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Somos portadores de esencia intempestivas..., cuyo control se vuelve perentorio

Esencias arraigadas... controlables

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Las esencias están presentes en el núcleo fundamental de las cosas, incluidos los seres vivos. Pueden pasarnos desapercibidas o percibirlas con cierta facilidad. En el caso de haberlas detectado, las afrontamos con respuestas variadas, desde la participación creativa adaptada a sus características; hasta oponernos abiertamente a sus directrices con mayor o menor fortuna. La IGNORANCIA respecto a las esencias puede ser un factor natural; pero también una pose derivada de posturas incongruentes adheridas a intereses mezquinos. Nadie puede prescindir de sus esencias. Eso no evita la distorsión de las conductas en la sociedad con las consiguientes repercusiones.

¿Sólo reflejamos lo que llevamos dentro? ¿Lo acentuamos o disminuimos? ¿Somos creadores de nuevos fundamentos? La genial obra de William Golding “El señor de las moscas”, nos invita a la reflexión sobre estos asuntos. Son de una presencia constante en los ámbitos de la convivencia, no siempre atendidos de manera convincente. Las escenas descritas en la novela destacan el arraigo de las formas de pensar, en unos niños sometidos a una situación extrema.

Desde muy pequeños surgen comportamientos ARQUETÍPICOS, porque el paso del tiempo los reproduce también en las sociedades actuales. Queda planteada nuestra capacidad de respuesta ante ellos; intrascendente o responsable, según los intérpretes.

De manera brusca, un grupo de niños de varias edades se encuentra abandonado en una isla desierta, sin apoyos externos. Su único bagaje lo llevan encima. La edad les confiere pequeñas diferencias; esos pocos años aportan una superioridad determinada por algunos conocimientos y la fuerza natural. En el curso de la estancia en la zona, queda patente el factor de la DEBILIDAD, quienes la padecen quedan postergados en segundo plano. No es sólo cuestión de edad, también los defectos dejan al pairo a sus portadores, sometidos a las diversas fuerzas. Ya en esas edades, los menos favorecidos son arrastrados por los criterios ajenos que no brillan por su excesiva condescendencia ni solidaridad.

Pronto afloran entre los infantes múltiples actitudes caprichosas poco razonables; contribuyen al deterioro progresivo de su convivencia. Por la gordura, ser cortos de vista, muy pequeños, tímidos o vivarachos, acaban por ser mal vistos. Se producen DESPRECIOS injustificados, que derivan en conductas impropias de límites imprevisibles. Provocan peores lotes de alimentación, aislamiento dentro del grupo, burlas; son continuos los dardos aplicados a los afectados. Sobre la raíz de estas actitudes, acentuadas por la precocidad de sus protagonistas, el relato nos invita a un análisis pormenorizado de las circunstancias influyentes, su procedencia y gente implicada.

Más tarde, sin venir a cuento, con una pasmosa naturalidad lamentable, se acumularon las actitudes intempestivas poco propicias para la vida en común. Esos puntitos de reconcomio al ver en los demás lo que uno no alcanza, sin parar mientes en los méritos aportados. Algo tan lógico como los diferentes puntos de vista, quedaba enconado en posiciones irreversibles. La misma manera de razonar separaba las mentalidades. El engreimiento de imponer sus proposiciones culminará las disparidades. Las DISPUTAS tronaban. Siendo mucho peor cuando sin gritos eran motivo de afrentas que permanecían ocultas en forma de resentimientos en busca de resarcimientos.

Cuando los niños se ven abocados con brusquedad a la soledad de una isla deshabitada, del susto sorprendente pasan de inmediato a enfrentarse a las NECESIDADES perentorias; acompañados de sus instintos, escasos conocimientos y las expectativas de colaboración por parte del resto de afectados. Aprovechadas las frutas silvestres y los arroyos, se van poniendo de manifiesto los mínimos requerimientos de organización. En esto, los pequeños estaban en clara dependencia. La situación no permite demasiadas contemplaciones, los lloros quedan aparcados mientras buscan las satisfacciones primarias, sin desdeñar los afectos de los compañeros.

Entre las servidumbres derivadas de los sucesivos requerimientos, se imponía un orden utilitario irrenunciable. Pronto se establecieron los trazos básicos para perfilar los comportamientos. Los más avispados dirigían el cotarro, era cuestión de lógica, surgían los liderazgos. Los seguidores un tanto inocentes protagonizaban un SEGUIDISMO ciego por falta de argumentos. Venían a ser conductas de imperiosa necesidad cargadas de apariencias. Ese carácter simplista de los planteamientos resultaba acomodaticio en cada actividad, con la consiguiente dilución de cualquier idea de fidelidad. Más bien dominaba la polarización en el sentido provisional de las actuaciones.

