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La dignidad exige aires de conquista

Si dignos, activos

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En el equilibrio inestable de la vida, la incertidumbre es acuciante. Oscilan hasta los puntos de apoyo. Como consecuencia lógica, estamos sometidos a los vaivenes de los impulsos vitales; en la compleja estructura de los seres humanos provocan una serie interminable de respuestas. Las evoluciones adquieren formatos inesperados, detectables según les dirijamos la mirada. La APERTURA de miras es necesaria. Ni el simplismo reduccionista anclado en un solo sector, ni los supuestos dominadores de la complejidad, encuentran la justificación para un acomodo tranquilizador. El dinamismo real no admite detenciones; la sensatez circula en paralelo a la disposición de no dejar a nadie de lado.

Alguna de estas ondulaciones existenciales emergen en la cresta del oleaje social en un momento determinado. Desde la proximidad, cada uno las observará a su modo, poético o prosaico, sufridor o detentador:
Acecha el frescor

De vientos invernales.

Son ventoleras.

Arrastramos el carácter menesteroso a través de los tiempos; cuando nos vemos boyantes, pronto nos acogotan las inquietudes, a sabiendas del invariable final. También en la actualidad acechan los augurios destemplados, a los que oponemos conductas arbitrarias, dejando a la razón y la responsabilidad en aparcamientos desvencijados. Contribuimos a la desorientación sin mirar con fundamento hacia los horizontes; padecemos una encerrona consentida.

Alardes fieros

Fustigan la mentira.

La verdad huye.

El alarde suele potenciar el egoísmo al centrarse en la mostración hacia fuera, silenciando el verdadero curso de sus interioridades. Tienden a dejar acalladas las mentiras propias, quedando bajo sospecha las ínfulas para combatir las ajenas; sobre todo si vienen proclamadas desde las poltronas de los empoderados. La franqueza dialéctica exigida por las verdades, además de tarea inacabada, escapa de las veleidades sectarias.

Acumulamos

Fulgores y certezas.

Tercas preguntas.

Estamos ante una paradoja existencial notable; el anhelo de estar en lo cierto, nos aboca irremediablemente al atisbo de los grandes enigmas. Sin embargo, la presunción de poseer las certezas es un indicador estridente de estar instalados en la enajenación. En el horizonte apunta el requerimiento, la necesidad, de descubrir aunque sea con un candil, la rara especie del experto con la capacidad de poder ayudarnos en la navegación digna a través de los interrogantes.

El ser o no ser

Motiva las acciones.

El qué, ni se piensa.

Visto el panorama actual, se entiende mejor aquella disyuntiva lanzada por el bardo inglés; para su resolución precisaba de otros ingredientes, el qué y el para qué. El tiempo demuestra el carácter molesto de dichas objeciones, continúan siendo desdeñadas por los grandes actuantes del presente.

Privan los objetivos para el mejor lucimiento momentáneo; falsifican si necesario fuere, cualquiera de las objeciones al procedimiento empleado, o bien olvidarlas sin más.
Tensos discursos

De gente hiperactiva.

El miedo fluye.

Las múltiples actuaciones nos envuelven con sucesivas capas un tanto contradictorias. Aportan una cierta sensación de estar protegidos en medio de la vorágine en la cual estamos inmersos. A su vez, no logran ocultar el núcleo central de dichas actividades, preñado de una vacuidad argumental preocupante. Tampoco mitigan la angustia resultante, detectando las carencias manifiestas; ni consiguen eliminar el temor ante los saltos en zonas tan próximas a los abismos.
Es el tomillo

Quien aroma el camino.

Pisadas torpes.

Al pararnos a observar la convivencia, caben dos percepciones contrapuestas y un toque de alerta. Entre los caminantes, nos cruzamos sin duda con personas implicadas de lleno en mejorar la calidad de los aires durante esa coincidencia; o por el contrario, con quienes se caracterizan por el fragor y la potencia de sus pisadas, sin parar mientes en sus consecuencias. Aunque no le prestemos la debida atención, tratamos de una diferencia crucial con enormes repercusiones para la convivencia.

En el cenagal

Brilla el arroz dorado.

Aliento vital.

Nos conviene resaltar el papel de las labores cuando se trata de perseguir aquellos logros con aportaciones limpias de trapicheos atolondrados. La preparación de la tierra, las semillas, la siembra, los cuidados, la siega, la recolección y trato posterior del producto; le confiere un tono especial al mencionado brillo que abarca a toda la comarca y a sus laborantes. Constituye una alegoría fehaciente de las maneras adecuadas de proceder, siempre participativas.

Alguien empuja

La puerta, se abre.

Dignidad joven.

No nos vendría nada mal. La inquietud acompañará a la inevitable incertidumbre; sobre todo si no se permite el regreso ni el estacionamiento. Las decisiones son personales, nunca coinciden dos sujetos idénticos para afrontar las situaciones; también estas con sus rasgos distintivos. Incluso la pasividad es una toma de postura. Las alternativas ajenas no nos sustituyen. De ahí la importante reivindicación de las condiciones propias, en esa salida fascinante hacia las mejores estrellas.

En la doble vertiente, colaboradora con el conjunto comunitario y gratificante en lo tocante a lo personal; de alguna forma se plasma el sello de cada participante. La inmensa variedad de posibilidades permanece abierta, siempre a tenor de los condicionantes previos; no existe la libertad completa en estos lances. La DIGNIDAD de cada protagonista requiere del dinamismo derivado de la activación de sus potenciales; con el añadido de su correspondiente cuota de responsabilidad tan frecuentemente olvidada.

