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Cuando muchos te den la razón, comienza a considerar dónde te equivocaste

Ñángara

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El comunismo fue un fracaso tan cruel como estrepitoso, y el socialismo un fiasco gracias a los capitalistas infiltrados y a los oportunistas que se sirvieron de él para enriquecerse o medrar. Ambos son sistemas fallidos que, sin embargo, no convierten al capitalismo en ninguna panacea. Si comunismo o socialismo tuvieron una oportunidad y la perdieron, acaso sea porque solamente ha sido una y durante muy poco tiempo; el capitalismo, sin embargo, ha gozado de una larga y continua oportunidad que se viene verificando desde que el mundo es esférico, y el número de guerras, víctimas, matanzas y vidas que ha destruido son sencillamente incontables. El único problema que tuvo el comunismo es su vano empeño en considerar la existencia como una mera cuestión biológica, negando al hombre su inalienable condición espiritual. Con todo, el cristianismo es esencialmente comunista, quien sabe si porque Dios es ñángara al considerar con exactamente el mismo valor de partida a todas las criaturas de su Creación.

Los insultos, cuando vienen según de quién, son todo un piropo. Hallarse del lado de los perversos no es ningún privilegio, y cuando son estos los que rebuscan en el diccionario epítetos que anhelan ser ofensivos, se convierten en mis oídos en adulaciones. «Ladran, luego cabalgamos», le decía don Quijote a Sancho Panza. Ciertos izquierdosos, ñángaras de pose progre y cacareadores de consignas que ni entienden, suelen llamarme «ultra», se supone que de la derechona más rancia y carpetovetónica, sin duda debido a mis valores morales cristianos y a mi concepción de la vida; y casi todos los partidarios de esa infumable, rancia y carpetovetónica derechona, suelen llamarme «nángara» precisamente por esos mismos valores cristianos y esa misma visión de la vida: a ambos grupos, gracias. Estar en la acera de enfrente de ellos, significa que voy por el buen camino.

Tal vez, lo que sucede es que la definición de izquierda y derecha quedó obsoleta. Por clarificar posturas, para mí de derechas es quel que cree que tiene derecho a todo, y los demás no; y de izquierdas quienes creen que tienen derecho a todo, y los demás también.

Hoy, ni siquiera es noticia que un hombre haya asesinado a un semejante por dinero, poder o dominio. Es algo que lamentablemente sucede todos los días, y damos por supuesto que para estos criminales, o las cosas y el poder están por encima incluso de la vida, o que sencillamente son sicópatas y sociópatas, seres que consideran que no tendrán que rendir cuentas por sus delitos. Pero es que tampoco es noticia ya el que un país o una gran empresa, sea para ganar dinero o por resolver un problema interno, cree artificialmente conflictos que generan destrucción, muerte y miseria, y además se lo vendan a sus propias poblaciones a través de sus medios de difusión como gestos humanitarios o de justicia social. Las compañías y los mismos Estados, cuando hacen esto, también se están conduciendo como sociópatas y sicópatas sin capacidad de empatía con el género humano. Esta es la derecha más derechona, la más abyecta de las tendencias naturales personales y sociales: el capitalismo en estado puro. Y estos, como los criminales individuales, consideran que no tendrán que rendir cuentas por ello, simplemente porque no hay nadie que los detenga, acaso creyendo en el fondo, como los otros sicópatas, que somos nada más que bichos biológicos sin ninguna condición espiritual.

Es demasiado larga la lista de los conflictos que se han desatado a causa de la codicia de los poderosos o las multinacionales, pero a la vez es extraordinariamente corta: todos los de la Historia. Estas son las bondades del capitalismo. Hoy lo sabemos demasiado bien en España, aunque no haya guerra oficialmente, porque lo estamos padeciendo: se salva a quienes roban y se condena a pagar los hurtos a quienes son robados; y mientras se supone que el poder del gobierno reside en el pueblo, los gobiernos sirven a los sicópatas y los sociópatas en contra del pueblo que, estúpidamente, les eligió.

Más allá del latrocinio generalizado —sin culpas ni condenas— existente en la actualidad, hoy se está haciendo lo mismo en Siria, por más que los medios de los capitalistas vendan la falacia de que es un régimen criminal y todo eso que no se sostiene. Ya hemos vivido esto mismo, entre otros momentos recientes, cuando lo de Iraq, Afganistán o la antigua ExYugoslavia. Ninguno de esos países robados, saqueados y destruidos para muchos decenios, está mejor hoy que antes de ser «salvado», sino infinitamente peor: si eran ricos, hoy son misérrimos; si tenían orden, hoy son un caos; y si tuvieron futuro, hoy solamente pueden rogar por una muerte rápida y piadosa. Esta es la esencia real del capitalismo, el mismo que entretanto saquea el patrimonio de esos países, siembra la división y la violencia entre los ciudadanos a través de mercenarios sin responsabilidad criminal y sin escrúpulos de conciencia. Misma cosa que se puede decir de la Primavera Árabe. Todo, todo es una cuestión de negocio para el capitalismo.