Los impulsos de unos y de otros chocaban entre sí con frecuencia. Unas veces adheridos a las cualidades, pero otras muchas, sin miramientos. Los primeros enfrentamientos enturbiaron la fluidez de sus relaciones, con encontronazos cada vez más serios. Al fin, la VIOLENCIA iba apareciendo con mayor gravedad; de las simples disputas pasaron a la crueldad, sin privarse de torturas, con desprecio de las vidas ajenas. Como causa o efecto, dichos comportamientos estaban asociados a una turbidez mental atosigante. Las responsabilidades fueron difuminandose en la terquedad obsesiva por el dominio, variando el tenor de las violencias según la conveniencia del momento.

Lanzados por el tobogán de las decisiones impulsivas, suele predominar el orgullo peor entendido; si el menor asomo de donde vayan a parar las consecuencias. Ya no hablamos de los cuidados postergados, sino de las actuaciones agresivas contra el entorno, para cumplir los caprichos del impulsivo de turno. La relegación de la NATURALEZA a planos utilitarios, la desplaza de los razonamientos, quizá inexistentes. Como consecuencia, la obsesiva actitud de los infantes para eliminar cualquier obstáculo, la ausencia de miramientos, devino en una culminación desatrosa, con el incendio extendido por toda la isla, multiplicando las víctimas vegetales y animales. La ampliación de los conflictos era la tónica general a la que no se apreciaban atenuantes.

Sea por miedo, por alucinaciones o por disgregación de sus personalidades, en las actuaciones del relato apreciamos un APAGAMIENTO de los criterios elementales, los brotes eran meras pulsiones. Sin ellos, el descontrol es total, mental y traducido a la convivencia diaria. Revisadas estas actitudes novelescas, comprobamos el notable parecido con los estruendosos actos en la sociedad actual; las raices desnortadas están presentes con graves consecuencias. Por eso destaca un olvido crucial, insospechado entre tanta gente inteligente. Me refiero a un gran ausente, el FILTRO de la RAZÓN, para equilibrar la balanza con acciones creativas que tengan en mejor consideración al conjunto de las personas y al resto del mundo, contando con las carencias inevitables.

Esencias arraigadas... controlables

Somos portadores de esencia intempestivas..., cuyo control se vuelve perentorio
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 29 de noviembre de 2019, 09:21 h (CET)

Las esencias están presentes en el núcleo fundamental de las cosas, incluidos los seres vivos. Pueden pasarnos desapercibidas o percibirlas con cierta facilidad. En el caso de haberlas detectado, las afrontamos con respuestas variadas, desde la participación creativa adaptada a sus características; hasta oponernos abiertamente a sus directrices con mayor o menor fortuna. La IGNORANCIA respecto a las esencias puede ser un factor natural; pero también una pose derivada de posturas incongruentes adheridas a intereses mezquinos. Nadie puede prescindir de sus esencias. Eso no evita la distorsión de las conductas en la sociedad con las consiguientes repercusiones.

¿Sólo reflejamos lo que llevamos dentro? ¿Lo acentuamos o disminuimos? ¿Somos creadores de nuevos fundamentos? La genial obra de William Golding “El señor de las moscas”, nos invita a la reflexión sobre estos asuntos. Son de una presencia constante en los ámbitos de la convivencia, no siempre atendidos de manera convincente. Las escenas descritas en la novela destacan el arraigo de las formas de pensar, en unos niños sometidos a una situación extrema.

Desde muy pequeños surgen comportamientos ARQUETÍPICOS, porque el paso del tiempo los reproduce también en las sociedades actuales. Queda planteada nuestra capacidad de respuesta ante ellos; intrascendente o responsable, según los intérpretes.

De manera brusca, un grupo de niños de varias edades se encuentra abandonado en una isla desierta, sin apoyos externos. Su único bagaje lo llevan encima. La edad les confiere pequeñas diferencias; esos pocos años aportan una superioridad determinada por algunos conocimientos y la fuerza natural. En el curso de la estancia en la zona, queda patente el factor de la DEBILIDAD, quienes la padecen quedan postergados en segundo plano. No es sólo cuestión de edad, también los defectos dejan al pairo a sus portadores, sometidos a las diversas fuerzas. Ya en esas edades, los menos favorecidos son arrastrados por los criterios ajenos que no brillan por su excesiva condescendencia ni solidaridad.

