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Espejo

“Necesitamos un espejo, alguien que nos recuerde quiénes somos”
Raúl Galache
martes, 30 de marzo de 2021, 15:24 h (CET)

I´ll be your mirrror es una breve, sencilla y preciosa canción de The Velvet Underground. En ella, Nico, con una voz lívida, se ofrece a ser el espejo de la persona a quien ama. Le dice cosas tan bonitas como “cuando pienses que por dentro eres retorcido o desagradable, déjame hacerte ver que estás ciego, porque yo te veo. Seré tu espejo”.

Necesitamos un espejo, alguien que nos recuerde quiénes somos cuando la lluvia de la rutina o las tempestades del azar nos hacen olvidarlo. Cuando caemos en esos agujeros -a veces abisales- de esta cosa menuda que es la vida, nuestro espejo nos rescata del sumidero del desasosiego.

La imagen del espejo puede ser idílica, pero eso no la vuelve falsa. En realidad, no somos más que una mezcla de acciones, palabras y pensamientos. Todo fluye en nuestro yo y nada permanece. Como dice Shakespeare, “estamos hechos de la materia de los sueños”. Hay un principio de incertidumbre aplicable a conocer a otra persona: el mero hecho de intentarlo ya supone tener una visión inexacta, subjetiva: la nuestra. Pero lo cierto es que no hay otra posible. Por eso la certeza del espejo es irrebatible. Su imagen es palpable como el sol en la cara.

Todo el mundo debería tener su espejo, alguien que le recuerda la maravilla de ser que lo habita. Pero a veces el cristal se agrieta, se resquebraja y acaba por despedazarse. Otras veces el espejo ya no vale. La imagen está ahí, al otro lado, pero la hemos cubierto con pintura negra. Entonces el espejo sufre porque es inútil, una puerta tapiada, un aullido enjaulado, un vivo enterrado, esperando la mano de quien puede desenterrarlo.

En la canción, Nico acaba repitiendo una y otra vez “seré tu espejo, seré tu espejo”, hasta que su voz se diluye en el silencio. Queda en el aire un vacío pequeño, leve y hermoso. Y uno quisiera vivir en él. 

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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