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Rajoy pretende cambiar las normas para conservar el poder municipal, aunque así entregue en bandeja importantes alcaldías a EH Bildu

La ley del embudo del PP

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La noche del 25 de mayo, Arias Cañete, menospreciando abiertamente la inteligencia de los españoles, compareció en Génova 13 para representar un teatrillo de cuarta categoría, con el que pretendía celebrar una pírrica victoria electoral, que en realidad tenía más de derrota que de triunfo. Seis semanas después, los populares parecen haber comprendido que les pasa algo muy serio. Y muy grave: que si Dios, o un conejo sacado de la chistera a última hora, no lo remedian, en las municipales y autonómicas de 2015 sufrirán una auténtica debacle electoral y laboral, que dejará sin cargos y canonjías a un elevadísimo número de dirigentes y militantes del partido.

Son muchos los afiliados al PP que escuchan atónitos la propuesta de Rajoy de cambiar la legislación vigente desde la Transición, para convertir automáticamente en alcalde o alcaldesa a la persona que encabece la lista del partido más votado. Pura trampa Rajoyesca, a cuyo carro no han dudado en subirse personajes tan temerarios como Esperanza Aguirre o Alberto Fabra. De la primera todo el mundo recuerda que llegó a la Presidencia de la Comunidad de Madrid después de que alguien comprara la deslealtad de dos diputados regionales que acababan de ser elegidos en las listas del PSOE. Me estoy refiriendo al tristemente célebre ‘tamayazo’. Del presidente valenciano podría decirse que se ha convertido en un pseudodirigente político “nacido para obedecer”. A Mariano, claro.

De lo que se trata ahora en el PP es de hacer lo que sea con tal de mantener el mayor número posible de alcaldías. Conservar el poder al precio que resulte menester, aunque para conseguirlo incurra en un notabilísima contradicción: la de fortalecer a las fuerzas nacionalistas como CiU, Esquerra Republicana, PNV y EH Bildu. Si prosperara la doctrina Rajoy, el Partido Popular acabaría convertido en el mayor aliado electoral de EH Bildu, coalición a la que serviría en bandeja el gobierno de unos cuantos municipios vascos, alguno muy importante.

A los populares les gusta la ley del embudo, siempre que sean ellos los que se quedan con la parte más ancha. Solo así se explica su cruzada contra las coaliciones postelectorales. Moda a la que se suma Fabra, a pesar de que en 1991 Rita Barberá consiguiera la alcaldía de Valencia al sumar los 9 escaños del PP a los 8 de Unión Valenciana, mientras los socialistas, con 14 representantes, se veían abocados a ocupar los sillones de la oposición. ¿Qué está queriendo decir el presidente valenciano cuando critica que se hagan coaliciones para desbancar al candidato de la lista más votada: que estuvo mal lo que hizo Rita Barberá hace 23 años y que en aquellas condiciones hubiera sido mejor no acceder a la alcaldía de Valencia?

¿Y Madrid? ¿Cómo se gestó el cambio de tendencia electoral a favor del PP? ¿No sería con la moción de censura presentada en 1989, con la que el centrista Agustín Rodríguez Sahagún arrebató la vara de mando al socialista Juan Barranco? (Entonces la correlación de fuerzas era la siguiente: PSOE 24 escaños, PP 20 y CDS 8. Izquierda Unida disponía de 3 asientos en la casa consistorial).

La ley del embudo del PP

Rajoy pretende cambiar las normas para conservar el poder municipal, aunque así entregue en bandeja importantes alcaldías a EH Bildu
Rafa García
lunes, 7 de julio de 2014, 06:58 h (CET)

La noche del 25 de mayo, Arias Cañete, menospreciando abiertamente la inteligencia de los españoles, compareció en Génova 13 para representar un teatrillo de cuarta categoría, con el que pretendía celebrar una pírrica victoria electoral, que en realidad tenía más de derrota que de triunfo. Seis semanas después, los populares parecen haber comprendido que les pasa algo muy serio. Y muy grave: que si Dios, o un conejo sacado de la chistera a última hora, no lo remedian, en las municipales y autonómicas de 2015 sufrirán una auténtica debacle electoral y laboral, que dejará sin cargos y canonjías a un elevadísimo número de dirigentes y militantes del partido.

Son muchos los afiliados al PP que escuchan atónitos la propuesta de Rajoy de cambiar la legislación vigente desde la Transición, para convertir automáticamente en alcalde o alcaldesa a la persona que encabece la lista del partido más votado. Pura trampa Rajoyesca, a cuyo carro no han dudado en subirse personajes tan temerarios como Esperanza Aguirre o Alberto Fabra. De la primera todo el mundo recuerda que llegó a la Presidencia de la Comunidad de Madrid después de que alguien comprara la deslealtad de dos diputados regionales que acababan de ser elegidos en las listas del PSOE. Me estoy refiriendo al tristemente célebre ‘tamayazo’. Del presidente valenciano podría decirse que se ha convertido en un pseudodirigente político “nacido para obedecer”. A Mariano, claro.

De lo que se trata ahora en el PP es de hacer lo que sea con tal de mantener el mayor número posible de alcaldías. Conservar el poder al precio que resulte menester, aunque para conseguirlo incurra en un notabilísima contradicción: la de fortalecer a las fuerzas nacionalistas como CiU, Esquerra Republicana, PNV y EH Bildu. Si prosperara la doctrina Rajoy, el Partido Popular acabaría convertido en el mayor aliado electoral de EH Bildu, coalición a la que serviría en bandeja el gobierno de unos cuantos municipios vascos, alguno muy importante.

A los populares les gusta la ley del embudo, siempre que sean ellos los que se quedan con la parte más ancha. Solo así se explica su cruzada contra las coaliciones postelectorales. Moda a la que se suma Fabra, a pesar de que en 1991 Rita Barberá consiguiera la alcaldía de Valencia al sumar los 9 escaños del PP a los 8 de Unión Valenciana, mientras los socialistas, con 14 representantes, se veían abocados a ocupar los sillones de la oposición. ¿Qué está queriendo decir el presidente valenciano cuando critica que se hagan coaliciones para desbancar al candidato de la lista más votada: que estuvo mal lo que hizo Rita Barberá hace 23 años y que en aquellas condiciones hubiera sido mejor no acceder a la alcaldía de Valencia?

¿Y Madrid? ¿Cómo se gestó el cambio de tendencia electoral a favor del PP? ¿No sería con la moción de censura presentada en 1989, con la que el centrista Agustín Rodríguez Sahagún arrebató la vara de mando al socialista Juan Barranco? (Entonces la correlación de fuerzas era la siguiente: PSOE 24 escaños, PP 20 y CDS 8. Izquierda Unida disponía de 3 asientos en la casa consistorial).

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