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Por increíble que parezca, y más aún en estos tiempos en que el poder y la desigualdad se nos presentan como males inevitables de la condición humana, hubo una comunidad, allá por los remotos días del Cobre, que vivió durante más de un milenio sin amos ni esclavos, sin palacios ni élites, sin templos ni castas. Sin grandes tumbas que contar. Solo vida compartida. Trabajo, tierra y pan para todos.
A menudo, en el tejido invisible de las familias, existe una figura discreta, la persona que, durante años, se ha dedicado a cuidar de todos, postergando sus propios sueños, su salud y su bienestar. Mientras otros miembros del entorno familiar elegían vivir sus propias vidas, sin asumir responsabilidades, esta figura silenciosa sostenía a los demás, día tras día, sin pedir nada a cambio.
Pese a la tendencia dominante dirigida al lavado de cerebro colectivo, alentado por la animada sociedad del espectáculo que se impone en esta colonia del imperio USA, que aspira inútilmente a ser un imperio y se queda por el camino, afectada por el peso de la burocracia, este fin de semana ha facilitado temas que pudieran servir de motivo para la reflexión ciudadana, en el supuesto de que fuera posible.
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