Si dignos, activos

La dignidad exige aires de conquista
Rafael Pérez Ortolá
jueves, 18 de febrero de 2021, 11:44 h (CET)

En el equilibrio inestable de la vida, la incertidumbre es acuciante. Oscilan hasta los puntos de apoyo. Como consecuencia lógica, estamos sometidos a los vaivenes de los impulsos vitales; en la compleja estructura de los seres humanos provocan una serie interminable de respuestas. Las evoluciones adquieren formatos inesperados, detectables según les dirijamos la mirada. La APERTURA de miras es necesaria. Ni el simplismo reduccionista anclado en un solo sector, ni los supuestos dominadores de la complejidad, encuentran la justificación para un acomodo tranquilizador. El dinamismo real no admite detenciones; la sensatez circula en paralelo a la disposición de no dejar a nadie de lado.

Alguna de estas ondulaciones existenciales emergen en la cresta del oleaje social en un momento determinado. Desde la proximidad, cada uno las observará a su modo, poético o prosaico, sufridor o detentador:
Acecha el frescor

De vientos invernales.

Son ventoleras.

Arrastramos el carácter menesteroso a través de los tiempos; cuando nos vemos boyantes, pronto nos acogotan las inquietudes, a sabiendas del invariable final. También en la actualidad acechan los augurios destemplados, a los que oponemos conductas arbitrarias, dejando a la razón y la responsabilidad en aparcamientos desvencijados. Contribuimos a la desorientación sin mirar con fundamento hacia los horizontes; padecemos una encerrona consentida.

Alardes fieros

Fustigan la mentira.

La verdad huye.

El alarde suele potenciar el egoísmo al centrarse en la mostración hacia fuera, silenciando el verdadero curso de sus interioridades. Tienden a dejar acalladas las mentiras propias, quedando bajo sospecha las ínfulas para combatir las ajenas; sobre todo si vienen proclamadas desde las poltronas de los empoderados. La franqueza dialéctica exigida por las verdades, además de tarea inacabada, escapa de las veleidades sectarias.

Acumulamos

Fulgores y certezas.

Tercas preguntas.

Estamos ante una paradoja existencial notable; el anhelo de estar en lo cierto, nos aboca irremediablemente al atisbo de los grandes enigmas. Sin embargo, la presunción de poseer las certezas es un indicador estridente de estar instalados en la enajenación. En el horizonte apunta el requerimiento, la necesidad, de descubrir aunque sea con un candil, la rara especie del experto con la capacidad de poder ayudarnos en la navegación digna a través de los interrogantes.

El ser o no ser

Motiva las acciones.

El qué, ni se piensa.

Visto el panorama actual, se entiende mejor aquella disyuntiva lanzada por el bardo inglés; para su resolución precisaba de otros ingredientes, el qué y el para qué. El tiempo demuestra el carácter molesto de dichas objeciones, continúan siendo desdeñadas por los grandes actuantes del presente.

Privan los objetivos para el mejor lucimiento momentáneo; falsifican si necesario fuere, cualquiera de las objeciones al procedimiento empleado, o bien olvidarlas sin más.
Tensos discursos

De gente hiperactiva.

El miedo fluye.

Las múltiples actuaciones nos envuelven con sucesivas capas un tanto contradictorias. Aportan una cierta sensación de estar protegidos en medio de la vorágine en la cual estamos inmersos. A su vez, no logran ocultar el núcleo central de dichas actividades, preñado de una vacuidad argumental preocupante. Tampoco mitigan la angustia resultante, detectando las carencias manifiestas; ni consiguen eliminar el temor ante los saltos en zonas tan próximas a los abismos.
Es el tomillo

Quien aroma el camino.

Pisadas torpes.

Al pararnos a observar la convivencia, caben dos percepciones contrapuestas y un toque de alerta. Entre los caminantes, nos cruzamos sin duda con personas implicadas de lleno en mejorar la calidad de los aires durante esa coincidencia; o por el contrario, con quienes se caracterizan por el fragor y la potencia de sus pisadas, sin parar mientes en sus consecuencias. Aunque no le prestemos la debida atención, tratamos de una diferencia crucial con enormes repercusiones para la convivencia.

En el cenagal

Brilla el arroz dorado.

Aliento vital.

Nos conviene resaltar el papel de las labores cuando se trata de perseguir aquellos logros con aportaciones limpias de trapicheos atolondrados. La preparación de la tierra, las semillas, la siembra, los cuidados, la siega, la recolección y trato posterior del producto; le confiere un tono especial al mencionado brillo que abarca a toda la comarca y a sus laborantes. Constituye una alegoría fehaciente de las maneras adecuadas de proceder, siempre participativas.

Alguien empuja

La puerta, se abre.

Dignidad joven.

No nos vendría nada mal. La inquietud acompañará a la inevitable incertidumbre; sobre todo si no se permite el regreso ni el estacionamiento. Las decisiones son personales, nunca coinciden dos sujetos idénticos para afrontar las situaciones; también estas con sus rasgos distintivos. Incluso la pasividad es una toma de postura. Las alternativas ajenas no nos sustituyen. De ahí la importante reivindicación de las condiciones propias, en esa salida fascinante hacia las mejores estrellas.

En la doble vertiente, colaboradora con el conjunto comunitario y gratificante en lo tocante a lo personal; de alguna forma se plasma el sello de cada participante. La inmensa variedad de posibilidades permanece abierta, siempre a tenor de los condicionantes previos; no existe la libertad completa en estos lances. La DIGNIDAD de cada protagonista requiere del dinamismo derivado de la activación de sus potenciales; con el añadido de su correspondiente cuota de responsabilidad tan frecuentemente olvidada.

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