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Tras los cristales blindados de La Moncloa —un palacio cuyas ventanas iluminadas solo fingen transparencia, mientras turbias sombras se deslizan por sus despachos—, hoy los prestamistas exigen la libra de carne que Pedro Sánchez —movido por su ambición— hipotecó en su propio beneficio.
La percepción pública suele dividir a los talibanes en dos campos: la facción dura e ideológica con base en Kandahar bajo el liderazgo de Hibatullah, y la llamada red pragmática y operativa liderada por los Haqqani en Kabul. Esta narrativa ha alimentado expectativas, impulsadas por servicios de inteligencia, de que la aparición del pragmatismo dentro de los talibanes podría conducir a cambios fundamentales en su comportamiento y políticas. Pero, ¿es realmente así?
La forma de gobernar basada en el tactismo, en vez de sustentarla en los principios, puede resultar aritméticamente muy rentable, y de una efectividad extrema para mantenerse en el poder, ya que el número de combinaciones posibles para articular mayorías de gobierno son múltiples.
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