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La clausura de espacios públicos y determinaciones sin consultar a los afectados dan al estilo del intendente Arnaldo Samaniego un neto corte fascistoide

El estilo fascistoide de Arnaldo Samaniego

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Dijo Albert Camus que toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura al fascismo, y la administración municipal del intendente de Asunción Arnaldo Samaniego es un buen ejemplo.

Si algo ha caracterizado a su gestión es justamente el desprecio. Desprecio por el ciudadano, desprecio por el indígena, desprecio por el habitante de barrios pobres, desprecio por el escolar, desprecio por la opinión pública, desprecio por los concejales municipales, desprecio por los dirigentes y militantes de su propio partido.

Ese desprecio fue el que le llevó a dejar casi 15 mil millones de guaraníes del FONACIDE en un banco de plaza, en lugar de invertir en las escuelas que se caen a pedazos.

Otra medida fascistoide de Samaniego fue enrejar la plaza uruguaya de Asunción. El argumento para tal medida era el usufructo que realizaban del espacio público unos indígenas considerados indeseables por el intendente y sus adeptos, quienes justificaron su medida con excusas de inevitable tufillo racista.

Los espacios públicos, a parecer, no son tales para los iluminados que consideran que todo lo que a ellos mismos les conviene, le conviene a la ciudad.

Con la recién inaugurada costanera de la ciudad, Samaniego tomó determinaciones parecidas, negando el acceso a dicho espacio público los fines de semana. Ello a pesar que el presidente Horacio Cartes haya declarado que lo público es público, sentencia desoída por el intendente de Asunción.

Con la típica mentalidad totalitaria, desdeñó la oposición manifiesta en su propio partido y puso en marcha la compra de conciencias. Apoyado en el clientelismo político, se abocó a ubicar en puestos prebendarios a elementos de grupos adversarios, alegando haberlo hecho “por instrucciones del presidente de la república”.

En los últimos días, Samaniego anunció el traslado de unas 2.500 familias de un barrio popular de Asunción, sin consultar a los afectados. Estos últimos señalaron a la prensa que no abandonarán jamás sus residencias, y que no han sido consultados con respecto a dicho traslado.

Con el mismo estilo autocrático, el intendente también desafió a toda la Junta Municipal, respaldando a una funcionaria declarada persona no grata por dicho cuerpo. En la misma línea, se negó a detallar en qué utilizará unos 150 mil millones, supuestamente a ser utilizados en obras de infraestructura.

Samaniego, protagonista antiheroico cuyos comportamientos son el paradigma de una sociedad destruida y vencida, ha mostrado así el camino del desprecio.

La actitud recuerda con demasiada fidelidad al pensamiento fascista plasmado por Benito Mussolini cuando afirmaba que la masa de hombres grises era descartable.

Alguna vez escribió el ideólogo del fascismo que el municipio es el último bastión desde el cual puede oponerse el ciudadano a la firme y creciente invasión del Estado. Deberían pensarlo aquellos que con su indiferencia, incuban sin mayores remordimientos, penas ni excusa, al huevo de la serpiente.

El estilo fascistoide de Arnaldo Samaniego

La clausura de espacios públicos y determinaciones sin consultar a los afectados dan al estilo del intendente Arnaldo Samaniego un neto corte fascistoide
Luis Agüero Wagner
martes, 15 de abril de 2014, 06:43 h (CET)
Dijo Albert Camus que toda forma de desprecio, si interviene en política, prepara o instaura al fascismo, y la administración municipal del intendente de Asunción Arnaldo Samaniego es un buen ejemplo.

Si algo ha caracterizado a su gestión es justamente el desprecio. Desprecio por el ciudadano, desprecio por el indígena, desprecio por el habitante de barrios pobres, desprecio por el escolar, desprecio por la opinión pública, desprecio por los concejales municipales, desprecio por los dirigentes y militantes de su propio partido.

Ese desprecio fue el que le llevó a dejar casi 15 mil millones de guaraníes del FONACIDE en un banco de plaza, en lugar de invertir en las escuelas que se caen a pedazos.

Otra medida fascistoide de Samaniego fue enrejar la plaza uruguaya de Asunción. El argumento para tal medida era el usufructo que realizaban del espacio público unos indígenas considerados indeseables por el intendente y sus adeptos, quienes justificaron su medida con excusas de inevitable tufillo racista.

Los espacios públicos, a parecer, no son tales para los iluminados que consideran que todo lo que a ellos mismos les conviene, le conviene a la ciudad.

Con la recién inaugurada costanera de la ciudad, Samaniego tomó determinaciones parecidas, negando el acceso a dicho espacio público los fines de semana. Ello a pesar que el presidente Horacio Cartes haya declarado que lo público es público, sentencia desoída por el intendente de Asunción.

Con la típica mentalidad totalitaria, desdeñó la oposición manifiesta en su propio partido y puso en marcha la compra de conciencias. Apoyado en el clientelismo político, se abocó a ubicar en puestos prebendarios a elementos de grupos adversarios, alegando haberlo hecho “por instrucciones del presidente de la república”.

En los últimos días, Samaniego anunció el traslado de unas 2.500 familias de un barrio popular de Asunción, sin consultar a los afectados. Estos últimos señalaron a la prensa que no abandonarán jamás sus residencias, y que no han sido consultados con respecto a dicho traslado.

Con el mismo estilo autocrático, el intendente también desafió a toda la Junta Municipal, respaldando a una funcionaria declarada persona no grata por dicho cuerpo. En la misma línea, se negó a detallar en qué utilizará unos 150 mil millones, supuestamente a ser utilizados en obras de infraestructura.

Samaniego, protagonista antiheroico cuyos comportamientos son el paradigma de una sociedad destruida y vencida, ha mostrado así el camino del desprecio.

La actitud recuerda con demasiada fidelidad al pensamiento fascista plasmado por Benito Mussolini cuando afirmaba que la masa de hombres grises era descartable.

Alguna vez escribió el ideólogo del fascismo que el municipio es el último bastión desde el cual puede oponerse el ciudadano a la firme y creciente invasión del Estado. Deberían pensarlo aquellos que con su indiferencia, incuban sin mayores remordimientos, penas ni excusa, al huevo de la serpiente.

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