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Me parece que los abuelos nos vamos a tener que convertir en maestros

La escuela en casa

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Se acerca a pasos agigantados el principio del curso escolar. Para el mismo, solo se encuentran preparados los niños y el resto de los estudiantes más mayores. Ni la administración, ni las autoridades docentes, ni las familias, saben a ciencia cierta que es lo que va a pasar dado que no se aclara nadie con lo que tenemos que hacer. Ni estamos preparados para ello.

Y ahora vuelve a entrar en juego la denostada institución familiar. Ese tipo de comunidad tradicional en el que se cuida de los mayores, se respeta a los padres y se crece en un ambiente acogedor.

No digo que los otros nuevos tipos de familia sean malos, Dios me libre, pero a muchos de ellos les faltan elementos que puedan cubrir la ausencia de los progenitores en situaciones como la presente.


Me malicio que los niños. –los estudiantes mayores pueden superar los estudios virtuales con cierto aprovechamiento-, van a estar abocados a estar muchas horas lectivas en la casa, en ausencia de los padres, sin contar con la necesaria ayuda de alguien que ayude a los maestros que normalmente los educan y ayudan. Aunque los niños cuenten con tabletas y ordenadores que les ponen en comunicación con el profesorado.

Por otra parte, los padres tendrán necesariamente que acudir a su trabajo, no se si “enmascarillados”, o vestidos de astronautas; pero tienen que salir de sus hogares siempre que no se declare el estado de alarma de nuevo. Entonces todos acuartelados. Cosa que subliminalmente se nos está empezando a anunciar.

Y ahí entramos en liza de nuevo los abuelos. Me veo liado con el sustituto del Catón de nuestra infancia, de la enciclopedia Álvarez o del catecismo Ripalda. Me veo cantando la tabla del nueve y haciendo leer a nuestros nietos el “amo a mí mamá”, “mi mamá me ama” y el famoso “ahí hay un hombre que dice ay”. De momento estoy repasando las ecuaciones de segundo grado y la prueba del nueve. Por si acaso.

Las familias que intentamos ser cristianas, procuraremos dar a conocer a nuestros pequeños las mínimas verdades de nuestra fe. A hacerles ver que la Navidad no se creó para poner luces y comprar en el Corte Inglés; que somos trascendentes y que estamos amparados por un Dios que no se vota en las elecciones.

Mi “buena noticia” de hoy se basa en que, gracias a Dios, en los momentos difíciles seguimos estando los abuelos en primera fila para sustituir a los padres o a los maestros. A mí hasta me hace ilusión. Le tengo echado el ojo a un nieto de tres años al que le voy a enseñar a leer, escribir y rezar el Padrenuestro. El antiguo. Con el moderno me lío. 

La escuela en casa

Me parece que los abuelos nos vamos a tener que convertir en maestros
Manuel Montes Cleries
lunes, 24 de agosto de 2020, 09:16 h (CET)

Se acerca a pasos agigantados el principio del curso escolar. Para el mismo, solo se encuentran preparados los niños y el resto de los estudiantes más mayores. Ni la administración, ni las autoridades docentes, ni las familias, saben a ciencia cierta que es lo que va a pasar dado que no se aclara nadie con lo que tenemos que hacer. Ni estamos preparados para ello.

Y ahora vuelve a entrar en juego la denostada institución familiar. Ese tipo de comunidad tradicional en el que se cuida de los mayores, se respeta a los padres y se crece en un ambiente acogedor.

No digo que los otros nuevos tipos de familia sean malos, Dios me libre, pero a muchos de ellos les faltan elementos que puedan cubrir la ausencia de los progenitores en situaciones como la presente.


Me malicio que los niños. –los estudiantes mayores pueden superar los estudios virtuales con cierto aprovechamiento-, van a estar abocados a estar muchas horas lectivas en la casa, en ausencia de los padres, sin contar con la necesaria ayuda de alguien que ayude a los maestros que normalmente los educan y ayudan. Aunque los niños cuenten con tabletas y ordenadores que les ponen en comunicación con el profesorado.

Por otra parte, los padres tendrán necesariamente que acudir a su trabajo, no se si “enmascarillados”, o vestidos de astronautas; pero tienen que salir de sus hogares siempre que no se declare el estado de alarma de nuevo. Entonces todos acuartelados. Cosa que subliminalmente se nos está empezando a anunciar.

Y ahí entramos en liza de nuevo los abuelos. Me veo liado con el sustituto del Catón de nuestra infancia, de la enciclopedia Álvarez o del catecismo Ripalda. Me veo cantando la tabla del nueve y haciendo leer a nuestros nietos el “amo a mí mamá”, “mi mamá me ama” y el famoso “ahí hay un hombre que dice ay”. De momento estoy repasando las ecuaciones de segundo grado y la prueba del nueve. Por si acaso.

Las familias que intentamos ser cristianas, procuraremos dar a conocer a nuestros pequeños las mínimas verdades de nuestra fe. A hacerles ver que la Navidad no se creó para poner luces y comprar en el Corte Inglés; que somos trascendentes y que estamos amparados por un Dios que no se vota en las elecciones.

Mi “buena noticia” de hoy se basa en que, gracias a Dios, en los momentos difíciles seguimos estando los abuelos en primera fila para sustituir a los padres o a los maestros. A mí hasta me hace ilusión. Le tengo echado el ojo a un nieto de tres años al que le voy a enseñar a leer, escribir y rezar el Padrenuestro. El antiguo. Con el moderno me lío. 

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