En Siria, lo que subyace en la raíz del conflicto, son los intereses de las compañías petrolíferas de esas dictaduras medievales de Oriente Medio, como Catar y Kwait, Dubai y demás. Gasoductos que ya están terminados desde la parte turca hacia Europa y desde la frontera siria hacia los microestados sociales. De ahí vienen las armas, y de Occidente, porque es más barata y rentable una buena guerra que una pérdida del negocio. Cuestión de dinero: las vidas de esa gente no cotiza en Wall Street. Y por ese dinero, hoy se vuelven a empuñar los archiconocidos argumentos que justifiquen una agresión en toda regla para derribar al gobierno sirio, como ese de las armas de destrucción masiva y tal. Occidente, ante la implosión económica que está a punto de colapsarle a causa de la codicia extrema de su sistema ultracapitalista, ha visto en Siria una excelente oportunidad de salir de la crisis por la guerra, que es el método más eficaz y rápido de solucionar los problemas económicos y el desempleo que siempre ha usado Occidente.

«Los halcones del Pentágono desean la guerra y no puedo detenerlos», parece ser que Obama le ha dicho a Putin, intentando evitar una deseada III Guerra Mundial ante la amenaza de intervención de la coalición de la derecha occidental y la movilización del Ejército ruso que se puso en estado de guerra hace ya dos semanas. Los sables están en lo alto, y Occidente parece empeñado en llevarlo al último extremo, sumándose no solamente España —¿qué coño pintamos nosotros en esas guerras?— al ponerse en plan matón y venderle armas a los mercenarios que tratan de derribar el gobierno de El Assad, sino también Francia, quien se ha puesto bravucona y amenaza con intervenir aun como el Llanero Solitario, sin duda en plan humanitario.

Este es el capitalismo. En realidad, a los capitalistas nada más que les interesa vivir bien, y punto. Lo demás no les importa, ni les importa el sufrimiento ajeno. Una muerte en Boston o Nueva York vale por cientos de miles o millones de muertes en Oriente Medio. Los muertos del Imperio son indoloros, inodoros, insípidos: son muertes insignificantes porque eran vidas sin valor sustancial para sus arcas. Por más que muchos de estos occidentales se consideren cristianos, no tienen ni idea de lo que significa el cristianismo, sino más bien, con sus propios actos se significan como exactamente todo lo contrario. Esta es la derechona que me llama «ñángara», y esta la izquierda falaz montada por la derechona que me llama «ultra». Nuevamente, gracias a ambos por considerarme ajeno a ellos, de distinta naturaleza.

¿Realmente alguien puede ser tan necio como para creer que Dios concedería más valor a la vida de un neoyorkino o un británico que a la de un sirio, serbio, afgano o iraquí?… ¿Alguien puede ser tan estúpido como para creer que, de uno u otro modo, esos crímenes quedarán impunes y que se librarán del juicio?… ¿Acaso no queda claro que el mismo Dios debe ser un poco ñángara, en cuanto a la consideración de igualdad de todas las criaturas?… Ya se pueden poner las músicas blandorras que se quiera y flamear las banderas que les dé la gana en tantos emotivos actos de homenaje como crean convenientes, o ya pueden aplicarse las justificaciones o eximentes que quieran, porque me temo que esa factura deberá ser abonada.

Les guste o les displazca, con su aquiescencia o sin ella, sicópatas y sociópatas debieran saber que tenemos una doble vertiente, física y espiritual, y que paguemos o no aquí, hemos de responder de cada uno de nuestros actos, incluidos los más secretos que se verifiquen en nuestras conciencias o en nuestras verdaderas intenciones. Y precisamente por esto, permítanme cerrar este artículo con las palabras con que Qóholet concluye este pasaje del Eclesiastés que tanto me gusta, no solamente por su belleza literaria, sino también por la profundidad de sus afirmaciones: «Gózate, oh joven, en tu mocedad / y que tu corazón disfrute / en los días de tu juventud. / Sigue los caminos de tu corazón / y los deseos de tus ojos. / Pero no olvides que por todo esto / Dios te llamará a juicio.» Y es que Dios, ya digo, debe ser un poco ñángara.

