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​A lo largo de la vida, un mismo individuo saca a relucir actitudes identitarias diferentes, según lo requiere su adaptación a cada situación

Identificación distanciada

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Es de esas cosas percibidas al experimentarlas, pero evanescente a la hora de poder explicarlas. Observamos con cierta nitidez las IDENTIDADES ajenas, quizá porque sólo percibimos sus rasgos más llamativos; vistas de cerca empiezan a embrollarse. Si aceptamos el desaliento y no les hacemos caso a estas cuestiones, vamos quedando desarticulados con respecto a la incesante complejidad ambiental. Las limitaciones a las que nos vemos sometidos son abrumadoras; físicas o intelectuales, individuales o colectivas; no apuntan a soluciones concretas e inamovibles, no sobrepasan su carácter momentáneo, aunque nos introducen a fondo en el tobogán existencial. No hay manera de esquivar el oleaje; en esas estamos, atendamos o no.

A lo largo de la vida, un mismo individuo saca a relucir actitudes identitarias diferentes, según lo requiere su adaptación a cada situación; hoy puede mostrarse en plan ideológico, mañana pragmático acérrimos y otro día frívolo, mezclando incluso las tendencias. El automatismo de las manifestaciones dificulta el ser consciente de la identidad utilizada. Si recordamos el buen TEATRO, ayuda al escenificar las distintas posturas adoptadas, las visualiza, haciendo posible que el espectador se identifique o no con las identidades expuestas. Más aún, pone de relieve las actitudes subyacentes en los comportamientos habituales, disimuladas entre las rutinas o bajo los trazados hipócritas.

En la mayoría de las ocasiones ya no parecen necesarios los disimulos, tampoco hemos parado mientes en la configuración de las conductas. El acelerado visto y no visto no requiere precisiones de esta categoría. De ahí el desinterés por los CLÁSICOS, tan vehementes en sus comedias y tragedias por destacar los errores trágicos, el horror, las actitudes cívicas, el papel misterioso de las múltiples deidades, las venganzas crueles, la soberbia de los gobernantes, las pasiones o las víctimas en los variados desastres. El no hacerles caso es una de las maneras modernas de prescindir de los detalles molestos para tirar por la caprichosa calle del medio sin cortapisas culturales.


Con esas trazas no podrá extrañarnos que hayan pasado a un nebuloso segundo o tercer término las nociones de cultura del enfrentamiento o cultura del entendimiento. Se piensa más en la victoria por goleada, la imposición altanera o incluso en el aplastamiento, con ínfulas prepotentes. Sin tener en cuenta para nada la condición humana, siempre propicia a las lecturas DIFERENCIADAS de cada desencuentro. Con ese peso cultural olvidado de donde está situada la base identitaria, leyendo una sola cara de la hoja. La identidad suele cursar de forma huidiza ante las victorias renombradas; solemos encontrarla en asientos laboriosos sobre la base de los valores atesorados has ahora.

Andamos sobre ascuas, sin prender un solo hilo con carácter permanente. Lo cual no es obstáculo para continuar en el intento, logrando conquistas pasajeras. En eso se basa la espléndida labor CIENTÍFICA, plagada de investigaciones en busca de las mejores comprobaciones posibles, aunque sean pasajeras; pendientes de ser superadas por futuros conocimientos. Esta ocupación representa un importante componente de la identidad humana, en cierto modo distante, plasmada en la trama colectiva. De manera absurda, numerosos individuos y agrupaciones, aupados en la necedad negacionista, están empeñados en distanciarse del componente científico; su estulticia no presenta justificaciones.


Son abundantes las ramas identitarias que pueden pasarnos desapercibidas aunque las estemos utilizando y cuyas valoraciones se nos escapan, perdidas por otras extensiones inextricables. Cito a continuación una de ellas, el DOMICILIO. Cabe la pregunta al abandonarlo, sobre todo si es el de la infancia, si allí dejamos huellas más o menos duraderas o si allí quedaron raíces importantes. Estaremos cerca o lejos de él, o acaso la distancia tenga poco sentido y en realidad el domicilio lo llevamos a cuestas como el caracol. Quizá sea mejor entenderlo como la entidad de uno mismo, como soporte de actuaciones. Será decisiva la existencia de ventanas bien abiertas, sin destruir el cascarón entrañable.


Si bien el canto a favor de la imaginación está justificado por su labor proyectiva, crucial para abrir caminos hacia nuevas ilusiones y metas; aplicada a las cuestiones identitarias determina algunos riesgos por exceso de fantasía. Siendo importante para no quedarnos estancados, perdería su sentido si se desconectara de sus raíces; el mantenimiento de esa ubicación básica no se discute. El más sólido HORIZONTE identitario es el presente, donde se desarrolla la capacidad de acción, donde se conjugan las bases y los sueños. No es el pasado ni cuando, es ahora el momento; el reflejo identitario genuino. Comienza aquí y ahora lo que quizá estemos buscando por las afueras nebulosas.


