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A muchos de mi generación “la espiritualidad de Estado” les fue esculpiendo

Vivencias de mayores... sin nostalgia

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Siempre he pensado que el ser más cercano a Dios es el agnóstico.


Siempre estuve convencido de que la verdad de uno mismo es la duda.


Esa duda lleva al agnóstico frente a la “fe” del creyente: ¿quién y por qué? o ¿por qué y quién?


Todo en esta vida gira entorno al misterio de la creación; la razón dicta “causalidades” que siempre chocan con el crudo realismo, origen de la inseguridad, de la duda, de lo que conocemos como “búsqueda”.


Lo extraordinario del agnosticismo no es el concepto de “duda” sino la capacidad de “dudar” hasta de sus planteamientos…


La pequeñez, sin embargo, de muchos agnósticos es convertir su “duda” en “pesebre de verdades” individuales, también dudosas.


Toda esta parrafada tiene su origen en “mis conversaciones con el pasado”: coloquios con compañeros de andanzas juveniles en Internados Conventuales, en Colegios Mayores, en Claustros de Profesores y, más tarde, en la lejanía, ya jubilados, en el “mundo solitario de Internet”…


Todos, menos los “superiores de apellido heredado”, opinan lo mismo:


“El agnosticismo nos agarra y la duda nos devuelve la tranquilidad”


“Recibimos creyendo… Entregamos dudando… Nos quedamos buscando…”


A muchos de mi generación “la espiritualidad de Estado” les fue esculpiendo, pero creo que, en un momento del proceso, cada uno de fue quitándose todo aquello que era lo más parecido a una “armadura impenetrable”.


Unos comenzaron a reflexionar, a aceptar la “fe” y a criticar “su manipulación”, otros, al quitarse la armadura, dudaron de toda una “época de religión estatal”, pero admirando, al mismo tiempo, la bondad de muchos de sus guerreros armados…  


Hoy, 2021, pensionistas sindicados, observan el pasado.


Unos, agarrados a la fe del misterio de la creación, suplican que los “babeles” recapaciten y busquen el “arca” de la salvación.


Otros, los que, dudando hasta de sí mismos, escogieron el agnosticismo como camino liberador, hoy, ahora, rebuscan aquellas ideas que daban serenidad liberal, capacidad de razonar y sobre todo capacidad de reconocer los errores, (definición de agnosticismo maduro y democrático).


Cuando todos ellos se juntan, entre rarezas de viejos, disfrutan recordando con cierta nostalgia su “antigua vida cívico religiosa estatalizada”; coinciden en una cosa:


TODOS y TODO tienen sitio en la historia. Odiar el pasado es, simplemente, ignorancia.


El presente siempre será el resultado de muchos pasados llenos de ilusiones, con todas sus equivocaciones.


No olvidemos que los cementerios están llenos de vida… Lugares donde “reposan los guerreros”.


Sonríen, diciéndose adiós, y algún agnóstico olvidadizo se despide con voz potente:


“¡Amigos todos, hasta el año que viene, SI DIOS QUIERE!”

Vivencias de mayores... sin nostalgia

A muchos de mi generación “la espiritualidad de Estado” les fue esculpiendo
Ángel Alonso Pachón
miércoles, 12 de mayo de 2021, 08:42 h (CET)

Siempre he pensado que el ser más cercano a Dios es el agnóstico.


Siempre estuve convencido de que la verdad de uno mismo es la duda.


Esa duda lleva al agnóstico frente a la “fe” del creyente: ¿quién y por qué? o ¿por qué y quién?


Todo en esta vida gira entorno al misterio de la creación; la razón dicta “causalidades” que siempre chocan con el crudo realismo, origen de la inseguridad, de la duda, de lo que conocemos como “búsqueda”.


Lo extraordinario del agnosticismo no es el concepto de “duda” sino la capacidad de “dudar” hasta de sus planteamientos…


La pequeñez, sin embargo, de muchos agnósticos es convertir su “duda” en “pesebre de verdades” individuales, también dudosas.


Toda esta parrafada tiene su origen en “mis conversaciones con el pasado”: coloquios con compañeros de andanzas juveniles en Internados Conventuales, en Colegios Mayores, en Claustros de Profesores y, más tarde, en la lejanía, ya jubilados, en el “mundo solitario de Internet”…


Todos, menos los “superiores de apellido heredado”, opinan lo mismo:


“El agnosticismo nos agarra y la duda nos devuelve la tranquilidad”


“Recibimos creyendo… Entregamos dudando… Nos quedamos buscando…”


A muchos de mi generación “la espiritualidad de Estado” les fue esculpiendo, pero creo que, en un momento del proceso, cada uno de fue quitándose todo aquello que era lo más parecido a una “armadura impenetrable”.


Unos comenzaron a reflexionar, a aceptar la “fe” y a criticar “su manipulación”, otros, al quitarse la armadura, dudaron de toda una “época de religión estatal”, pero admirando, al mismo tiempo, la bondad de muchos de sus guerreros armados…  


Hoy, 2021, pensionistas sindicados, observan el pasado.


Unos, agarrados a la fe del misterio de la creación, suplican que los “babeles” recapaciten y busquen el “arca” de la salvación.


Otros, los que, dudando hasta de sí mismos, escogieron el agnosticismo como camino liberador, hoy, ahora, rebuscan aquellas ideas que daban serenidad liberal, capacidad de razonar y sobre todo capacidad de reconocer los errores, (definición de agnosticismo maduro y democrático).


Cuando todos ellos se juntan, entre rarezas de viejos, disfrutan recordando con cierta nostalgia su “antigua vida cívico religiosa estatalizada”; coinciden en una cosa:


TODOS y TODO tienen sitio en la historia. Odiar el pasado es, simplemente, ignorancia.


El presente siempre será el resultado de muchos pasados llenos de ilusiones, con todas sus equivocaciones.


No olvidemos que los cementerios están llenos de vida… Lugares donde “reposan los guerreros”.


Sonríen, diciéndose adiós, y algún agnóstico olvidadizo se despide con voz potente:


“¡Amigos todos, hasta el año que viene, SI DIOS QUIERE!”

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