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Etiquetas | Corrupción

El poder del dinero robado

Manuel Senra
jueves, 17 de octubre de 2013, 08:03 h (CET)
Con la corrupción instalada en muchas instituciones, ahora estamos asistiendo, más que nunca, a oír repetidamente los términos de ‘robo’ ‘engaño’, ‘prevaricación’ malversación, etc. Por lo que no me refiero a pequeña cuantías, sino a millones y millones de euros. ¿Y quiénes son los autores? Los hijos del poder. Los empresarios. Los ricos. Y ¿por qué estos, si ya tienen de sobra? Es el ansia del poder. La avaricia desmesurada.
   
Ícaro, con sus alas de cera y plumas que el sol quemó, murió al fin, igual que algún día lo haremos todos. Y en este sentido, es cierto que muchos han pretendido imitar a los pájaros, cuando ellos ya lo eran, aunque sin las deseadas alas voladoras.    
   
Sí; muchos siglos después, en la geografía mundial aún continúan apareciendo  personas que no desean volar sino a no ser que sea casi a ras de tierra, con la sola intención de ser poderosos, más poderosos todavía; y todo, con el solo propósito de caminar por encima de las cabezas del resto de los mortales. No con alas de cera y de plumas, que ya saben que las quema el sol.
   
Algunos dirán que hechos como estos solo se mueven donde circula mucho dinero. Pues no, no hay necesidad de poner ejemplos del “mundo mundial” ni nada de eso, sino que los tenemos en España: Madrid, Barcelona, Sevilla… Mallorca… etc. El lugar es lo de menos; cualquiera sitio es bueno. Lo importante es la pasta.
   
Y todo, porque hay mucha mala gente a la que gusta caminar por encima de las cabezas de los pobres, una vez que ya los han desvalijado, que los han despojado de las cuatro monedas de mala muerte que tenían para subsistir, sin importarles que cualquier día se los pueden encontrar bajo un puente o, lo que es aún más vergonzoso, muertos en una chata casucha abandonada.
   
Esta caterva de “hombres importantes” sin escrúpulos -carroñeros de exquisiteces, lejos siempre del humanismo y del pequeño préstamo desinteresado, pululan, sobre todo, por entre la clase política y la empresarial. Y un día nos enteramos de que son ladrones de guante blanco; gentuza  a quienes las monedas les importa bien poco; saben que la calderilla no hace rico a nadie.  Amigos de los “paraísos fiscales” y de la corrupción más desenfrenada. Se frotan las manos porque han visto que este es un negocio relativamente cómodo y rentable, y  ahí se mueven como pez en el agua.
   
La cosa tiene lo suyo. Sabemos que el fósil más antiguo que se conoce tiene 395 millones de años. Pero ignoramos cuándo se inventó el robo y sus derivados; pero no la cacareado ratería de gallinas para matar el hambre. Ni el de los antiguos carteristas. No: eso es pura calderilla. Me refiero al malversador, al robo con mayúscula. A la oscura corrupción, a los millones de euros. Y todo, claro, absolutamente fuera de toda legalidad.
   
Y hablando de legalidad, si me permitís, estoy ahora escribiendo un libro de Ortografía española. Y uno de los temas que más ampliamente trato es el de la coma, solo porque considero que tiene mucha más importancia de la que algunos creen. Pues bien: cuento esta pequeña historia (o leyenda), ya que no se sabe a ciencia cierta si el asunto forma parte las leyendas urbanas o, por el contrario, es real como la vida misma. Fue Carlos V quien protagonizó esta mínima historia, aunque de gran importancia, al menos para mí. El asunto fue que a Carlos V le presentaron, para que estampara su firma, la orden de pena de un condenado a muerte, que decía al final: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. Pero, gracias a la magnanimidad  y “gran corazón” del rey, este hizo cambiar la coma de lugar, y así quedó la frase finalmente:

“Perdón, imposible que cumpla su condena”.  


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