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El caso del niño asesino de la ballesta

Mario López
martes, 21 de abril de 2015, 08:10 h (CET)
El niño de la ballesta. Hace unas décadas, en Madrid, uno pensaría que se trataba de un chapero; en la calle de la Ballesta de la capital, por aquellos años, el comercio sexual estaba tan al uso como la peseta; quizá, en la calle Carretas era dónde el chapero (menor de edad) tenía su principal meeting point, pero en la Ballesta también. Sin embargo, hoy estamos hablando de un niño asesino, usurario del arma de la que escribió Sun Tzu en su famoso libro "El arte de la guerra", allá por los años cuatrocientos antes de Cristo.

Una de las consecuencias del asesinato del profesor del instituto barcelonés Joan Fuster, ha sido la apertura de la discusión sobre la necesidad de rebajar (o no) la edad de responsabilidad penal de los niños. Hoy, en España, está fijada en los 14 años. La cuestión se centra en dilucidar cuál es la edad en la que una persona distingue entre el bien y el mal, y cuándo es capaz de comprender el alcance y las consecuencias de sus actos.

Aunque nos pudiera parecer extraño, el caso es que la historia está trufada de niños asesinos. El escritor André Gide escribió el libro titulado "El caso del inocente niño asesino", en el que se cuenta cómo un adolescente asesina, sin motivo justificado, a todos los miembros de la familia que le había acogido.

Esta es la explicación que se hace André Gide del asesinato del protagonista de su libro (protagonista de un hecho real): "Si usted escoge a un niño, de unos quince años, bien domesticado, bien nutrido y mejor recomendado, y se lo lleva a su casa, para que le sirva de criado, pueden ocurrirle varias cosas : que a la larga no le guste el criadito, al crecer, se case con una de sus preciosas hijas y se funda, así, una nueva rama de su ya bien cimentada y respetada familia ; que dicho criado aumente el clan familiar sin las correspondientes legalizaciones previas. O que ese niño, ese tierno adolescente, un día, porque sí, asesine a toda la familia, entera, por competo, e incluso, ¡qué horror!, a la compañera criada. El resultado son siete personas muertas. Y un niño, dócil, calmo, reconocido como perfecto de cuerpo y de espíritu, llevado ante un tribunal que ha de juzgarle por unos crímenes que, indudablemente, ha cometido pero que no tienen ninguna justificación. Porque, como se dice, mató a su padre sin causa justificada, y esa falta de justificación es lo que a todo el mundo molesta más."

A mi modo de ver, lo que nos debería llamar la atención a los ciudadanos europeos, occidentales o, dicho de otra manera, bien comidos, es la confusión que ha creado el asesinato del niño de la ballesta entre nosotros, cuando deberíamos de estar acostumbrados al asesino infantil. Porque no hay ni uno ni dos, hay miles. Por quítame tú estos diamantes, en África se han formado infinidad de ejércitos infantiles que matan como el que come pipas. Lo mismo se puede decir de los niños sicarios de Medellín o los de las favelas de Río de Janeiro.

A todo ello habría que añadir la laxitud que tenemos con el asesinato en el mercado de los juegos infantiles. Los videojuegos más consumidos por los menores de edad de todo el mundo son la más adictiva persuasión al asesinato. Y la infinita mayoría de estos juegos están promovidos y financiados por el Pentágono de los Estados Unidos.

Tengo la impresión de que no son los niños los que no distinguen entre el bien y el mal, sino los adultos; sobre todo los adultos que calientan sus posaderas en los sillones de ciertos gobiernos y ciertos consejos de adrministración, mientras enfrían su mente en el congelador de los fondos de inversión.

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