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Etiquetas | Cristianismo originario

A través de la Ley de la Proyección, me veo

Esta ley viene a decir que inconscientemente proyecto mis defectos o errores en otra persona
Vida Universal
martes, 10 de diciembre de 2013, 08:27 h (CET)
De manera sencilla se podría decir que la legitimidad espiritual de “La proyección” es una herramienta para vernos o conocernos un poco mejor. Esta ley viene a decir que inconscientemente proyecto mis defectos o errores en otra persona acusándole o señalándole, cuando quien realmente comete aquello que critico, soy yo mismo. Es decir, cada cual proyecta en el otro cosas parecidas a las que tiene en sí, a lo que es. Se podría decir que es una ley muy cómoda, pues de fondo siempre está el propio comportamiento erróneo, mis pensamientos y defectos, pero cuando sucede alguna desavenencia con mi prójimo, entonces proyecto lo mío en él, le acuso de lo que hago, pienso o digo yo. Esto, en muchas ocasiones, es la chispa que enciende la llama de la pelea, ya que la persona que se halla enfrente está siendo acusada por mí de aquello que en primer termino corresponde a mi mismo, de aquello que yo mismo soy.

Cuando una persona vive continuamente en la ley de la proyección, vive atrapada sin poder evolucionar ni crecer, no puede reconocerse a sí misma porque simplemente reprocha al otro lo que debería decirse a sí mismo. Las peleas, conflictos y reproches le acompañan constantemente, haciéndole la vida difícil, sí, incluso haciéndole enfermar.

Sin embargo hay quien se pregunta cuál es el paso a dar una vez que he llegado al punto de darme cuenta, de reconocer que me proyecto en los demás. Pues bien, el siguiente paso después de haber arremetido contra alguien descargando mi propia tensión o agresividad acumulada no es otro que el arrepentimiento. Sí me doy cuenta de que he arremetido contra mi prójimo, me puedo decir: "Lo tenía que haber dicho de otro modo. Lo podría haber dicho con más tranquilidad. Tal vez debería haber mirado más detenidamente lo que hay de fondo, es decir, haberlo purificado”. Después ha de venir el pedir perdón a la persona afectada y también proponerme actuar de otro modo, dominar mejor mi vida para no volver a caer en un comportamiento parecido, ser más conciliador.

La clave no es decirme a mí mismo: “la próxima vez lo haré mejor”. La clave reside en auto-cuestionarme, y para ello la mejor ayuda es la pregunta “por qué”. ¿Por qué me he alterado tanto?, ¿Por qué no he sido capaz de escuchar esa vocecita que me avisa que estoy perdiendo las formas?, ¿Por qué lo he vuelto a hacer nuevamente tan mal? Si nos preguntamos a nosotros mismos el “por qué” en la conciencia de que en el interior podemos encontrar la ayuda, es decir el hilo que me ayude a seguir la pista de mí mismo, siempre encontraremos respuesta.

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La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.

El matrimonio, pilar natural de la familia y garantía de estabilidad social, en estos últimos tiempos se ve sustituido por relaciones inestables, rupturas y un creciente individualismo. Estos hechos están produciendo la caída de la natalidad, sin duda ligada a la falta de matrimonios estables, cosa que se está convirtiendo en un drama silencioso que amenaza el futuro de España y de gran parte del mundo occidental.


Una vez más, nos sorprenden alguna persona, tanto en los telediarios de cualquier signo, inclusive en los periódicos, donde personajes, también de cualquier signo, resoplando exabruptos que me dejan paralizado sin saber lo que hacer. O, echarlo a los tiburones y que se pelee con ellos o que, de cualquier manera, tirarlo a la cuneta del tren, eso sí, cuando esté parado en medio del campo.

 
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