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¿Estoy tecnoestresado?: 8 señales de alarma

Son pequeños gestos, rutinarios, que se han adueñado de nuestro día a día y que, sin embargo, pueden alertarnos de que estamos “tecnoestresados”: un nivel de abuso o exposición excesiva a los dispositivos electrónicos y a las TIC en general
Redacción
lunes, 23 de noviembre de 2020, 17:04 h (CET)


Pexels tim gouw 52608

Según el último informe de la Sociedad Digital en España, el 38% de la población pasa ya la misma cantidad de tiempo conectada al móvil que interactuando directamente con personas. Y es que, recientemente, en 2018 el Ministerio de Sanidad español incluyó la adicción a la tecnología en el Plan Nacional de Adicciones. La necesidad de estar permanentemente conectados es algo que se ha agravado con la crisis provocada por el Covid-19. Teletrabajo, videoconferencias, clases online… el móvil, los dispositivos electrónicos, rigen nuestro día a día. El problema viene, tal y como señala Gabriela Paoli, psicóloga y autora del libro “Salud digital: claves para un uso saludable de la tecnología”, cuando esa hiperconexión trae consigo trastornos y problemas de conducta, que generan ansiedad, estrés y nerviosismo. ¿Cómo puedo saber que estoy enganchado al móvil?


¿Cuáles son las señales de alerta? Paoli las detalla.


El móvil, siempre cerca

No se está tranquilo si el móvil no es una “extensión” más del cuerpo. Incluso durmiendo, lo tenemos que tener cerca. Si no lo tenemos al alcance de la mano, produce una sensación de desasosiego y sentimos la necesidad de correr a buscarlo.


Consultar el móvil de forma compulsiva

Otra de las señales de alerta es que se consulte de forma continuada el móvil, para ver si se tiene algún mensaje, o alguna actualización en redes sociales. Esto se hace, incluso, sin recibir ninguna notificación.


Sufrir FOMO (miedo a perderse algo)

Se trata de la sentir la urgencia de tener que mirar el móvil por el miedo a perderse algo. Perderse alguna noticia, algún comentario en redes, foto subida o conversación.


Quejas del entorno familiar y de amigos

Del mismo modo, tal y como señala Gabriela Paoli, una de las circunstancias, que hacen pensar que se pueda sufrir tecnoestrés, es que amigos, familia, se quejen constantemente de que no se les atiende o de que siempre se está con el móvil en la mano.


No tengo tiempo para hacer lo que antes me gustaba

El uso prolongado y abusivo del móvil implica que se tenga la sensación de que no se tenga tiempo y esto implique el hecho de dejar de hacer las aficiones o actividades que se solían hacer antes y con las que se disfrutaba, como leer, hacer deporte, escribir…


Móvil apagado igual a ansiedad

El tener el móvil apagado provoca ansiedad, nerviosismo… No se está tranquilo y hace que se sienta inseguro.


¡No tengo batería! ¡horror!


Una de las señales de alerta es que se experimente desazón, molestia… si no se tiene batería, no hay señal de datos o si bien no contamos con conexión wifi.


Prontomanía: contestar al momento

La persona que sufre tecnoestrés siente que tiene que contestar al momento cualquier notificación que reciba, ya sea Whatsapp, mail o comentario en redes.


Si respondes que sí a la mayoría de estas señales, es probable que estés haciendo un mal uso de tus dispositivos, y que poco a poco comiences a sentir rechazo o sensaciones negativas frente a la conexión. Si bien es cierto que las personas tenemos una gran capacidad de adaptación y podemos tolerar cierto grado de malestar o estrés, al final todo esto repercute. Por un lado, a nivel profesional; en nuestra productividad, eficacia y calidad del trabajo, ya que se afecta nuestras funciones cognitivas, creatividad y capacidad para resolver situaciones o toma de decisiones. Se experimenta agotamiento mental. Y, por otro lado, a nivel personal, se experimenta tensión en el ámbito familiar o social, con grandes cuotas de frustración, remordimiento, culpa y malestar. Con la pandemia, nos hemos vuelto “infornívoros” vamos recibiendo información de forma vertiginosa, casi sin tiempo para procesarla y podemos sentirnos “infointoxicados”.


La combinación de elementos externos e internos puede ser una auténtica bomba de relojería, porque sus efectos son casi imperceptibles, ya que no son medibles o cuantificables. Se manifiestan de forma progresiva, los síntomas van apareciendo y creciendo en intensidad y frecuencia, en una escalada que nos lleva al borde del colapso o al colapso mismo. Nuestro cuerpo se resiente, se expresa de forma más contundente mediante ciertos comportamientos, o pensamientos. Sin embargo, al salir los síntomas a nivel físico (dolores de cabeza, insomnio, contracciones, tensiones o dolor muscular, malestar estomacal, vértigos, mareos, ansiedad…) es cuando tomamos consciencia del malestar que venimos sufriendo. “Este es el punto en donde nos hace parar, cuando el cuerpo no puede más. De ahí, la importancia de ser conscientes de las señales de alarma y hacerles caso. Simplemente se trata de poner en marcha una serie de hábitos más saludables y practicar el autocontrol” sostiene, Gabriela Paoli.

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