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Opinión
Etiquetas | Política | Reflexión | Constitución
El gran error de los que piensan que hablando y dialogando se arregla el problema catalán

​Los políticos son una cosa, pero el fanatismo ciudadano, otra

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Mucho nos tememos que, como ya sucedió en los tiempos de Mariano Rajoy y su vicepresidenta, Sáez de Santamaría, los nuevos ocupantes de la Moncloa, por mucho que actúen como si tuvieran dominado el problema, por ser tan ególatras que piensan que están siempre en posesión de la verdad y por muy convencidos que estén de ser los más listos en este juego del gato y el ratón con los soberanistas catalanes; en realidad, tienen un desconocimiento preocupante de lo que piensa respecto a España y a su relación con Cataluña, mucha de la gente de la calle en la comunidad catalana.

No es cosa de ahora ni, seguramente, de hace unos años, es algo que el Estado español no ha sabido combatir con eficacia, diríamos que le ha dado pereza de tomar medidas capaces de contrarrestar la vigorosa, insistente, bien orientada y, por encima de todo, tremendamente eficaz actuación del independentismo catalán. Nadie piense que toda esta ingente organización que hoy sostiene el pensamiento separatista, en una parte importante de la ciudadanía catalana, es algo que haya surgido espontáneamente en los últimos años. La preparación, el inicio, los primeros pasos, lo que se podría considerar como el big-bang inicial, la implantación de la solera de lo que, con el tiempo se ha convertido en una verdadera rebelión en contra del Estado español; fue cuando, terminado el periodo del franquismo, aprobada la Constitución de 1978 e iniciado el periodo constitucional comenzó, apoyada por la misma Constitución, la reivindicación del idioma catalán como idioma propio, utilizado en la enseñanza y siendo acogido con entusiasmo por los medios de comunicación, las radios y las TV catalanas, que no tardaron en irle confiriendo cada vez mayor difusión, mayor número de publicaciones en dicho idioma, hasta llegar a un punto en que, la ceguedad del Gobierno central, permitió que fueran sustituyendo al idioma del Estado, hasta convertirlo en marginal, por el catalán; mientras en las escuelas, los soberanistas se habían apoderado de la enseñanza mediante profesores adictos a la causa, dispuestos a inventarse, como ahora hacen estos señores de la Memoria Histórica, un nuevo relato de los hechos de lo sucedido con la república del febrero de 1936 y lo que ocurrió después, provocando el levantamiento militar del 18 de Julio que condujo a la nación a una Guerra Civil.

La transferencia de la enseñanza a las distintas comunidades autónomas, fue uno de los errores de mayor calado que les podemos “agradecer” a los padres de la Constitución. Tanto en Cataluña como en el País vasco, así como en Galicia y posteriormente en las Baleares, un nacionalismo hábilmente dirigido, apoyado interesadamente por la izquierda, incluso la comunista, que nunca había sido partidaria del separatismo, pero que lo consideraba una medida útil para empezar a tejer un movimiento revolucionario como el que, desgraciadamente, ha surgido en Cataluña y, con menos aspavientos pero con más inteligencia, entre los aberzales vascos. Los distintos gobiernos del Estado español, sin importantes distinciones entre los de derechas y los de izquierdas, siempre prefirieron contemporizar, ir cediendo pequeñas parcelas de poder, concederles estatutos de autonomía en los que siempre consiguieron sacar mayores ventajas, pequeños pluses, más controles y, en definitiva, ir situando a sus peones en posiciones ventajosas, mientras que los distintos gobiernos del Estado se conformaban con ir ganando tiempo y dejando para los gobiernos de la oposición la desagradable tarea de enfrentarse al incipiente separatismo, pensando, con toda seguridad, que nunca llegaría a tener la potencia suficiente para poner en peligro la integridad del Estado.

