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​Teletrabajo escolar

​El enclaustramiento no religioso traído (que no impuesto) por el maldito bicho nos obliga a formarnos a distancia en casa y aunque pudiera parecer un plan redondo, no lo es
Emilio Amezcua
jueves, 28 de mayo de 2020, 08:04 h (CET)

El COVID-19, un virus localizado inicialmente en China pero no un microbio con pasaporte chino por mucho que algunos insistan en esta idea, ha venido este año para trastocar muchísimas de nuestras rutinas. Por ejemplo, acostumbrados a la formación académica presencial, el coronavirus impide ir a clase desde el último viernes trece de la era pre-confinamiento, día en que ni el más aficionado a las películas de terror podía vislumbrar el filme titulado “La vida bajo el estado de alarma”. Y claro, como la sociedad no puede detener su actividad (la hibernación no es para nosotros ni va con nosotros, ¿se entera usted, Sánchez?), todos a una nos hemos puesto a trabajar y estudiar utilizando rápidamente nuestros dispositivos tecnológicos. Antes telejugábamos y telehablábamos, y últimamente, incluso, telepagábamos con ayuda de las novísimas aplicaciones. Ahora, también teletrabajamos y teleestudiamos.

Desde el punto de vista de un alumno de ESO/Bachillerato, el teletrabajo escolar deja aspectos positivos y otros que no lo son tanto. Por lo que hace a los primeros cabe decir que estudiar en casa llega a resultar cómodo: Puedes dormir más porque no hay que madrugar tanto, puedes cuidar más del medio ambiente ya que no hay desplazamientos ad hoc mediante vehículos a motor, puedes organizar la realización de las tareas académicas con más flexibilidad porque no hay un horario rígido de clases presenciales preestablecidas, puedes vivir más feliz sin la presión de pruebas examinadoras que llegan a acumularse en semanas negras como noches oscuras, y aun puedes ahorrar varios euros porque no encargas fotocopias, tampoco consumes el almuerzo del bar... en definitiva, puedes plantearte el trabajo escolar y el bolsillo de una manera bastante diferente. No obstante lo anterior, con este teletrabajo escolar, que se lleva a cabo desde un confinamiento con sabor casero, perdemos mucho en términos de socialización, contacto, función de relación que solía referir la maestra de educación primaria en nuestra infancia académica (hoy lo llaman interacción). Hemos dicho adiós a las bromas y chascarrillos entre clase y clase cuando el cambio de profesor; se han esfumado las conversaciones y las confidencias en el patio, en la escalera y en los baños; nos hemos despedido de excursiones al medio urbano, rural y marino; hemos aprendido a decir “Arrivederci Roma” sin haber puesto todavía un pie en Italia con motivo del viaje de fin de curso... La lista trémula de aspectos negativos es demasiado extensa y todo eso sin mencionar el visaje de la fatiga ocular o el peaje de la inmovilidad en nuestro sistema musculoesquelético, por abuso -que no uso- del ordenador. ¡Quién lo diría!

El enclaustramiento no religioso traído (que no impuesto) por el maldito bicho nos obliga a formarnos a distancia en casa y aunque pudiera parecer un plan redondo, no lo es. El aprendizaje escolar a través de una pantalla e, incluso, de una maraña de correos electrónicos acompañados de documentos multiformato cual arco iris (word, pdf, power point, etc.), no tiene gracia. Éste no es un aprendizaje vivo, natural. Éste es un aprendizaje despersonalizado, artificial. De las numerosas ‘celaadas’ expresadas por la ministra Dª María Isabel con ocasión del ejercicio de su cargo público en este tiempo incierto con-COVID y a propósito de la materia educativa en espera de cambios, hago mía una, también mis colegiales: “La educación presencial es insustituible. Así de rotundo”. Comunicado de política, palabra de docente. Amén. 

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