Pronto afloran entre los infantes múltiples actitudes caprichosas poco razonables; contribuyen al deterioro progresivo de su convivencia. Por la gordura, ser cortos de vista, muy pequeños, tímidos o vivarachos, acaban por ser mal vistos. Se producen DESPRECIOS injustificados, que derivan en conductas impropias de límites imprevisibles. Provocan peores lotes de alimentación, aislamiento dentro del grupo, burlas; son continuos los dardos aplicados a los afectados. Sobre la raíz de estas actitudes, acentuadas por la precocidad de sus protagonistas, el relato nos invita a un análisis pormenorizado de las circunstancias influyentes, su procedencia y gente implicada.

Más tarde, sin venir a cuento, con una pasmosa naturalidad lamentable, se acumularon las actitudes intempestivas poco propicias para la vida en común. Esos puntitos de reconcomio al ver en los demás lo que uno no alcanza, sin parar mientes en los méritos aportados. Algo tan lógico como los diferentes puntos de vista, quedaba enconado en posiciones irreversibles. La misma manera de razonar separaba las mentalidades. El engreimiento de imponer sus proposiciones culminará las disparidades. Las DISPUTAS tronaban. Siendo mucho peor cuando sin gritos eran motivo de afrentas que permanecían ocultas en forma de resentimientos en busca de resarcimientos.

Cuando los niños se ven abocados con brusquedad a la soledad de una isla deshabitada, del susto sorprendente pasan de inmediato a enfrentarse a las NECESIDADES perentorias; acompañados de sus instintos, escasos conocimientos y las expectativas de colaboración por parte del resto de afectados. Aprovechadas las frutas silvestres y los arroyos, se van poniendo de manifiesto los mínimos requerimientos de organización. En esto, los pequeños estaban en clara dependencia. La situación no permite demasiadas contemplaciones, los lloros quedan aparcados mientras buscan las satisfacciones primarias, sin desdeñar los afectos de los compañeros.

Entre las servidumbres derivadas de los sucesivos requerimientos, se imponía un orden utilitario irrenunciable. Pronto se establecieron los trazos básicos para perfilar los comportamientos. Los más avispados dirigían el cotarro, era cuestión de lógica, surgían los liderazgos. Los seguidores un tanto inocentes protagonizaban un SEGUIDISMO ciego por falta de argumentos. Venían a ser conductas de imperiosa necesidad cargadas de apariencias. Ese carácter simplista de los planteamientos resultaba acomodaticio en cada actividad, con la consiguiente dilución de cualquier idea de fidelidad. Más bien dominaba la polarización en el sentido provisional de las actuaciones.

Los impulsos de unos y de otros chocaban entre sí con frecuencia. Unas veces adheridos a las cualidades, pero otras muchas, sin miramientos. Los primeros enfrentamientos enturbiaron la fluidez de sus relaciones, con encontronazos cada vez más serios. Al fin, la VIOLENCIA iba apareciendo con mayor gravedad; de las simples disputas pasaron a la crueldad, sin privarse de torturas, con desprecio de las vidas ajenas. Como causa o efecto, dichos comportamientos estaban asociados a una turbidez mental atosigante. Las responsabilidades fueron difuminandose en la terquedad obsesiva por el dominio, variando el tenor de las violencias según la conveniencia del momento.

Lanzados por el tobogán de las decisiones impulsivas, suele predominar el orgullo peor entendido; si el menor asomo de donde vayan a parar las consecuencias. Ya no hablamos de los cuidados postergados, sino de las actuaciones agresivas contra el entorno, para cumplir los caprichos del impulsivo de turno. La relegación de la NATURALEZA a planos utilitarios, la desplaza de los razonamientos, quizá inexistentes. Como consecuencia, la obsesiva actitud de los infantes para eliminar cualquier obstáculo, la ausencia de miramientos, devino en una culminación desatrosa, con el incendio extendido por toda la isla, multiplicando las víctimas vegetales y animales. La ampliación de los conflictos era la tónica general a la que no se apreciaban atenuantes.

Sea por miedo, por alucinaciones o por disgregación de sus personalidades, en las actuaciones del relato apreciamos un APAGAMIENTO de los criterios elementales, los brotes eran meras pulsiones. Sin ellos, el descontrol es total, mental y traducido a la convivencia diaria. Revisadas estas actitudes novelescas, comprobamos el notable parecido con los estruendosos actos en la sociedad actual; las raices desnortadas están presentes con graves consecuencias. Por eso destaca un olvido crucial, insospechado entre tanta gente inteligente. Me refiero a un gran ausente, el FILTRO de la RAZÓN, para equilibrar la balanza con acciones creativas que tengan en mejor consideración al conjunto de las personas y al resto del mundo, contando con las carencias inevitables.

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