No vamos a tratar de ir enumerando las distintas etapas a través de las cuales el separatismo, el catalán más ruidoso, más contundente y, si se me apura, más apasionado pero, evidentemente, menos eficaz, al menos hasta ahora, y menos lucrativo que el que ha corrido a cargo del PNV que, con menos algaradas, movilizaciones y daños urbanos, siempre han ido siguiendo de cerca el movimiento catalán, convencidos de que los excesos cometidos por el separatismo incontrolado en Cataluña, iban a serles beneficiosos para convencer a los gobiernos de la nación que, como era natural, no querían tener dos frentes abiertos al mismo tiempo, que acabaran, lo que siempre ha sucedido, y pensamos que seguirá siendo así, compensando con importantes cesiones pecuniarias para beneficio del País Vasco, de lo que han salido sumamente beneficiados los vascos. Esto no quiere decir que descuiden sus intereses y, de tanto en tanto, les recuerden a los dirigentes del Gobierno español, su determinación de que, cualquier ventaja que consiguieran los catalanes, debería ser seguida de otra, igualmente importante, para la nación vasca.

Sin embargo, señores, hemos llegado a un momento en el que parece que nuestro presidente del gobierno en funciones, ha decidido saltarse todas las líneas rojas, que no son pocas, que desaconsejan que se les otorguen ventajas, se les hagan promesas o se cedan más competencias de las que ya gozan, a los separatistas catalanes. El mismo hecho de que acceda a sentarse ante una mesa de negociaciones el Gobierno de la nación o sus representantes (ministros, parlamentarios etc.), de “igual” a “igual”, dándoles la misma categoría a ambas partes; cuando estamos ante unos señores que, desobedeciendo flagrantemente la Constitución y el resto de leyes vigentes en el Estado, se alzan insolentes ante la autoridad del Estado, para intentar ponerle ante la humillante situación de tener que escuchar, de semejantes sujetos, peticiones, exigencias y requerimientos que saben, perfectamente, que ningún gobierno español ni de fuera de España estaría en condiciones de poder aceptar; utilizando el chantaje, la amenaza y la coacción para, con la intimidación de no negarle el apoyo en la sesión de investidura, obligarle para que ceda a sus pretensiones espurias, con la amenaza de convertir a una parte de España, Cataluña, en un infierno en el que no se pueda vivir a pesar de la evidencia de que, en recientes encuestas, se ha confirmado el hecho de que, cada vez, son más los habitantes de Cataluña que están en contra de dejar de ser españoles y menos, aquellos que quieren separarse de la nación española.

Sin embargo, como hoy hemos leído en alguna parte, es muy posible de que ni los miembros del Gobierno interino que están al frente del país, sigan sin saber lo que verdaderamente piensan muchos catalanes y las dificultades que, los propios gobernante catalanes, que defienden la independencia de Cataluña, tienen para que, los ciudadanos y las autoridades de los cientos de municipios que existen en la autonomía catalana, pudieran admitir que en la mesa de negociación los negociadores separatistas pudieran ceder ante planteamientos que supusieran un parón o un retraso en su camino hacia la independencia. Nosotros mismos, que vivimos en un pequeño pueblo a unos 20 kilómetros de Barcelona, un lugar maravilloso para vivir pero dónde, la práctica totalidad de sus habitantes, son independentistas de izquierdas, entre los que tengo buenos amigos que todavía no sé por qué me toleran, sabiendo mis ideas de derechas. Sin embargo, son gentes con las que no se puede razonar cuando se trata de pretender explicarles lo absurdo de sus peticiones, los perjuicios que reportaría a una pequeña nación catalana, fuera de Europa, pagando aranceles y con la pérdida del comercio con España, que se calcula que es un 60% del total de la producción comunidad catalana.

