Es muy conocido en España el refrán: "Pasa más hambre que un maestro de escuela". Este proverbio reflejaba las calamidades que soportaba este colectivo hasta bien entrada la década de los 70 del pasado siglo. En el año 1981 tuve la inmensa fortuna de conocer a dos maestros, D Rafael y D. Pedro; su primer destino definitivo, allá por 1964, fue muy retirado de su residencia habitual. Contaban, que tuvieron que alojarse en sendas pensiones y con su mísero salario solo podían satisfacer el pago del alojamiento. Sus padres, de modesta economía, les giraban dinero para el resto de los gastos y así poder llegar dignamente a fin de mes.
Hace escasos días, el hijo de un buen amigo ha tenido la escasa y por tanto inmensa fortuna de encontrar trabajo como ingeniero en Madrid. El sueldo es de escándalo, 800 euros. Mi buen amigo ha hecho cuentas y ha calculado que, como mínimo, tendrá que enviarle a su vástago alrededor de 300 euros para que pueda llegar dignamente a fin de mes. Deduzco, por hechos como este, que nuestra juventud progresa inexorablemente a las condiciones de vida de aquellos sufridos y abnegados maestros, que sin la ayuda de sus padres hubiesen vivido casi en la indigencia.