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Apropiación indebida

El españolito de a pie quien parece haber quedado verdaderamente desolado
Francisco J. Caparrós
martes, 24 de junio de 2014, 07:01 h (CET)
La selección española de fútbol ha dado muestras más que suficientes de manejarse muy bien con la victoria. Francamente, no creo que exista nadie que pueda discutir eso. Sin embargo, de lo contrario no estoy tan seguro. Porque si hasta hace apenas unos días, antes del segundo y definitivo batacazo que les manda para casa sin tener que molestarse en jugar el último partido de la fase de grupos, cuando el equipo nacional contaba con la admiración de todo el planeta, España incluida -todos sabemos lo difícil que resulta ser profeta en territorio propio-, la cordialidad y el buen rollo fluía entre sus componentes, ahora con la derrota resulta que aparecen malas caras y peores gestos.

Aun así, es el españolito de a pie quien parece haber quedado verdaderamente desolado, y sin una figura como referente sobre la que depositar sus anhelos. En los políticos, hace ya mucho tiempo que dejó de creer el ciudadano, cansado de tanta corrupción como ha habido en las filas de los partidos con representación institucional, que al fin y al cabo son los que se manejan con nuestros cuartos como si fuesen suyos. Sin selección nacional dando el callo en Brasil, pues, ni madre que la tiente, ¿qué debemos hacer para recuperar la fe y seguir trabajando para que este país salga adelante, a pesar de la clase dirigente? Pues, la verdad, no lo sé a ciencia cierta, pero podríamos empezar por no esperar tanto de los demás, como de aspirar a mucho más de nosotros mismos; seguro que de esa manera no nos defraudaríamos tanto –siempre que hubiésemos hecho todo lo posible, claro está, para ello- como ahora lo hacemos por alguien que si hace algo es por él y no por nosotros.

En la vida es tan importante saber ganar como lo contrario. Tanto lo uno como lo otro, son signos más que evidentes de estar vivo. Pero no nos engañemos, tanto los éxitos como los fracasos, no pueden pertenecernos en modo alguno si antes no hemos hecho nada para merecerlos.

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Oímos hablar en los medios de los aforamientos y de sus beneficiados, los aforados. Pero con frecuencia nos liamos la manta a la cabeza y creemos que solo son aforados los políticos, o que ningún aforado puede ser juzgado. Con lo que bien está que sean aclaradas ciertas cosas básicas sobre tan esencial asunto.

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