Inmediatamente dejan de escuchar y sacan a la luz todas aquellas fobias, ideas (falsas por supuesto,) que les han ido inculcando desde niños sin que se avengan a discutir mediante pruebas o estudios económicos la mera posibilidad de que estén equivocados y de que, cualquier retraso o actuación del Estado, respecto a Cataluña y su gobierno, no es más que un intento de continuar “aprovechándose de ello” para “sacar más dinero a los catalanes” que, según su particular manera de ver la situación, son los únicos que trabajan en España, que dan rendimiento y que, en consecuencia, el Estado se vale de ellos para favorecer al resto de comunidades de la nación española. No les hablen de la pujanza de Madrid ni se les argumenten razones de solidaridad, porque tales consideraciones no sirven más que para exasperarles. Son muchos los años que residimos en esta comunidad (más de 50) y puedo asegurarles, sin temor alguno a equivocarme, que los políticos de la CUP, los de Podemos o ERC y los de antigua CDC, divididos en varias facciones, aunque quisieran renunciar a sus objetivos de independencia o, simplemente, dijeran que deberían aplazarse varios años el conseguirlos, les iba a ser prácticamente imposible que entraran en razón sus seguidores y se avinieran a renunciar a algo que ya llevan tiempo, porque así se les dijo, pensando que la independencia de la nación catalana es cosa de meses. Los de la milicias catalanas, estos sujetos que y han conseguido colapsar, en parte, la actividad y la circulación en las carreteras catalanas, los aeropuertos o las estaciones de ferrocarril, los DRC o los comunistas del CUP o los mismo seguidores de la alcaldesa Ada Colau, de las facciones de Podemos; no van a permitir que el señor Sánchez consiga la investidura si no hay compromisos, como ellos dicen, firmes y por escrito de que, sus peticiones, van a ser puestas en práctica. Lo que no sabemos es hasta dónde, esta veleta intelectual que es el señor Pedro Sánchez, se va a atrever a ceder. Los límites los pone la Constitución, los tribunales deberán garantizar que se cumpla la Constitución y, si fuere necesario, dicha Carta Magna tienen previstos otros medios de evitar que Cataluña se salga con la suya en su objetivo de independizarse de España. Un aforismo romano puede ayudarnos a aclarar nuestro pensamiento, al respeto: “Silent enim leges inter arma”.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, mucho nos tememos que haya llegado el momento en el que los españoles vamos a tener que escoger si nos dejamos arrebatar nuestros derechos y libertades por quienes han decidido que España debe entrar en la órbita de la izquierda internacional para acabar con España o si debemos empezar a pensar en los medios que, legalmente, son posibles para poner coto a una situación que amenaza, cada día que pasa, con empeorar y llevarnos al crack..

​Los políticos son una cosa, pero el fanatismo ciudadano, otra

El gran error de los que piensan que hablando y dialogando se arregla el problema catalán
Miguel Massanet
jueves, 28 de noviembre de 2019, 08:39 h (CET)

Mucho nos tememos que, como ya sucedió en los tiempos de Mariano Rajoy y su vicepresidenta, Sáez de Santamaría, los nuevos ocupantes de la Moncloa, por mucho que actúen como si tuvieran dominado el problema, por ser tan ególatras que piensan que están siempre en posesión de la verdad y por muy convencidos que estén de ser los más listos en este juego del gato y el ratón con los soberanistas catalanes; en realidad, tienen un desconocimiento preocupante de lo que piensa respecto a España y a su relación con Cataluña, mucha de la gente de la calle en la comunidad catalana.

No es cosa de ahora ni, seguramente, de hace unos años, es algo que el Estado español no ha sabido combatir con eficacia, diríamos que le ha dado pereza de tomar medidas capaces de contrarrestar la vigorosa, insistente, bien orientada y, por encima de todo, tremendamente eficaz actuación del independentismo catalán. Nadie piense que toda esta ingente organización que hoy sostiene el pensamiento separatista, en una parte importante de la ciudadanía catalana, es algo que haya surgido espontáneamente en los últimos años. La preparación, el inicio, los primeros pasos, lo que se podría considerar como el big-bang inicial, la implantación de la solera de lo que, con el tiempo se ha convertido en una verdadera rebelión en contra del Estado español; fue cuando, terminado el periodo del franquismo, aprobada la Constitución de 1978 e iniciado el periodo constitucional comenzó, apoyada por la misma Constitución, la reivindicación del idioma catalán como idioma propio, utilizado en la enseñanza y siendo acogido con entusiasmo por los medios de comunicación, las radios y las TV catalanas, que no tardaron en irle confiriendo cada vez mayor difusión, mayor número de publicaciones en dicho idioma, hasta llegar a un punto en que, la ceguedad del Gobierno central, permitió que fueran sustituyendo al idioma del Estado, hasta convertirlo en marginal, por el catalán; mientras en las escuelas, los soberanistas se habían apoderado de la enseñanza mediante profesores adictos a la causa, dispuestos a inventarse, como ahora hacen estos señores de la Memoria Histórica, un nuevo relato de los hechos de lo sucedido con la república del febrero de 1936 y lo que ocurrió después, provocando el levantamiento militar del 18 de Julio que condujo a la nación a una Guerra Civil.

