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Opinión
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Óscar A. Matías

¡Felicidades, Democracia!

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Treinta años no son nada. Algo insignificante si contemplamos en su conjunto toda la historia de una nación. Sin embargo, todos estos años, han significado mucho para nuestro país. Nada tiene que ver la realidad que ahora vivimos con la que había en los inicios de la democracia. La entelequia social ha cambiado porque ya no somos quienes éramos. El panorama político tampoco es el mismo. La política actual se aleja mucho de la que subsistía treinta años atrás. Por algo será que, en una entrevista reciente, Leopoldo Calvo-Sotelo afirmaba que el espíritu de la Transición está desdeñado y maltratado por los que se consideran jefes de la opinión.

Las elecciones del 15 de junio de 1977 llegaron 19 meses después de la muerte de Franco. Adolfo Suárez, habiendo sido elegido presidente del Gobierno por el Rey en 1976, tuvo un papel clave en la difícil tarea de dirigir la Transición. Jordi Pujol, en unas declaraciones referentes a este proceso, se lamentaba que no se haya hecho justicia con la figura de Suárez, y que no se le ha reconocido el mérito extraordinario que tuvo durante la Transición.

Probablemente a alguien debía remorderle la conciencia, por lo que había que resarcir el olvido hacia quien se merecía todo reconocimiento. Ahora el Rey Don Juan Carlos otorga a Adolfo Suárez el Collar de la Orden del Toisón de Oro, que es la condecoración de mayor prestigio del mundo. Una distinción que la tiene bien merecida, de eso no cabe la menor duda, pero que llega con un retraso evidente. El pobre Suárez, atacado por la demencia senil, ni siquiera es consciente de esta gentileza concedida. No sabe quién fue ni quién es, como tampoco de la muerte de su esposa Amparo y la de su hija Mariam, ni siquiera cómo se fuma después de haber sido un empedernido fumador. Por otra parte, tampoco está al tanto ya de todos aquellos que le abandonaron y le han tenido tan olvidado, empezando por el propio rey… difícilmente el toisón compensará el daño que todos ellos le hicieron. De modo oficial, esta distinción podrá servir para enmendar la indiferencia que ha recibido hasta ahora, pero qué duda cabe que Adolfo Suárez ya ostenta un reconocimiento público –de carácter vitalicio- en la memoria histórica de todos los españoles, a pesar que ahora nos lo quieran recordar.

Separando las ideas políticas que cada cual pueda tener, es de justicia evocar la gran labor que ejercieron todos aquellos que en su momento lucharon por lograr el espíritu de la Transición. Un proceso nada fácil, pero muy bien medido y con un ritmo rápido. Tenían la ilusión de recuperar la democracia perdida años atrás. No sería justo desdeñar a ninguno de los que participaron en este recorrido. Todos ellos, desde su posición, aportaron su granito de arena en reconstruir el proceso político español. Los Pactos de la Moncloa abrieron camino al progreso que requería la sociedad española. Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, Enrique Tierno Galván, Josep M. Triginer, Joan Reventós, Juan Ajuriaguerra, Miquel Roca, (Manuel Fraga no firmó el acuerdo político, aunque sí el económico)… ahí estaban todos ellos, luchando por reconstruir una política de libertad y participación popular.

Si aquellos políticos con ideas tan distintas, programas diferentes, y visiones heterogéneas fueron capaces de ponerse de acuerdo, es porque existía un respeto mutuo, tolerancia, capacidad de reconciliación y concordia, donde lo que prevalecía era el interés general. Querían avanzar, y eran conscientes que el desacuerdo no era el mejor compañero del viaje que les deparaba. Eran políticos henchidos de ilusión, esperanza, expectativas de futuro, confianza en sí mismos y la seguridad necesaria para llevar a cabo el proceso democrático español.

Puesto que durante estos días hemos estado conmemorando lo que fueron aquellos años, es una buena ocasión para aprender de aquellos que fueron protagonistas. No bastan las felicitaciones, los homenajes y las palabras cariñosas. Debemos llegar más a fondo. Hacer un examen profundo de lo que ahora tenemos, y del modo que se ejerce la política.

Ellos tenían ilusión, voluntad emprendedora y la rectitud de intención en trabajar conjuntamente para construir el país ¿La misma que tenemos ahora? Estoy seguro que no, la política actual parece más una oportunidad para satisfacer las propias necesidades particulares por encima de las del bien común. La memoria histórica no puede quedarse en los anales, conviene sacarle el polvo y aprender también de ella.

¡Felicidades, Democracia!

