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Etiquetas | Sísifo | China | Coronavirus
Estamos realmente ante una tragedia griega: Sísifo en su lucha contra su propio destino, subiendo una y otra vez la piedra y cayendo una y otra vez

El día después

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En un tiempo razonable habrá un día después para la mayoría. Y siempre un sentido adiós para los que murieron en el frente.

¿Habrá servido de algo entonces tanta muerte, tanta desolación, tanta clausura?

Este calabozo servirá a la humanidad durante unos días para reflexionar, para profundizar en nuestro modo de vida, para percibir que la humanidad ya es solo una, y que o todos nos salvamos o todos nos condenamos. Surgirá entonces, de pronto, una palabra que desapareció hace tiempo: solidaridad. ¿Por cuánto tiempo?

Ha llegado obligatoriamente la universalización del dolor.

Cuando aparecieron las primeras muertes en China, todavía eran muertes digitales. Muertes distópicas. Fáciles de asumir: eran imágenes y sabemos que las imágenes mienten. Eran muertes ajenas, las de unos orientales que estaban a miles de kilómetros, que no guardaban las mínimas condiciones higiénicas y vendían animales contaminados sin control. ¿Qué se podía esperar de gente que se come a los gatos y a los perros sin mirarles el carnet de identidad?

Como diría Jean Paul Sartre, hasta hace muy poco el enemigo eran los otros, y estaban lejos.

Después la pandemia se extendió por el mundo y ahora el enemigo es nosotros mismos. Eres tú y soy yo. Todos podríamos estar contaminados o somos susceptibles de estarlo.

Rápidamente nos hemos dado cuenta de nuestra absoluta ignorancia, de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad ante algo tan nimio como un “ser” que ni siquiera vemos, que es tan banal que solo a través de un microscopio podemos observarlo.

¿A qué nos estamos enfrentando?

¿Acaso a nosotros mismos, a nuestros propios miedos, a nuestra propia inconsistancia humana, a la soledad ante la incertidumbre?

Pero de todas las muertes, de todos los holocaustos, de todas las desgracias propias y ajenas se deberían extraer enseñanzas éticas y morales. Y, sobre todo, enseñanzas universales para toda la humanidad. ¿Lo haremos?

Al mismo tiempo, nace el discurso del miedo, el discurso de la mentira, el discurso de las acusaciones: los chinos han creado en un laboratorio el virus para exportar más tarde mascarillas y respiradores a todo el mundo; o han sido los americanos quienes “ensartaron” el coronavirus en China para seguir al frente del mundo.

La realidad es mucho más simple, nuestra fragilidad es grande. Esta es la realidad. Cuando nos creíamos vencedores de la muerte y la eternidad ha llegado el coronavirus para colocarnos donde siempre: en nuestra futilidad.

Cuando esta pandemia finalice podrá volver a estallar otro tipo. Hace cien años la gripe española causó más de cincuenta millones de muertos, y ahora, al cabo de un siglo, seguimos en el mismo lugar.

Si lográramos al menos ponernos de acuerdo en actuar al unísono ante una epidemia de estas características en el futuro y poner a todos los científicos a trabajar en la misma dirección una vez detectados los casos, o invertir más en investigación y ciencia, o no dejarnos llevar por un consumo exorbitado que está diezmando el planeta… habrá servido de algo tanta desolación, tanta muerte, tanto desempleo, tanta miseria.

Pero la historia nos dice que el cerebro del ser humano está fabricado de una materia especial y evoluciona muy lentamente. Todavía no ha llegado el momento de desarrollo que nos permita alcanzar metas más elevadas basadas en la defensa de la humanidad en su conjunto a través de mecanismos de solidaridad. ¿Haría falta una constitución universal?

Como ha sucedido en otros momento de la historia, me temo que todas estas muertes no van a servir absolutamente para nada. Volveremos después del verano al punto de salida.

Estamos realmente ante una tragedia griega: Sísifo en su lucha contra su propio destino, subiendo una y otra vez la piedra y cayendo una y otra vez. Sísifos nadando en el desasosiego. 

