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Activando un mundo más humano, es posible corregir situaciones de injusticia y aplacar los conflictos

Hay que dejarse hermanar

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Estamos predestinados a tener que abrazarnos, si en verdad queremos confluir en los valores que construyen el proceder en común, con la única fuerza química que todos llevamos consigo, y que no es otra que la del amor. Hasta el mismo espíritu del universo, con su tabla periódica de elementos varios, nos descubre esa unidad armónica en la que se aglutinan sensaciones verdaderamente asombrosas, que nos hacen repensar sobre nuestro futuro como especie pensante; un porvenir que va a depender de nuestras acciones conjuntas, pero también de nuestras opciones morales colectivas.


Ciertamente, todas las culturas hemos de poner los recursos de la mente, tanto la energía intelectual como la espiritual, al servicio de nuestra historia, sabiendo que activando un mundo más humano, es posible corregir situaciones de injusticia y aplacar los conflictos.


Degradarse como linaje conlleva perder nuestra propia identidad, olvidarse de los valores primarios que nos consagran y dignifican, haciéndonos seres verdaderamente esclavos de nuestras miserias, que son muchas y abundantes, sobre todo cuando no se está convencido de la prioridad de la ética sobre la técnica o de la estética sobre nuestras andanzas, pues al fin y al cabo lo transcendente es el hálito sobre el cuerpo, o la persona sobre las cosas. Con razón, nuestras propias entrañas descansan cuando echan sus lamentos y el sufrimiento se satisface con sus lágrimas.


Insisto, insistiré mil veces mil de millones mil, que hay que dejarse abrazar por nuestra libre vocación constructora de existencias. Por ello, considero muy sugestivo que, con el propósito de crear conciencia a nivel mundial sobre las ciencias básicas y mejorar la educación en el ámbito científico con miras a optimizar la calidad de lo cotidiano de cada día, y de avanzar en materia de investigación y desarrollo, la Asamblea General de la ONU haya proclamado este 2019 como el Año Internacional de la Tabla Periódica de Elementos Químicos, con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como organismo encargado de su promoción.


En efecto, hace 150 años, el científico ruso Dmitry Ivanovich Mendeleev clasificó los elementos químicos conocidos hasta entonces en una tabla, abriendo con ella una ventana al universo, y desde ese momento, no sólo contamos con una herramienta que permite a los científicos analizar y prever las propiedades de la masa, tanto en la tierra como en el orbe, sino que también ayuda a unir los intelectos y las almas, precisamente porque saben más están llamados a servir mejor. No olvidemos que la ciencia avanza a pasos asistidos, no a saltos endiosados, ya que esto último sería una ruina total.


Si alrededor de la esencia habita el hogar de la ciencia, lo que nos injerta el deseo de amar, de abrazarse con todo el valor cultural y humano que ello supone, de sostenerse y acompañarse en tantos momentos difíciles de nuestra vida, de reír y llorar juntos, de compartir sentimientos en suma, para crecer humanamente. Todo ello, es una sintética ineludible, al menos para crecer por dentro y no hundirse jamás. El objetivo: salir al encuentro unos de otros, no encerrarse en uno mismo, donarse siempre. Desde luego, si estuviéramos más en este tipo de acciones, seguramente, se rebajaría la estadística de seis personas ahogadas cada día en el Mediterráneo en 2018.


En consecuencia, hemos de tomar otros estímulos más interiores, de abrirse, de compartir y de comunicarse entre nosotros. Nada es más enriquecedor que estar siempre dispuesto a la escucha, que trazar proyectos en común, que valorarse y valerse todos en uno y uno en todos, que fortalecer las relaciones y fortificar ese soplo de luz que nos hermana. Sea como fuere, me gusta esa química que nos hace familia, que nos ennoblece como humanidad y nos enaltece como poesía viva. Por desgracia, hoy el camino para mucha gente se hace duro, y es ahí, en esa realidad dolorosa cuando tenemos que ablandar los corazones, poniéndonos al servicio de esa ciudadanía que nos vierte con su mirada, un fuerte y silencioso dolor humano. Ya está bien de permanecer adormecidos y de no despertar en auxilio de quien nos llama desesperadamente.

