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Etiquetas | Cristianismo originario

¿Es María la única madre virgen de la historia?

La típica imagen de la virgen María con el niño en el regazo no es exclusiva del catolicismo
Vida Universal
martes, 18 de junio de 2013, 07:20 h (CET)
La típica imagen de la virgen María con el niño en el regazo no es exclusiva del catolicismo, es decir, dicha imagen es exactamente igual a la usada anteriormente en el antiguo Egipto para representar a la diosa Isis con su hijo Horus nacido de una virgen o también a la diosa babilónica Semiramis con su hijo Tamuz, nacido también de una virgen, y en otro continente a la diosa hindú Devaki con su hijo Krishna. Y aunque a priori esto pueda sorprender a quien no sea avezado en historia, ciertamente los paralelismos indican claramente que el culto a la madre de dios, fue copiado de los cultos a las diosas-madre de las religiones paganas.

Una simple mirada a la historia de la iglesia muestra cómo se llegó a esto: en Éfeso existía el culto a Diana, que también era conocida como la madre de Dios. En el año 431 cuando el catolicismo se extendía más y más, en plena celebración del concilio de Éfeso, una muchedumbre fanática recorrió las calles exigiendo que la iglesia asumiese su antiguo culto a Diana. Los miembros católicos reunidos y apremiados por la muchedumbre solventaron el asunto colocando a María en el lugar de la aclamada Diana, declarando a Maria como la madre de Dios. Asunto resuelto.

Pero ¿no suscita este confuso concepto de «madre de Dios», la idea de que María se encuentra por encima de Dios? ¿Cómo puede la madre de Jesús ser también la madre de Dios? Lo que para cualquier persona moderna que además piense libremente es lógico, no parece serlo para el antiguo Papa Josef Ratzinger, quien en 2007 declaró: “Dios tiene una madre, y en ella reconocemos la maternal bondad de Dios y Su ternura. Por eso es un gran regalo para el catolicismo cuidar y vivir ese alegre amor a la madre de Dios, a María”.

En una carta dirigida a los obispos españoles en 2005 Ratzinger escribía: “Ella nos ayuda como abogada en nuestros apuros e intercede por nosotros ante su hijo”. Pero Jesús de Nazaret no enseñó nada al respecto, El nos mostró a un padre amoroso, al que toda persona se puede dirigir y para el que no se necesitan intercesores. Y a María tampoco la necesitamos como abogada, porque Dios ni condena ni juzga. Es cada persona quien crea su propio juicio interno según la ley de Causa y efecto.

Jesús también nos habló de la siembra y cosecha. También que si reconocemos que hemos obrado contra las leyes de Dios o contra nuestro prójimo, nos arrepentimos, pedimos perdón y reparamos el daño causado, la cosecha con toda seguridad no será la que tendría que haber sido. Cuando Jesús decía a quienes sanaba: “Tus pecados te son perdonados. Ve y no peques más”, estaba mostrando cual era el origen de nuestros males y al mismo tiempo el camino de salida.

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La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.

El matrimonio, pilar natural de la familia y garantía de estabilidad social, en estos últimos tiempos se ve sustituido por relaciones inestables, rupturas y un creciente individualismo. Estos hechos están produciendo la caída de la natalidad, sin duda ligada a la falta de matrimonios estables, cosa que se está convirtiendo en un drama silencioso que amenaza el futuro de España y de gran parte del mundo occidental.


Una vez más, nos sorprenden alguna persona, tanto en los telediarios de cualquier signo, inclusive en los periódicos, donde personajes, también de cualquier signo, resoplando exabruptos que me dejan paralizado sin saber lo que hacer. O, echarlo a los tiburones y que se pelee con ellos o que, de cualquier manera, tirarlo a la cuneta del tren, eso sí, cuando esté parado en medio del campo.

 
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