Óscar A. Matías
Óscar A. Matías
martes, 19 de junio de 2007, 22:27 h (CET)
Treinta años no son nada. Algo insignificante si contemplamos en su conjunto toda la historia de una nación. Sin embargo, todos estos años, han significado mucho para nuestro país. Nada tiene que ver la realidad que ahora vivimos con la que había en los inicios de la democracia. La entelequia social ha cambiado porque ya no somos quienes éramos. El panorama político tampoco es el mismo. La política actual se aleja mucho de la que subsistía treinta años atrás. Por algo será que, en una entrevista reciente, Leopoldo Calvo-Sotelo afirmaba que el espíritu de la Transición está desdeñado y maltratado por los que se consideran jefes de la opinión.

Las elecciones del 15 de junio de 1977 llegaron 19 meses después de la muerte de Franco. Adolfo Suárez, habiendo sido elegido presidente del Gobierno por el Rey en 1976, tuvo un papel clave en la difícil tarea de dirigir la Transición. Jordi Pujol, en unas declaraciones referentes a este proceso, se lamentaba que no se haya hecho justicia con la figura de Suárez, y que no se le ha reconocido el mérito extraordinario que tuvo durante la Transición.

Probablemente a alguien debía remorderle la conciencia, por lo que había que resarcir el olvido hacia quien se merecía todo reconocimiento. Ahora el Rey Don Juan Carlos otorga a Adolfo Suárez el Collar de la Orden del Toisón de Oro, que es la condecoración de mayor prestigio del mundo. Una distinción que la tiene bien merecida, de eso no cabe la menor duda, pero que llega con un retraso evidente. El pobre Suárez, atacado por la demencia senil, ni siquiera es consciente de esta gentileza concedida. No sabe quién fue ni quién es, como tampoco de la muerte de su esposa Amparo y la de su hija Mariam, ni siquiera cómo se fuma después de haber sido un empedernido fumador. Por otra parte, tampoco está al tanto ya de todos aquellos que le abandonaron y le han tenido tan olvidado, empezando por el propio rey… difícilmente el toisón compensará el daño que todos ellos le hicieron. De modo oficial, esta distinción podrá servir para enmendar la indiferencia que ha recibido hasta ahora, pero qué duda cabe que Adolfo Suárez ya ostenta un reconocimiento público –de carácter vitalicio- en la memoria histórica de todos los españoles, a pesar que ahora nos lo quieran recordar.

Separando las ideas políticas que cada cual pueda tener, es de justicia evocar la gran labor que ejercieron todos aquellos que en su momento lucharon por lograr el espíritu de la Transición. Un proceso nada fácil, pero muy bien medido y con un ritmo rápido. Tenían la ilusión de recuperar la democracia perdida años atrás. No sería justo desdeñar a ninguno de los que participaron en este recorrido. Todos ellos, desde su posición, aportaron su granito de arena en reconstruir el proceso político español. Los Pactos de la Moncloa abrieron camino al progreso que requería la sociedad española. Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, Enrique Tierno Galván, Josep M. Triginer, Joan Reventós, Juan Ajuriaguerra, Miquel Roca, (Manuel Fraga no firmó el acuerdo político, aunque sí el económico)… ahí estaban todos ellos, luchando por reconstruir una política de libertad y participación popular.

Si aquellos políticos con ideas tan distintas, programas diferentes, y visiones heterogéneas fueron capaces de ponerse de acuerdo, es porque existía un respeto mutuo, tolerancia, capacidad de reconciliación y concordia, donde lo que prevalecía era el interés general. Querían avanzar, y eran conscientes que el desacuerdo no era el mejor compañero del viaje que les deparaba. Eran políticos henchidos de ilusión, esperanza, expectativas de futuro, confianza en sí mismos y la seguridad necesaria para llevar a cabo el proceso democrático español.

Puesto que durante estos días hemos estado conmemorando lo que fueron aquellos años, es una buena ocasión para aprender de aquellos que fueron protagonistas. No bastan las felicitaciones, los homenajes y las palabras cariñosas. Debemos llegar más a fondo. Hacer un examen profundo de lo que ahora tenemos, y del modo que se ejerce la política.

Ellos tenían ilusión, voluntad emprendedora y la rectitud de intención en trabajar conjuntamente para construir el país ¿La misma que tenemos ahora? Estoy seguro que no, la política actual parece más una oportunidad para satisfacer las propias necesidades particulares por encima de las del bien común. La memoria histórica no puede quedarse en los anales, conviene sacarle el polvo y aprender también de ella.

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