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La guerra de castas en Yucatán y sus repercusiones en la sociedad mexicana actual

Talía Dánae Romero Sánchez
Redacción
miércoles, 4 de abril de 2007, 19:50 h (CET)
Nuestro país se ha visto involucrado en diversas situaciones que han impedido el progreso y la unión de su sociedad incluso desde tiempos precoloniales, en que los pueblos vivían separados por diferencias teológicas, geográficas y políticas; en ese tiempo había una fuerte relación entre dominadores y dominados, provocando constantes luchas que desunían más a las poblaciones. Esta situación no terminó con la colonización, sino que vino a agravarla. A pesar de que los diferentes sectores de la población colonial debían considerarse unidos por un mismo gobierno, leyes y forma de vida, había, y aún hay, gran discriminación por la pureza de sangre, que marcaba el valor de las personas como tales. Cada lucha por conseguir la igualdad era seguida, casi inmediatamente, por otra para solucionar los problemas que había causado la primera.

Es de primordial importancia que profundicemos en el origen de los conflictos que hoy en día nos persiguen, tratando de comprender la ideología y la herencia histórica de nuestro pueblo mexicano. Un evento muy representativo de esta continua lucha, aparentemente irresoluble, es la Guerra de Castas que se dio en Yucatán entre los años 1847 a 1901, en la que se enfoca el presente trabajo.

Desde el tiempo de la colonización los indígenas se vieron gravemente afectados por la dominación y expansión territorial de los conquistadores, el abuso de los gobernantes para obtener más ganancias y los fuertes enfrentamientos por el poder en los que ponían a los indígenas de por medio, utilizándolos para sus propios beneficios.

Los campesinos eran gravemente explotados por los exagerados impuestos y los indígenas eran víctimas del saqueo de sus tierras; esto fue lo constituyó algunas de las principales razones por las que se comenzó dicha lucha.
Con la constitución de Cádiz la iglesia fue forzada a prohibir el impuesto que había estado cobrando con anterioridad, pero éste fue sustituido por otro que obligaba a la mayoría de la población a pagar una contribución, con excepción de los soldados, franciscanos y esclavos.

Las tierras que pertenecían a los mayas ubicados en Yucatán se les fueron confiscando, obligándolos a desplazarse, sumergiéndolos en la marginación y la explotación, lo cual se hace más evidente con la “enajenación de terrenos de cofradías” en el año de 1821 y la “ley de enajenación de terrenos baldíos” en 1841.

Durante esta lucha destacaron principalmente tres líderes mayas: Manuel Antonio Ay, cuyo pensamiento consistía en la utilización mínima de la violencia y el desplazamiento de todos aquellos que abusaban de los indígenas hacia la península; Cecilio Chi, en cambio, pensaba que la única solución era el exterminio de todos aquellos que no fueran mayas, para que se diera una depuración de raza y así conseguir que los indígenas fueran los únicos dueños de los territorios del país; por último Jacinto Pat, cuyo ideal era que los indígenas estuvieran en el poder y que dominaran a las demás razas sin tener que exterminarlas.

La lucha se inicia el 26 de julio de 1847, cuando se organiza la primer rebelión, misma que fue descubierta. En dicha rebelión muere Ay, provocando mayor descontento y tensión en la población. El 30 de julio del mismo año se logra la primer conspiración.

Después de fuertes luchas, los campesinos aceptaron vivir dentro del sistema feudal, sometiéndose la mayoría a los dos roles que se podían ejercer: peones y jornaleros.

Debemos nuestras apreciadas libertades y nuestra conformación política, territorial y social a todas las guerras que nos han antecedido, pero en comparación a las grandes pérdidas y retraso en casi todos los aspectos de nuestra cultura, podríamos poner en tela de duda los beneficios que hemos obtenido. Al ver todos estos hechos históricos, varias preguntas vienen a la mente: para lograr la verdadera paz ¿se necesita la violencia?, ¿de nuestra sangrienta historia se deriva el duro estancamiento que vivimos en el país?, ¿estamos condenados a repetir la historia de nuestros antepasados?, ¿cuál es el futuro de una sociedad bélica?

Estamos en un nuevo milenio y a pesar de que no lo hemos comenzado con el pié derecho debido a los conflictos sociales y políticos en el sur del país, el descontento provocado por las elecciones inmediatas pasadas y el constante roce con Estados Unidos, tenemos la posibilidad de darnos una nueva oportunidad como pueblo, descubriendo que poseemos una inmensa gama de recursos para no repetir la historia, empezando con el recurso de la experiencia, del dolor que ocasionan las guerras fratricidas y el estancamiento político, social y económico, entre otros, que conlleva la falta de unidad, de identidad y de solidaridad como pueblo. Contamos, además, en la actualidad con el acceso a mayores oportunidades de información y de desarrollo, así como nuevos medios para hacernos escuchar de una manera pacífica. Utilicemos todos estos recursos para buscar la equidad y la tolerancia tratando de resolver nuestros conflictos a través del diálogo y las propuestas de alternativas en que se propicie la unidad y la identidad nacional.

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Talía Dánae Romero Sánchez es Estudiante de Licenciatura en Relaciones Internacionales en el TEC de Monterrey (México).

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