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A estas alturas del siglo y la tecnología, los libros sobreviven y sobrevivirán levantando sus banderas de papel durante muchos años

Los libros

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A estas alturas del siglo y la tecnología, los libros sobreviven y sobrevivirán levantando sus banderas de papel durante muchos años.

Los libros, y no me refiero solamente a los libros de ficción o poesía, también los libros de texto, los ensayos, las enciclopedias se van despidiendo de nuestra vida cotidiana para instalarse en otros soportes que tienen que ver más con las pantallas de todos los tamaños y colores. Es algo parecido a lo que le pasa a los periódicos digitales y en papel como éste en el que escribo, y sin embargo el mundo de la información nunca fue tan global, tan internacional, los distintos temas circulan por Internet al instante, sólo unos segundos después de haberse producido los hechos. Las palabras circulan publicadas de manera inmediata, unos microsegundos después de haberse dicho, escrito o pronunciado. Circulan las imágenes ya sean dibujos, pinturas, grafismos, fotografías también tras unos microsegundos después de haberse creado. Malos tiempos para la creación son estos en los que las obras se verán multiplicadas por miles de una manera gratuita y rápida sin un control que detecte la creación humana.

Es la ley del gran plagio, que apela a la ética profesional en esta ventana digital y gigantesca, es la ley de todo vale, todo es gratis porque no hay imprenta, ya no es necesaria, ni siquiera son necesarios los mejores profesionales. Tú creas un texto en Word, le cambias el tamaño de letra, le pones un color, le introduces imágenes y ya puede tener categoría de libro, con lo lentos que han sido siempre todos estos trámites.

Si la imprenta de Gutenberg fue una revolución informativa para su tiempo, Internet lo es también para el nuestro y en todos los países. En este momento es más fácil ponerle puertas al campo que cerrarlas a la red de redes. Si el género humano quisiera, y no quiere, podrían solucionarse muchos problemas relacionados con la organización del mundo. Mientras eso ocurre, si queremos que ocurra, los libros como parte de ese todo celebran que son un poco más libres aunque pierdan por su camino de estanterías el papel como lastre, justo en una semana muy importante para ellos como es la próxima Semana del Libro.

Los nostálgicos tocaremos y oleremos el papel de sus páginas. Nos dejaremos regalar y regalaremos algún que otro libro. Asistiremos a alguna presentación social y oficial de que el texto ya es público, como si se tratara de un protocolo sobradamente merecido de un objeto de culto compuesto por páginas y renglones varios. Sentiremos lo que se dice en unos, aplaudiremos lo que se dice en otros, compraremos alguno o prestaremos otro... Hasta buscaremos ese papel bendito para publicar algún proyecto nuestro que lo haga salir del papel del folio y lo convierta en papel editado y “sagrado”, aunque lleve emparejada la edición digital y moderna. Como nosotros, los libros compaginan la modernidad con la nostalgia.

Los libros

A estas alturas del siglo y la tecnología, los libros sobreviven y sobrevivirán levantando sus banderas de papel durante muchos años
Nieves Fernández
lunes, 15 de abril de 2013, 08:39 h (CET)
A estas alturas del siglo y la tecnología, los libros sobreviven y sobrevivirán levantando sus banderas de papel durante muchos años.

Los libros, y no me refiero solamente a los libros de ficción o poesía, también los libros de texto, los ensayos, las enciclopedias se van despidiendo de nuestra vida cotidiana para instalarse en otros soportes que tienen que ver más con las pantallas de todos los tamaños y colores. Es algo parecido a lo que le pasa a los periódicos digitales y en papel como éste en el que escribo, y sin embargo el mundo de la información nunca fue tan global, tan internacional, los distintos temas circulan por Internet al instante, sólo unos segundos después de haberse producido los hechos. Las palabras circulan publicadas de manera inmediata, unos microsegundos después de haberse dicho, escrito o pronunciado. Circulan las imágenes ya sean dibujos, pinturas, grafismos, fotografías también tras unos microsegundos después de haberse creado. Malos tiempos para la creación son estos en los que las obras se verán multiplicadas por miles de una manera gratuita y rápida sin un control que detecte la creación humana.

Es la ley del gran plagio, que apela a la ética profesional en esta ventana digital y gigantesca, es la ley de todo vale, todo es gratis porque no hay imprenta, ya no es necesaria, ni siquiera son necesarios los mejores profesionales. Tú creas un texto en Word, le cambias el tamaño de letra, le pones un color, le introduces imágenes y ya puede tener categoría de libro, con lo lentos que han sido siempre todos estos trámites.

Si la imprenta de Gutenberg fue una revolución informativa para su tiempo, Internet lo es también para el nuestro y en todos los países. En este momento es más fácil ponerle puertas al campo que cerrarlas a la red de redes. Si el género humano quisiera, y no quiere, podrían solucionarse muchos problemas relacionados con la organización del mundo. Mientras eso ocurre, si queremos que ocurra, los libros como parte de ese todo celebran que son un poco más libres aunque pierdan por su camino de estanterías el papel como lastre, justo en una semana muy importante para ellos como es la próxima Semana del Libro.

Los nostálgicos tocaremos y oleremos el papel de sus páginas. Nos dejaremos regalar y regalaremos algún que otro libro. Asistiremos a alguna presentación social y oficial de que el texto ya es público, como si se tratara de un protocolo sobradamente merecido de un objeto de culto compuesto por páginas y renglones varios. Sentiremos lo que se dice en unos, aplaudiremos lo que se dice en otros, compraremos alguno o prestaremos otro... Hasta buscaremos ese papel bendito para publicar algún proyecto nuestro que lo haga salir del papel del folio y lo convierta en papel editado y “sagrado”, aunque lleve emparejada la edición digital y moderna. Como nosotros, los libros compaginan la modernidad con la nostalgia.

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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