Hay que dejarse hermanar

Activando un mundo más humano, es posible corregir situaciones de injusticia y aplacar los conflictos
Víctor Corcoba
jueves, 31 de enero de 2019, 08:33 h (CET)

Estamos predestinados a tener que abrazarnos, si en verdad queremos confluir en los valores que construyen el proceder en común, con la única fuerza química que todos llevamos consigo, y que no es otra que la del amor. Hasta el mismo espíritu del universo, con su tabla periódica de elementos varios, nos descubre esa unidad armónica en la que se aglutinan sensaciones verdaderamente asombrosas, que nos hacen repensar sobre nuestro futuro como especie pensante; un porvenir que va a depender de nuestras acciones conjuntas, pero también de nuestras opciones morales colectivas.


Ciertamente, todas las culturas hemos de poner los recursos de la mente, tanto la energía intelectual como la espiritual, al servicio de nuestra historia, sabiendo que activando un mundo más humano, es posible corregir situaciones de injusticia y aplacar los conflictos.


Degradarse como linaje conlleva perder nuestra propia identidad, olvidarse de los valores primarios que nos consagran y dignifican, haciéndonos seres verdaderamente esclavos de nuestras miserias, que son muchas y abundantes, sobre todo cuando no se está convencido de la prioridad de la ética sobre la técnica o de la estética sobre nuestras andanzas, pues al fin y al cabo lo transcendente es el hálito sobre el cuerpo, o la persona sobre las cosas. Con razón, nuestras propias entrañas descansan cuando echan sus lamentos y el sufrimiento se satisface con sus lágrimas.


Insisto, insistiré mil veces mil de millones mil, que hay que dejarse abrazar por nuestra libre vocación constructora de existencias. Por ello, considero muy sugestivo que, con el propósito de crear conciencia a nivel mundial sobre las ciencias básicas y mejorar la educación en el ámbito científico con miras a optimizar la calidad de lo cotidiano de cada día, y de avanzar en materia de investigación y desarrollo, la Asamblea General de la ONU haya proclamado este 2019 como el Año Internacional de la Tabla Periódica de Elementos Químicos, con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como organismo encargado de su promoción.


En efecto, hace 150 años, el científico ruso Dmitry Ivanovich Mendeleev clasificó los elementos químicos conocidos hasta entonces en una tabla, abriendo con ella una ventana al universo, y desde ese momento, no sólo contamos con una herramienta que permite a los científicos analizar y prever las propiedades de la masa, tanto en la tierra como en el orbe, sino que también ayuda a unir los intelectos y las almas, precisamente porque saben más están llamados a servir mejor. No olvidemos que la ciencia avanza a pasos asistidos, no a saltos endiosados, ya que esto último sería una ruina total.


Si alrededor de la esencia habita el hogar de la ciencia, lo que nos injerta el deseo de amar, de abrazarse con todo el valor cultural y humano que ello supone, de sostenerse y acompañarse en tantos momentos difíciles de nuestra vida, de reír y llorar juntos, de compartir sentimientos en suma, para crecer humanamente. Todo ello, es una sintética ineludible, al menos para crecer por dentro y no hundirse jamás. El objetivo: salir al encuentro unos de otros, no encerrarse en uno mismo, donarse siempre. Desde luego, si estuviéramos más en este tipo de acciones, seguramente, se rebajaría la estadística de seis personas ahogadas cada día en el Mediterráneo en 2018.


En consecuencia, hemos de tomar otros estímulos más interiores, de abrirse, de compartir y de comunicarse entre nosotros. Nada es más enriquecedor que estar siempre dispuesto a la escucha, que trazar proyectos en común, que valorarse y valerse todos en uno y uno en todos, que fortalecer las relaciones y fortificar ese soplo de luz que nos hermana. Sea como fuere, me gusta esa química que nos hace familia, que nos ennoblece como humanidad y nos enaltece como poesía viva. Por desgracia, hoy el camino para mucha gente se hace duro, y es ahí, en esa realidad dolorosa cuando tenemos que ablandar los corazones, poniéndonos al servicio de esa ciudadanía que nos vierte con su mirada, un fuerte y silencioso dolor humano. Ya está bien de permanecer adormecidos y de no despertar en auxilio de quien nos llama desesperadamente.

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