¿Cuántas veces el miedo nos frena, nos impide realizar y llevar a cabo
nuestros sueños? Parece que ese miedo nos paraliza, se alimenta de
nuestra vulnerabilidad, de esa sensación de perdida de control de sobre
nuestra vida, lo que sin duda alguna nos hace sentir indefensos, tenemos
la sensación de que somos más fragiles y débiles.
Recuerdo que cuando era pequeño le decía a mi madre que no apagara la luz
o que no cerrara la puerta de mi cuarto ya que el miedo me impedía dormir ya
que me hacía sentir sensaciones físicas que alimentaban mis pensamientos, y
viceversa, mis pensamientos miraban las sombras en penumbra de mis
juguetes o peluches y eso me asustaba. Entonces llegaba mi madre o mi padre
y me decían que no tuviese miedo, encendían la luz y me enseñaban aquellas
cosas que me daban miedo e intentaban dar sentido a todo a través de la
información, de aclarar aquella sombra que me generaba miedo. Eso hacemos
en nuestra vida, para luchar contra nuestros miedos tenemos que encender la
luz, prestar atención y obtener información que me permitan disminuir mi miedo
y sobre todo no me haga sentir vulnerable.
Parece una paradoja pensar que esta emoción que debe de garantizar nuestra
supervivencia ya que su misión principal es solventar aquellas situaciones
donde nuestra vida corre peligro, se haya convertido en un enemigo para el
hombre de este siglo. Nuestro cerebro está diseñado para salvaguardar
nuestra existencia, para dotarnos de aquellas respuestas que nos permitan
garantizar que sobrevivamos, pero la evolución y la cultura han producido un
desfase en cómo ese cerebro responde ante situaciones actuales, cómo sentir
el ahogo de miedo por la incertidumbre laboral, ante una ruptura de pareja, o
por no poder pagar el alquiler o nuestra hipoteca. Incluso podríamos decir que
no estamos preparados para nuestro desarrollo personal, para afrontar
cambios que generan inquietud en nuestras vidas.
El miedo racional se encarga de cuidarnos ante peligros reales; sin embargo, el
miedo patológico es el que nos paraliza, provocando en nosotros una
inundación emocional que nos bloquea. Tristemente ese miedo ha encontrado
en muchos de nosotros el caldo de cultivo en que crecer, la crisis. Poniendo
freno a poder afrontar esta situación de incertidumbre por la que atravesamos,
puesto que nos genera inseguridad, así en nuestra mente se activan
pensamientos erróneos de protección que nos hacen actuar de manera
inadecuada, lo que provoca en muchos casos que hagamos una mala
interpretación del riesgo real que estamos corriendo, perdiendo la confianza en
nuestro futuro. Por esa razón, nos mantenemos haciendo lo que siempre nos
ha dado resultado, sin arriesgarnos, así, por ejemplo, ante el desempleo
nuestra respuesta es mandar currículos sin parar, sin cuestionarnos que quizás
debo de ser creativo y cambiar la forma en que estoy actuando. Quizás sin
entender que, ante situaciones nuevas, son necesarias nuevas respuestas, y
ahí es donde nuestro miedo nos vuelve a frenar, ya que ello implica un cambio
de actitud, una predisposición a generar nuevos proyectos de vida. La clave no
está en no tener miedo, sino en que no nos paralice; tenemos que hacernos
amigos de él. Aprender a reconocer que ese miedo es el primer paso dentro de
este camino que es nuestro desarrollo personal, siendo capaces de pensar que
el mundo, ni nuestra vida, se van a acabar por un problema. Lo ideal es
intentar tranquilizarnos y mantener la calma, entendiendo que ese miedo se
genera ante una situación nueva, que desconoces, o en la que no obtuviste los
resultados que tú esperabas. Sin embargo, solo cuando superas el miedo
comienzas a vivir realmente, confrontando y cambiando. En definitiva,
construyéndote.