La transferencia de la enseñanza a las distintas comunidades autónomas, fue uno de los errores de mayor calado que les podemos “agradecer” a los padres de la Constitución. Tanto en Cataluña como en el País vasco, así como en Galicia y posteriormente en las Baleares, un nacionalismo hábilmente dirigido, apoyado interesadamente por la izquierda, incluso la comunista, que nunca había sido partidaria del separatismo, pero que lo consideraba una medida útil para empezar a tejer un movimiento revolucionario como el que, desgraciadamente, ha surgido en Cataluña y, con menos aspavientos pero con más inteligencia, entre los aberzales vascos. Los distintos gobiernos del Estado español, sin importantes distinciones entre los de derechas y los de izquierdas, siempre prefirieron contemporizar, ir cediendo pequeñas parcelas de poder, concederles estatutos de autonomía en los que siempre consiguieron sacar mayores ventajas, pequeños pluses, más controles y, en definitiva, ir situando a sus peones en posiciones ventajosas, mientras que los distintos gobiernos del Estado se conformaban con ir ganando tiempo y dejando para los gobiernos de la oposición la desagradable tarea de enfrentarse al incipiente separatismo, pensando, con toda seguridad, que nunca llegaría a tener la potencia suficiente para poner en peligro la integridad del Estado.

No vamos a tratar de ir enumerando las distintas etapas a través de las cuales el separatismo, el catalán más ruidoso, más contundente y, si se me apura, más apasionado pero, evidentemente, menos eficaz, al menos hasta ahora, y menos lucrativo que el que ha corrido a cargo del PNV que, con menos algaradas, movilizaciones y daños urbanos, siempre han ido siguiendo de cerca el movimiento catalán, convencidos de que los excesos cometidos por el separatismo incontrolado en Cataluña, iban a serles beneficiosos para convencer a los gobiernos de la nación que, como era natural, no querían tener dos frentes abiertos al mismo tiempo, que acabaran, lo que siempre ha sucedido, y pensamos que seguirá siendo así, compensando con importantes cesiones pecuniarias para beneficio del País Vasco, de lo que han salido sumamente beneficiados los vascos. Esto no quiere decir que descuiden sus intereses y, de tanto en tanto, les recuerden a los dirigentes del Gobierno español, su determinación de que, cualquier ventaja que consiguieran los catalanes, debería ser seguida de otra, igualmente importante, para la nación vasca.

Sin embargo, señores, hemos llegado a un momento en el que parece que nuestro presidente del gobierno en funciones, ha decidido saltarse todas las líneas rojas, que no son pocas, que desaconsejan que se les otorguen ventajas, se les hagan promesas o se cedan más competencias de las que ya gozan, a los separatistas catalanes. El mismo hecho de que acceda a sentarse ante una mesa de negociaciones el Gobierno de la nación o sus representantes (ministros, parlamentarios etc.), de “igual” a “igual”, dándoles la misma categoría a ambas partes; cuando estamos ante unos señores que, desobedeciendo flagrantemente la Constitución y el resto de leyes vigentes en el Estado, se alzan insolentes ante la autoridad del Estado, para intentar ponerle ante la humillante situación de tener que escuchar, de semejantes sujetos, peticiones, exigencias y requerimientos que saben, perfectamente, que ningún gobierno español ni de fuera de España estaría en condiciones de poder aceptar; utilizando el chantaje, la amenaza y la coacción para, con la intimidación de no negarle el apoyo en la sesión de investidura, obligarle para que ceda a sus pretensiones espurias, con la amenaza de convertir a una parte de España, Cataluña, en un infierno en el que no se pueda vivir a pesar de la evidencia de que, en recientes encuestas, se ha confirmado el hecho de que, cada vez, son más los habitantes de Cataluña que están en contra de dejar de ser españoles y menos, aquellos que quieren separarse de la nación española.

