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Carta a mi viuda

Daniel Tercero
Daniel Tercero
jueves, 18 de enero de 2007, 21:27 h (CET)
“Querida, no caigas en sentimentalismos baratos sobre la posibilidad de casarte de nuevo, cuando el hombre apropiado llegue a tu vida, debes ser capaz de ser feliz otra vez”. Con estas palabras Robert Scott, el capitán británico Scott, despedía a su mujer desde la Antártida. Estas palabras están incluidas en la última carta que el explorador y científico, antes de morir, escribió para su mujer Kathleen y nunca llegó a enviar. Scott sabía que había fracasado en su intención de arribar el primero al Polo Sur, era 1912, pero, como se demuestra en las líneas que dejó escritas en esa última misiva, también sabía que no iba a volver a su casa, a su hogar, con su mujer y su hijo.

Desde ayer se puede ver y leer la carta que Scott envió a su mujer en el Instituto Scott de Investigación Polar en Cambridge junto a otras cartas del jefe de la fracasada aventura de principios de la segunda década del siglo XX. Desafiando a los elementos se embarcó en una aventura solo apta para héroes. Pero la palabra héroe no admite segundos puestos. Roald Amundsen, noruego, había llegado antes que Scott. La retirada, esa vuelta a casa con la muerte a cuestas, fue más dura que la ida al sumarse el fracaso, la decepción y la tristeza. Todo el equipo humano de Scott se fue quedando en el camino, uno tras uno, gracias al frío y la incapacidad de superar la falta de suministros alimenticios. Solo el capitán -héroe en el fracaso- supo y pudo aguantar hasta convertirse en último testigo de aquella exploración. Desesperado pero lúcido.

Y en esas condiciones Robert Scott (humano entre los humanos a lo hora de escribir sus últimas letras) se enfrascó en la más dura de las experiencias que había vivido nunca. Con 44 años y sabedor que estaba viviendo los últimos momentos de su vida recogería el plumín de algún lugar, ya casi olvidado, de entre sus joyas post mórtem y ante la soledad del vacío frío polar escribió: “A mi viuda”. Todas las últimas fuerzas de su cuerpo las concentró en escribir una carta de amor a Kathleen para pedirle que fuese feliz en su ausencia y que diera la mejor educación posible -entre la que incluía que le inculcara la creencia en Dios- a su hijo Peter. Y este la tuvo, Peter Scott se convirtió en uno de los naturalistas y ornitólogos más importantes del Reino Unido y fundador de la ecologista WWF en 1961.

“Espero que yo siga siendo un buen recuerdo para ti, pero no hay nada de lo que avergonzarse”, le dejó escrito el capitán a su esposa. Solo los héroes saben dedicar parte de su preparación para morir a los otros, al bienestar de estos en su ausencia. Scott no fue el primero en llegar al Polo Sur (por un mes de diferencia con el explorador noruego) pero sí el primero en el ranking de humanidad y solidaridad moral. No temió a una de las peores muertes -por frío- y emitió un lúcido análisis de seguridad y fortaleza que solo los vencedores son capaces de transmitir: “[mi vida] ha sido muchísimo mejor que regodearme en la comodidad de casa”. Una vida bien aprovechada.

Henry Robinson Bowers, Edward Wilson, Edgar Evans y Lawrence Oates acompañaron a Scott en los últimos días de la vida del capitán. La historia de la expedición sigue con los claro obscuros habituales del desconocimiento. ¿Era realmente Scott el líder óptimo para tal hazaña? ¿Eligió el capitán la ruta más apropiada para alcanzar el Polo Sur?

Lo que es indudable es la capacidad humana de Robert Scott cuando sabedor que la muerte le acecha es capaz de sentarse a escribir una carta de amor a su mujer: “A mi viuda”.

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