Obón está verde. A pesar de que todo tiene su propio color, el pueblo es verde agua. Llueve verde claro, cuando chispea en las Cuencas Mineras. Verde turquesa cuando comenzamos a caminar hacia Peñas Royas.
Verde intenso cuando pasamos una, otra y otra pasarela. Verde esmeralda al caer las gotas del cielo, tiñendo las aguas del Martín. Verde oliva el color del barro marrón de su orilla. Verde las kilométricas paredes de roca roja. Verde brillante el cañón esculpido por el fornido escultor, que golpea una y otra vez con su mazo cargado de tiempo, de agua y de viento. La fuente del Batán, el abrigo del Cerrao, el Hocino de Chornas, los chopos cabeceros, los sauces llorones, el barranco de Val y tantas cosas son todos de un verde oscuro. Hasta el aire es de verde lima, aunque a nadie pone verde, sino todo lo contrario. Hasta el canto de los pájaros que allí habitan es verde. Caminamos por entre sus apretados estrechos y al mirar para atrás, comprobamos que nuestras huellas encharcadas son también verdes al reflejarse la cara de los árboles en ellas. Y al llegar al mirador de Peñas Royas, miramos el paisaje, suspiramos y, sin decir nada, sentimos en nuestra piel que hay esperanza...