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Pude decirse sin temor a caer en la paradoja que toda política coherente y válida es ante todo idealista, en cuanto que está subordinada a una idea cuya actualización se propone. Ya se luche por la independencia del país, su integridad, su prestigio, su prosperidad, ya se luche por la felicidad de los hombres, la paz, la justicia, el confort, la libertad, la meta que se pretende alcanzar es un ideal, o sea una irrealidad.
La política que se pretende realista, intenta servir al hombre bajo esta premisa objetiva, y como no hay otro valor que éste, todos los medios utilizados son indiferentes, no existe ningún tabú. Al postularse el fin como un absoluto, y los medios como relativos a ese fin, la política realista escapa a la vacilación moral. De este modo la política se convierte en una pura y mera técnica. Los problemas que se le plantea no son morales, sino tácticos y técnicos.
Utilizar al Rey como actor forzado en la escena final de su opereta y ni siquiera anunciar una moción de confianza prueban que este hombre buscaba - sin mucho éxito - provocar a los malos, al enemigo, a los periodistas y tertulianos que forman parte de ese imaginario contubernio fascista que le quiere desalojar del poder.
En bastantes ocasiones he escrito sobre este pobre hombre que preside, para desgracia de todos, el gobierno de España. Y otras tantas le he tachado de cateto (solo hay que ver cómo se contonea, para exhibir su supuesta guapura), también de plagiador (porque ha plagiado más de una vez) y de embustero (porque ha mentido en innumerables ocasiones).
El 30 de abril de 1935 el embajador mexicano en Río de Janeiro, el conocido escritor Alonso Reyes Ochoa, informaba al gobierno de Lázaro Cárdenas del súbito interés brasileño en la resolución del conflicto entre Paraguay y Bolivia. El gobierno brasileño, invitado en Washington para participar con Argentina y Chile en la conferencia de Buenos Aires para pacificar el Chaco, declinó al principio este ofrecimiento.
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