El día después

Estamos realmente ante una tragedia griega: Sísifo en su lucha contra su propio destino, subiendo una y otra vez la piedra y cayendo una y otra vez
Francisco Morales Lomas
lunes, 30 de marzo de 2020, 13:28 h (CET)

En un tiempo razonable habrá un día después para la mayoría. Y siempre un sentido adiós para los que murieron en el frente.

¿Habrá servido de algo entonces tanta muerte, tanta desolación, tanta clausura?

Este calabozo servirá a la humanidad durante unos días para reflexionar, para profundizar en nuestro modo de vida, para percibir que la humanidad ya es solo una, y que o todos nos salvamos o todos nos condenamos. Surgirá entonces, de pronto, una palabra que desapareció hace tiempo: solidaridad. ¿Por cuánto tiempo?

Ha llegado obligatoriamente la universalización del dolor.

Cuando aparecieron las primeras muertes en China, todavía eran muertes digitales. Muertes distópicas. Fáciles de asumir: eran imágenes y sabemos que las imágenes mienten. Eran muertes ajenas, las de unos orientales que estaban a miles de kilómetros, que no guardaban las mínimas condiciones higiénicas y vendían animales contaminados sin control. ¿Qué se podía esperar de gente que se come a los gatos y a los perros sin mirarles el carnet de identidad?

Como diría Jean Paul Sartre, hasta hace muy poco el enemigo eran los otros, y estaban lejos.

Después la pandemia se extendió por el mundo y ahora el enemigo es nosotros mismos. Eres tú y soy yo. Todos podríamos estar contaminados o somos susceptibles de estarlo.

Rápidamente nos hemos dado cuenta de nuestra absoluta ignorancia, de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad ante algo tan nimio como un “ser” que ni siquiera vemos, que es tan banal que solo a través de un microscopio podemos observarlo.

¿A qué nos estamos enfrentando?

¿Acaso a nosotros mismos, a nuestros propios miedos, a nuestra propia inconsistancia humana, a la soledad ante la incertidumbre?

Pero de todas las muertes, de todos los holocaustos, de todas las desgracias propias y ajenas se deberían extraer enseñanzas éticas y morales. Y, sobre todo, enseñanzas universales para toda la humanidad. ¿Lo haremos?

Al mismo tiempo, nace el discurso del miedo, el discurso de la mentira, el discurso de las acusaciones: los chinos han creado en un laboratorio el virus para exportar más tarde mascarillas y respiradores a todo el mundo; o han sido los americanos quienes “ensartaron” el coronavirus en China para seguir al frente del mundo.

La realidad es mucho más simple, nuestra fragilidad es grande. Esta es la realidad. Cuando nos creíamos vencedores de la muerte y la eternidad ha llegado el coronavirus para colocarnos donde siempre: en nuestra futilidad.

Cuando esta pandemia finalice podrá volver a estallar otro tipo. Hace cien años la gripe española causó más de cincuenta millones de muertos, y ahora, al cabo de un siglo, seguimos en el mismo lugar.

Si lográramos al menos ponernos de acuerdo en actuar al unísono ante una epidemia de estas características en el futuro y poner a todos los científicos a trabajar en la misma dirección una vez detectados los casos, o invertir más en investigación y ciencia, o no dejarnos llevar por un consumo exorbitado que está diezmando el planeta… habrá servido de algo tanta desolación, tanta muerte, tanto desempleo, tanta miseria.

Pero la historia nos dice que el cerebro del ser humano está fabricado de una materia especial y evoluciona muy lentamente. Todavía no ha llegado el momento de desarrollo que nos permita alcanzar metas más elevadas basadas en la defensa de la humanidad en su conjunto a través de mecanismos de solidaridad. ¿Haría falta una constitución universal?

Como ha sucedido en otros momento de la historia, me temo que todas estas muertes no van a servir absolutamente para nada. Volveremos después del verano al punto de salida.

Estamos realmente ante una tragedia griega: Sísifo en su lucha contra su propio destino, subiendo una y otra vez la piedra y cayendo una y otra vez. Sísifos nadando en el desasosiego. 

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