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Creyentes y ateos

Francisco Rodríguez
sábado, 19 de julio de 2014, 08:42 h (CET)
Puede parecer que la distinción entre creyentes y ateos resulta bastante clara, unos creen en Dios y otros no, pero esta simplificación es engañosa tanto para unos como para otros. Hay ateos que buscan honestamente saber si es verdad o no que exista Dios y otra vida después de ésta. Otros por el contrario no buscan nada, se encuentran bien en su situación e incluso se alegran de que no haya nada más allá que pueda cuestionarles su vida. También están los ateos que buscan constantemente confirmaciones a su ateísmo, para asegurarse que están en lo cierto y huyen de cualquier argumentación contraria.

En cuanto a los que se dicen creyentes hay quienes han encontrado a Dios y tratan de servirle acomodando su vida al evangelio, pero también hay los que creen en un Dios lejano, ausente, a quien se invoca en casos de tormenta o en los funerales, pero que no significa nada en sus vidas.

Hay otros creyentes ilustrados, que recitan el credo sin titubear, que cumplen con la misa dominical, que forman parte de tales o cuales movimientos, cofradías, hermandades y ONGs, pero no sirven a Dios sino que se sirven de Él para darse buena conciencia, ser oficialmente buenos, son los que quizás ocupan los primeros lugares de los templos y agradecen a Dios no ser pecadores como los demás, olvidando lo que de ellos dijo Jesús: que el humilde pecador que se reconocía ante Dios como tal y solicitaba su compasión, volvió a casa justificado y el “devoto fariseo” no. Son el gran estorbo: ni entran ni dejan entrar.

No son los ateos los verdaderos enemigos de los cristianos creyentes sino los que dicen creer pero no sabemos en lo que creen ni vemos que sus creencias los hagan mejores: más humildes, más honestos, más servidores de los demás. También obstaculizan la misión evangelizadora de la Iglesia los omnipresentes fariseos y los espiritualistas, de oriente o de occidente, que andan proponiendo invenciones y técnicas puramente humanas como solución al problema radical de nuestra dependencia de Dios. Nos hiciste para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti, decía San Agustín, aunque muchos solo buscan, sin éxito, descansar en sus placeres.

Somos criaturas que hemos recibido el ser de Dios pero queremos ser nuestros propios dioses, libre e independientes y, como los demonios, decirle a Dios: no te serviré, haré lo que me venga en gana, yo mismo decidiré lo que sea bueno o malo para mí y cuando muera volveré a la nada y todo quedará olvidado.

Pero Dios no nos devuelve a la nada, como retractándose de habernos dado la existencia. Una vez que hemos llegado al ser, seremos por toda la eternidad y nuestras acciones no dejarán de acompañarnos. Aunque pensemos que vamos a volver a la nada, la sola posibilidad de una vida eterna es tan terrible o tan esperanzadora, que debería hacernos reflexionar.

El creyente que ha recibido el don de la fe, puede ver iluminado el camino de su vida si se deja guiar por el Espíritu, pero también puede decidir alejarse de Dios o querer utilizarlo y manipularlo. A todos se nos pedirá cuenta de lo recibido.

El demonio, que no es ateo, anda tras nosotros con su vieja y engañosa tentación: “no obedezcáis a Dios y seréis como dioses” y muchos se lo creen, por eso pedimos una y otra vez a Dios que no nos deje caer en la tentación y nos libre del mal.

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