva son las islas. Hay miles de ellas para invertir como oportunidad de negocio y casi un centenar, habitadas. No todo van a ser cuadros.

Nunca fue tarea del club supervisar las construcciones nacionales. La tarea de un gobierno de banqueros es recaudar sus préstamos y maximizar sus beneficios.

Ni siquiera existen ya izquierdas o derechas. Ahora sólo hay deudores y acreedores. Gente y gentuza. Huelga añadir que el término peyorativo alude a los pueblos vagos, mediocres e indolentes. Los no escogidos por la providencia. La mitología siempre se ha articulado desde arriba. Ya lo aclaraba la hebilla: "Dios, con nosotros".

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