Al menos en apariencia, la civilización se adueña de las sensaciones. Han sucedido tantas y variadas cosas, las más insospechadas manifestaciones, ruinas y evoluciones intrincadas, que nos hacen sentir en un aposento envejecido; ahora con la bruma de la tecnología. Acostumbrados a ese tono un tanto lúgubre, vamos penetrando en ese grupo de los arrastrados por la movida, con progresiva renuncia a la propia actualidad. Precisamente cuando al contrario, en el ahora todo surge inédito, NOVEDOSO, dispuesto para la activación de las identidades de cada sujeto. Ese matiz actual de lo que somos está ahí, bien desplegado; abierto a quién sabe cuales serán las disposiciones de sus portadores. ¿Indolentes? ¿Creativas?

Los desvíos pasajeros pueden constituir un divertimento ocasional; si se transforman en posturas recalcitrantes, desvirtúan hasta su razón de ser. La pérdida de la inocencia es sólo una pose, cuando proliferan como nunca los interrogantes y al fondo acecha la muerte con sus cargas enigmáticas. Es elemental, nos acompañan las incertidumbres como un lastre permanente. Por eso no valen las escapadas disfrazadas de hallazgos mágicos. A la fuerza, hemos de reencontrarnos con esa identidad REJUVENECIDA de dar la cara entre las menesterosas realidades. Es en primer lugar una tarea personal, para la aplicación de las cualidades disponibles. El aprovechamiento colectivo radica en la colaboración.


Es evidente la presencia constante de sistemas organizativos, así como múltiples proyecciones en contradicción con la libre expresión de las peculiares formas de ser de cada sujeto; hacen caso omiso de su propia devaluación, serán irrelevantes sin los componentes mencionados. ¿Identidad colectiva sin integrantes? Si la TERGIVERSACIÓN implanta sus posiciones se acaba la discusión; sin embargo, su despropósito provocará la implosión por corrosión interna.


En medio de todo, sí que parece potente la RESONANCIA de una presencias, unas identidades irrenunciables. Las presencias nunca han sido absolutas, su sino refleja insinuaciones que invitan a la participación ilusionada, alejada de certezas delirantes y al margen de intemperancias mediocres.

Identificación distanciada

​A lo largo de la vida, un mismo individuo saca a relucir actitudes identitarias diferentes, según lo requiere su adaptación a cada situación
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 6 de noviembre de 2020, 02:51 h (CET)

Es de esas cosas percibidas al experimentarlas, pero evanescente a la hora de poder explicarlas. Observamos con cierta nitidez las IDENTIDADES ajenas, quizá porque sólo percibimos sus rasgos más llamativos; vistas de cerca empiezan a embrollarse. Si aceptamos el desaliento y no les hacemos caso a estas cuestiones, vamos quedando desarticulados con respecto a la incesante complejidad ambiental. Las limitaciones a las que nos vemos sometidos son abrumadoras; físicas o intelectuales, individuales o colectivas; no apuntan a soluciones concretas e inamovibles, no sobrepasan su carácter momentáneo, aunque nos introducen a fondo en el tobogán existencial. No hay manera de esquivar el oleaje; en esas estamos, atendamos o no.

A lo largo de la vida, un mismo individuo saca a relucir actitudes identitarias diferentes, según lo requiere su adaptación a cada situación; hoy puede mostrarse en plan ideológico, mañana pragmático acérrimos y otro día frívolo, mezclando incluso las tendencias. El automatismo de las manifestaciones dificulta el ser consciente de la identidad utilizada. Si recordamos el buen TEATRO, ayuda al escenificar las distintas posturas adoptadas, las visualiza, haciendo posible que el espectador se identifique o no con las identidades expuestas. Más aún, pone de relieve las actitudes subyacentes en los comportamientos habituales, disimuladas entre las rutinas o bajo los trazados hipócritas.

En la mayoría de las ocasiones ya no parecen necesarios los disimulos, tampoco hemos parado mientes en la configuración de las conductas. El acelerado visto y no visto no requiere precisiones de esta categoría. De ahí el desinterés por los CLÁSICOS, tan vehementes en sus comedias y tragedias por destacar los errores trágicos, el horror, las actitudes cívicas, el papel misterioso de las múltiples deidades, las venganzas crueles, la soberbia de los gobernantes, las pasiones o las víctimas en los variados desastres. El no hacerles caso es una de las maneras modernas de prescindir de los detalles molestos para tirar por la caprichosa calle del medio sin cortapisas culturales.