Ñángara

Cuando muchos te den la razón, comienza a considerar dónde te equivocaste
Ángel Ruiz Cediel
miércoles, 5 de junio de 2013, 09:00 h (CET)
El comunismo fue un fracaso tan cruel como estrepitoso, y el socialismo un fiasco gracias a los capitalistas infiltrados y a los oportunistas que se sirvieron de él para enriquecerse o medrar. Ambos son sistemas fallidos que, sin embargo, no convierten al capitalismo en ninguna panacea. Si comunismo o socialismo tuvieron una oportunidad y la perdieron, acaso sea porque solamente ha sido una y durante muy poco tiempo; el capitalismo, sin embargo, ha gozado de una larga y continua oportunidad que se viene verificando desde que el mundo es esférico, y el número de guerras, víctimas, matanzas y vidas que ha destruido son sencillamente incontables. El único problema que tuvo el comunismo es su vano empeño en considerar la existencia como una mera cuestión biológica, negando al hombre su inalienable condición espiritual. Con todo, el cristianismo es esencialmente comunista, quien sabe si porque Dios es ñángara al considerar con exactamente el mismo valor de partida a todas las criaturas de su Creación.

Los insultos, cuando vienen según de quién, son todo un piropo. Hallarse del lado de los perversos no es ningún privilegio, y cuando son estos los que rebuscan en el diccionario epítetos que anhelan ser ofensivos, se convierten en mis oídos en adulaciones. «Ladran, luego cabalgamos», le decía don Quijote a Sancho Panza. Ciertos izquierdosos, ñángaras de pose progre y cacareadores de consignas que ni entienden, suelen llamarme «ultra», se supone que de la derechona más rancia y carpetovetónica, sin duda debido a mis valores morales cristianos y a mi concepción de la vida; y casi todos los partidarios de esa infumable, rancia y carpetovetónica derechona, suelen llamarme «nángara» precisamente por esos mismos valores cristianos y esa misma visión de la vida: a ambos grupos, gracias. Estar en la acera de enfrente de ellos, significa que voy por el buen camino.

Tal vez, lo que sucede es que la definición de izquierda y derecha quedó obsoleta. Por clarificar posturas, para mí de derechas es quel que cree que tiene derecho a todo, y los demás no; y de izquierdas quienes creen que tienen derecho a todo, y los demás también.

Hoy, ni siquiera es noticia que un hombre haya asesinado a un semejante por dinero, poder o dominio. Es algo que lamentablemente sucede todos los días, y damos por supuesto que para estos criminales, o las cosas y el poder están por encima incluso de la vida, o que sencillamente son sicópatas y sociópatas, seres que consideran que no tendrán que rendir cuentas por sus delitos. Pero es que tampoco es noticia ya el que un país o una gran empresa, sea para ganar dinero o por resolver un problema interno, cree artificialmente conflictos que generan destrucción, muerte y miseria, y además se lo vendan a sus propias poblaciones a través de sus medios de difusión como gestos humanitarios o de justicia social. Las compañías y los mismos Estados, cuando hacen esto, también se están conduciendo como sociópatas y sicópatas sin capacidad de empatía con el género humano. Esta es la derecha más derechona, la más abyecta de las tendencias naturales personales y sociales: el capitalismo en estado puro. Y estos, como los criminales individuales, consideran que no tendrán que rendir cuentas por ello, simplemente porque no hay nadie que los detenga, acaso creyendo en el fondo, como los otros sicópatas, que somos nada más que bichos biológicos sin ninguna condición espiritual.

Es demasiado larga la lista de los conflictos que se han desatado a causa de la codicia de los poderosos o las multinacionales, pero a la vez es extraordinariamente corta: todos los de la Historia. Estas son las bondades del capitalismo. Hoy lo sabemos demasiado bien en España, aunque no haya guerra oficialmente, porque lo estamos padeciendo: se salva a quienes roban y se condena a pagar los hurtos a quienes son robados; y mientras se supone que el poder del gobierno reside en el pueblo, los gobiernos sirven a los sicópatas y los sociópatas en contra del pueblo que, estúpidamente, les eligió.

Más allá del latrocinio generalizado —sin culpas ni condenas— existente en la actualidad, hoy se está haciendo lo mismo en Siria, por más que los medios de los capitalistas vendan la falacia de que es un régimen criminal y todo eso que no se sostiene. Ya hemos vivido esto mismo, entre otros momentos recientes, cuando lo de Iraq, Afganistán o la antigua ExYugoslavia. Ninguno de esos países robados, saqueados y destruidos para muchos decenios, está mejor hoy que antes de ser «salvado», sino infinitamente peor: si eran ricos, hoy son misérrimos; si tenían orden, hoy son un caos; y si tuvieron futuro, hoy solamente pueden rogar por una muerte rápida y piadosa. Esta es la esencia real del capitalismo, el mismo que entretanto saquea el patrimonio de esos países, siembra la división y la violencia entre los ciudadanos a través de mercenarios sin responsabilidad criminal y sin escrúpulos de conciencia. Misma cosa que se puede decir de la Primavera Árabe. Todo, todo es una cuestión de negocio para el capitalismo.

