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El polvorín de Ceuta y Melilla

Es cuestión de tiempo, de izar más concertinas y de seguirles recibiendo a pelotazos, en vez de revertir la situación
José Sarria
miércoles, 19 de febrero de 2014, 08:09 h (CET)
Si tengo que posicionarme no tengo la menor duda de que lo haré, siempre, del lado del grupo de africanos que intentaron alcanzar a nado, hace unos días, las playas españolas y que fueron repelidos con pelotas de goma por las fuerzas de seguridad.

En esta ocasión me reafirmo, aún más, quizás al recordar que los de aquí arriba hemos estado durante siglos explotando las propiedades de los de allá abajo. Primero cazando a negros para esclavizarlos en las colonias de ultramar, después esquilmando sus recursos naturales hasta que ya no se podía más. El problema es mucho más profundo, de mucho mayor calado y no se circunscribe al hecho puntual de un altercado que de momento se ha llevado por delante a quince vidas humanas.

No me creo esa noticia que dan algunos medios de comunicación de que en el monte Gurugú hay atrincherados unos 30.000 subsaharianos dispuestos a hacer saltar por los aires la puerta sur de Europa. Calculan mal, porque ese batallón de hombres y mujeres que deambulan, como desechos humanos, por Marruecos, Argelia, Libia, Túnez o Egipto, no son más que la espuma que rezuma la olla a presión de un problema que se está cociendo un poco más abajo y que en cualquier momento acabará por convertirse en una eclosión monumental. Esa chatarra humana deambula a miles por estos países, bajo la pasividad y la inacción, cuando no el desprecio, de las sociedades que siglos atrás los destinaron a la miseria y a la penuria. Hoy ya no son suficientes puertas, candados, vallas, concertinas o gendarmerías para detener al escuadrón del hambre, a la legión de la indigencia. Calculo que han de ser millones de almas las que marchan de una esquina a otra de África, desesperados, echados al olvido y que más pronto que tarde se abalanzarán sobre nosotros para coger aquello que es suyo y compartir parte del botín que les robaron a sus padres o a sus abuelos.

El presidente de Melilla, Juan José Imbroda, haciendo gala de un cinismo vomitivo, ha propuesto un remedio al más rancio estilo fascista a este complejísimo asunto; recientemente ha declarado que: "si la Guardia Civil no puede actuar, pongamos azafatas en la frontera como comité de recibimiento". Muy en la línea de aquella otra famosa frase del “que se jodan” que vomitó su compañera de partido, Andrea Fabra, el desprecio hacia estos seres humanos es de tal calibre que demuestra una concepción clasista del problema que sigue clasificando y etiquetando a los negros como el peligro, como el problema a combatir.

Lo malo es que algún día, no muy lejano, ocurrirá y entonces ellos, los negros, reventarán las fronteras, entrarán en nuestras tierras, en nuestras ciudades, en nuestras casas, y nos gritarán que se joda Andrea Fabra, que se joda el presidente de Melilla y que se joda todo aquel que justificó el que la gendarmería tiroteara a unos pobres negros, exhaustos, medio ahogados en su intento por alcanzar las playas de la que pensaron era Tierra Prometida. Es cuestión de tiempo, de izar más concertinas y de seguirles recibiendo a pelotazos, en vez de revertir la situación con políticas de apoyo económico real en origen.

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