Con esas trazas no podrá extrañarnos que hayan pasado a un nebuloso segundo o tercer término las nociones de cultura del enfrentamiento o cultura del entendimiento. Se piensa más en la victoria por goleada, la imposición altanera o incluso en el aplastamiento, con ínfulas prepotentes. Sin tener en cuenta para nada la condición humana, siempre propicia a las lecturas DIFERENCIADAS de cada desencuentro. Con ese peso cultural olvidado de donde está situada la base identitaria, leyendo una sola cara de la hoja. La identidad suele cursar de forma huidiza ante las victorias renombradas; solemos encontrarla en asientos laboriosos sobre la base de los valores atesorados has ahora.

Andamos sobre ascuas, sin prender un solo hilo con carácter permanente. Lo cual no es obstáculo para continuar en el intento, logrando conquistas pasajeras. En eso se basa la espléndida labor CIENTÍFICA, plagada de investigaciones en busca de las mejores comprobaciones posibles, aunque sean pasajeras; pendientes de ser superadas por futuros conocimientos. Esta ocupación representa un importante componente de la identidad humana, en cierto modo distante, plasmada en la trama colectiva. De manera absurda, numerosos individuos y agrupaciones, aupados en la necedad negacionista, están empeñados en distanciarse del componente científico; su estulticia no presenta justificaciones.


Son abundantes las ramas identitarias que pueden pasarnos desapercibidas aunque las estemos utilizando y cuyas valoraciones se nos escapan, perdidas por otras extensiones inextricables. Cito a continuación una de ellas, el DOMICILIO. Cabe la pregunta al abandonarlo, sobre todo si es el de la infancia, si allí dejamos huellas más o menos duraderas o si allí quedaron raíces importantes. Estaremos cerca o lejos de él, o acaso la distancia tenga poco sentido y en realidad el domicilio lo llevamos a cuestas como el caracol. Quizá sea mejor entenderlo como la entidad de uno mismo, como soporte de actuaciones. Será decisiva la existencia de ventanas bien abiertas, sin destruir el cascarón entrañable.


Si bien el canto a favor de la imaginación está justificado por su labor proyectiva, crucial para abrir caminos hacia nuevas ilusiones y metas; aplicada a las cuestiones identitarias determina algunos riesgos por exceso de fantasía. Siendo importante para no quedarnos estancados, perdería su sentido si se desconectara de sus raíces; el mantenimiento de esa ubicación básica no se discute. El más sólido HORIZONTE identitario es el presente, donde se desarrolla la capacidad de acción, donde se conjugan las bases y los sueños. No es el pasado ni cuando, es ahora el momento; el reflejo identitario genuino. Comienza aquí y ahora lo que quizá estemos buscando por las afueras nebulosas.


Al menos en apariencia, la civilización se adueña de las sensaciones. Han sucedido tantas y variadas cosas, las más insospechadas manifestaciones, ruinas y evoluciones intrincadas, que nos hacen sentir en un aposento envejecido; ahora con la bruma de la tecnología. Acostumbrados a ese tono un tanto lúgubre, vamos penetrando en ese grupo de los arrastrados por la movida, con progresiva renuncia a la propia actualidad. Precisamente cuando al contrario, en el ahora todo surge inédito, NOVEDOSO, dispuesto para la activación de las identidades de cada sujeto. Ese matiz actual de lo que somos está ahí, bien desplegado; abierto a quién sabe cuales serán las disposiciones de sus portadores. ¿Indolentes? ¿Creativas?

Los desvíos pasajeros pueden constituir un divertimento ocasional; si se transforman en posturas recalcitrantes, desvirtúan hasta su razón de ser. La pérdida de la inocencia es sólo una pose, cuando proliferan como nunca los interrogantes y al fondo acecha la muerte con sus cargas enigmáticas. Es elemental, nos acompañan las incertidumbres como un lastre permanente. Por eso no valen las escapadas disfrazadas de hallazgos mágicos. A la fuerza, hemos de reencontrarnos con esa identidad REJUVENECIDA de dar la cara entre las menesterosas realidades. Es en primer lugar una tarea personal, para la aplicación de las cualidades disponibles. El aprovechamiento colectivo radica en la colaboración.


Es evidente la presencia constante de sistemas organizativos, así como múltiples proyecciones en contradicción con la libre expresión de las peculiares formas de ser de cada sujeto; hacen caso omiso de su propia devaluación, serán irrelevantes sin los componentes mencionados. ¿Identidad colectiva sin integrantes? Si la TERGIVERSACIÓN implanta sus posiciones se acaba la discusión; sin embargo, su despropósito provocará la implosión por corrosión interna.


En medio de todo, sí que parece potente la RESONANCIA de una presencias, unas identidades irrenunciables. Las presencias nunca han sido absolutas, su sino refleja insinuaciones que invitan a la participación ilusionada, alejada de certezas delirantes y al margen de intemperancias mediocres.

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