En Siria, lo que subyace en la raíz del conflicto, son los intereses de las compañías petrolíferas de esas dictaduras medievales de Oriente Medio, como Catar y Kwait, Dubai y demás. Gasoductos que ya están terminados desde la parte turca hacia Europa y desde la frontera siria hacia los microestados sociales. De ahí vienen las armas, y de Occidente, porque es más barata y rentable una buena guerra que una pérdida del negocio. Cuestión de dinero: las vidas de esa gente no cotiza en Wall Street. Y por ese dinero, hoy se vuelven a empuñar los archiconocidos argumentos que justifiquen una agresión en toda regla para derribar al gobierno sirio, como ese de las armas de destrucción masiva y tal. Occidente, ante la implosión económica que está a punto de colapsarle a causa de la codicia extrema de su sistema ultracapitalista, ha visto en Siria una excelente oportunidad de salir de la crisis por la guerra, que es el método más eficaz y rápido de solucionar los problemas económicos y el desempleo que siempre ha usado Occidente.

«Los halcones del Pentágono desean la guerra y no puedo detenerlos», parece ser que Obama le ha dicho a Putin, intentando evitar una deseada III Guerra Mundial ante la amenaza de intervención de la coalición de la derecha occidental y la movilización del Ejército ruso que se puso en estado de guerra hace ya dos semanas. Los sables están en lo alto, y Occidente parece empeñado en llevarlo al último extremo, sumándose no solamente España —¿qué coño pintamos nosotros en esas guerras?— al ponerse en plan matón y venderle armas a los mercenarios que tratan de derribar el gobierno de El Assad, sino también Francia, quien se ha puesto bravucona y amenaza con intervenir aun como el Llanero Solitario, sin duda en plan humanitario.

Este es el capitalismo. En realidad, a los capitalistas nada más que les interesa vivir bien, y punto. Lo demás no les importa, ni les importa el sufrimiento ajeno. Una muerte en Boston o Nueva York vale por cientos de miles o millones de muertes en Oriente Medio. Los muertos del Imperio son indoloros, inodoros, insípidos: son muertes insignificantes porque eran vidas sin valor sustancial para sus arcas. Por más que muchos de estos occidentales se consideren cristianos, no tienen ni idea de lo que significa el cristianismo, sino más bien, con sus propios actos se significan como exactamente todo lo contrario. Esta es la derechona que me llama «ñángara», y esta la izquierda falaz montada por la derechona que me llama «ultra». Nuevamente, gracias a ambos por considerarme ajeno a ellos, de distinta naturaleza.

¿Realmente alguien puede ser tan necio como para creer que Dios concedería más valor a la vida de un neoyorkino o un británico que a la de un sirio, serbio, afgano o iraquí?… ¿Alguien puede ser tan estúpido como para creer que, de uno u otro modo, esos crímenes quedarán impunes y que se librarán del juicio?… ¿Acaso no queda claro que el mismo Dios debe ser un poco ñángara, en cuanto a la consideración de igualdad de todas las criaturas?… Ya se pueden poner las músicas blandorras que se quiera y flamear las banderas que les dé la gana en tantos emotivos actos de homenaje como crean convenientes, o ya pueden aplicarse las justificaciones o eximentes que quieran, porque me temo que esa factura deberá ser abonada.

Les guste o les displazca, con su aquiescencia o sin ella, sicópatas y sociópatas debieran saber que tenemos una doble vertiente, física y espiritual, y que paguemos o no aquí, hemos de responder de cada uno de nuestros actos, incluidos los más secretos que se verifiquen en nuestras conciencias o en nuestras verdaderas intenciones. Y precisamente por esto, permítanme cerrar este artículo con las palabras con que Qóholet concluye este pasaje del Eclesiastés que tanto me gusta, no solamente por su belleza literaria, sino también por la profundidad de sus afirmaciones: «Gózate, oh joven, en tu mocedad / y que tu corazón disfrute / en los días de tu juventud. / Sigue los caminos de tu corazón / y los deseos de tus ojos. / Pero no olvides que por todo esto / Dios te llamará a juicio.» Y es que Dios, ya digo, debe ser un poco ñángara.

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