Hace unos días se produjo la famosísima “Diada” de Catalunya. Una vez más, la gran mayoría de los catalanes pedían la independencia. Respecto a esto, tengo mi propia opinión… Que no la voy a exponer porque no creo que sea muy relevante. Eso sí, si hay algo claro es que estemos o no de acuerdo con que se independicen, se está negando algo que debería ser innegociable: la libertad de expresión, el derecho a voto… Es decir: la democracia.
Siempre he creído que desde hace unos años vivimos en una democracia disfrazada… No quiero decir en una dictadura puesto que sería muy injusto y cruel para aquellos que en su día sí la vivieron. Lo que es evidente y muy cierto es que hay un límite en la democracia… Y eso nunca puede ser democracia pura.
Cuando hay conflictos de intereses… Explicar sentimientos es difícil. Lo que nunca he llegado a comprender es a los españoles que detestan Catalunya, que gritan a los cuatro vientos “¡Qué se vayan!” y que cuando piden el voto para hacerlo, les moleste. Hay un odio irreconciliable, fomentado, eso sí, por ambas partes, que no sé dónde y en qué derivará.
Si algo tengo claro es que la independencia no sería buena para ninguno. Comprendo y entiendo y, por qué no, comparto, la idea de los catalanes, pero de sentimientos no se come… Y lo que es cierto es que Catalunya sin España iría bastante peor. Al igual que España sin Catalunya.
Cuando se crearon las autonomías se intentó solucionar con ello la “independencia” que reclamaban desde allí y así evitar la pérdida de intereses para ambas partes… Pero ahora parece que no es suficiente.
Como ya he dicho, yo tengo mi opinión… No sé cómo acabará esto, pero no veo punto de retorno. O se vota o no sé qué pasará. De todas maneras… Si unos quieren irse y otros que se vayan, ¿por qué tanto problema en permitir la votación?
“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”. Benedetti.