Sin embargo, como hoy hemos leído en alguna parte, es muy posible de que ni los miembros del Gobierno interino que están al frente del país, sigan sin saber lo que verdaderamente piensan muchos catalanes y las dificultades que, los propios gobernante catalanes, que defienden la independencia de Cataluña, tienen para que, los ciudadanos y las autoridades de los cientos de municipios que existen en la autonomía catalana, pudieran admitir que en la mesa de negociación los negociadores separatistas pudieran ceder ante planteamientos que supusieran un parón o un retraso en su camino hacia la independencia. Nosotros mismos, que vivimos en un pequeño pueblo a unos 20 kilómetros de Barcelona, un lugar maravilloso para vivir pero dónde, la práctica totalidad de sus habitantes, son independentistas de izquierdas, entre los que tengo buenos amigos que todavía no sé por qué me toleran, sabiendo mis ideas de derechas. Sin embargo, son gentes con las que no se puede razonar cuando se trata de pretender explicarles lo absurdo de sus peticiones, los perjuicios que reportaría a una pequeña nación catalana, fuera de Europa, pagando aranceles y con la pérdida del comercio con España, que se calcula que es un 60% del total de la producción comunidad catalana.

Inmediatamente dejan de escuchar y sacan a la luz todas aquellas fobias, ideas (falsas por supuesto,) que les han ido inculcando desde niños sin que se avengan a discutir mediante pruebas o estudios económicos la mera posibilidad de que estén equivocados y de que, cualquier retraso o actuación del Estado, respecto a Cataluña y su gobierno, no es más que un intento de continuar “aprovechándose de ello” para “sacar más dinero a los catalanes” que, según su particular manera de ver la situación, son los únicos que trabajan en España, que dan rendimiento y que, en consecuencia, el Estado se vale de ellos para favorecer al resto de comunidades de la nación española. No les hablen de la pujanza de Madrid ni se les argumenten razones de solidaridad, porque tales consideraciones no sirven más que para exasperarles. Son muchos los años que residimos en esta comunidad (más de 50) y puedo asegurarles, sin temor alguno a equivocarme, que los políticos de la CUP, los de Podemos o ERC y los de antigua CDC, divididos en varias facciones, aunque quisieran renunciar a sus objetivos de independencia o, simplemente, dijeran que deberían aplazarse varios años el conseguirlos, les iba a ser prácticamente imposible que entraran en razón sus seguidores y se avinieran a renunciar a algo que ya llevan tiempo, porque así se les dijo, pensando que la independencia de la nación catalana es cosa de meses. Los de la milicias catalanas, estos sujetos que y han conseguido colapsar, en parte, la actividad y la circulación en las carreteras catalanas, los aeropuertos o las estaciones de ferrocarril, los DRC o los comunistas del CUP o los mismo seguidores de la alcaldesa Ada Colau, de las facciones de Podemos; no van a permitir que el señor Sánchez consiga la investidura si no hay compromisos, como ellos dicen, firmes y por escrito de que, sus peticiones, van a ser puestas en práctica. Lo que no sabemos es hasta dónde, esta veleta intelectual que es el señor Pedro Sánchez, se va a atrever a ceder. Los límites los pone la Constitución, los tribunales deberán garantizar que se cumpla la Constitución y, si fuere necesario, dicha Carta Magna tienen previstos otros medios de evitar que Cataluña se salga con la suya en su objetivo de independizarse de España. Un aforismo romano puede ayudarnos a aclarar nuestro pensamiento, al respeto: “Silent enim leges inter arma”.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, mucho nos tememos que haya llegado el momento en el que los españoles vamos a tener que escoger si nos dejamos arrebatar nuestros derechos y libertades por quienes han decidido que España debe entrar en la órbita de la izquierda internacional para acabar con España o si debemos empezar a pensar en los medios que, legalmente, son posibles para poner coto a una situación que amenaza, cada día que pasa, con empeorar y llevarnos al crack..

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