Con la designación de Rafael A. Hernando como portavoz adjunto del Grupo Popular en la Cámara Baja, Mariano Rajoy se ha superado a sí mismo. Se supone que un cargo de esa entidad y funciones necesita que su titular, cuando menos, cuente con determinadas habilidades sociales que favorezcan el diálogo; pero lo que está muy claro, al menos para mí, es que el diputado por Almería no cuenta en su haber con una sola de ellas.
Pero lo que me resulta más sorprendente todavía de este nombramiento es que, estando a las puertas de unas autonómicas y municipales, y a menos de un año de las Generales, a nuestro presidente no se le ocurra otro nombre menos problemático para alternar con la opinión pública. Salvo que su intención fuese la de encabronar al resto del arco parlamentario y, por ende, a la población que no aprueba ni por asomo los métodos autoritarios de este gobierno, se me antoja que el líder popular ha metido la pata hasta el corvejón.
De tener la oportunidad, es más que probable que el nuevo portavoz hubiese querido celebrar de otra forma su polémico ascenso, pero ha tenido que conformarse con una condena por vulnerar el honor de UPyD en 2013. Junto a Merino, su adjunto en el actual cargo, tendrá que desembolsar cerca de 20.000 euros. Peccata minuta, en cualquier caso, para las acaudaladas arcas de su partido, que será quien acabará abonando sin duda alguna esa cantidad en el caso de que sus alegaciones no den los frutos esperados.
Sus exabruptos contra el partido de Rosa Díez no son, por desgracia, de los más vejatorios que han salido de la garganta del caracense contra sus adversarios políticos, pero por decoro, tanto como por vergüenza ajena, no los voy a reproducir aquí. Me limitaré a decir que quienes dan cancha a esta clase de personajes no sienten el menor respeto por los demás y, si me apuran, ni por ellos mismos.