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Corregir los fracasos eclesiales sin contar con la autoridad de la Biblia conduce al fracaso

Reforma eclesiá

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El obispo de Lleida Salvador Giménez iniciaba la glosa dominical del 23/09/2018, así: “El 20 del mes pasado el papa Francisco publicaba una carta dirigida a todo el pueblo de Dios con motivo del escándalo sexual de algunos clérigos sobre fieles a su cargo, de forma especial sobre menores de edad. Reconocía el pecado y los delitos de miembros de la Iglesia, pedía perdón a las víctimas en nombre de todos los católicos, sentía vergüenza y arrepentimiento por los daños causados, deseaba colaborar y generar una cultura capaz de evitar situaciones similares y pedía conversión personal concretada en la penitencia y la plegaria de todos hacia todos”.


Me da la sensación que la consternación que hoy manifiesta la clerecía católica ante el escándalo de los abusos sexuales de menores no es sincera. Mientras se silenciaban dichas atrocidades y no se hacían públicos de manera generalizada como ocurre hoy, se tapaban y se enviaba a los clérigos responsables de haberlas cometido a otra parroquia en donde no se le conociese. Aquí no ha ocurrido nada. Se preservaba la honorabilidad de la Iglesia. Ahora, con la difusión que se hace de las fechorías clericales y jerárquicas católicas, el escándalo se ha hecho demasiado grande como para intentar taparlo. Palabras de Jesús: “Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse” (Luca 2: 2).Cuando el obispo leridano escribe: “Es cierto que es pequeño el porcentaje de los abusadores comparado con la totalidad, que muchas otras instituciones han tenido problemas parecidos, que nadie acostumbra a pedir perdón por hechos del pasado y de responsabilidad individual, que en todos los sectores y organizaciones sociales han ocurrido los mismos abusos, que los medios de comunicación magnifican los hechos que hacen referencia a los católicos, que es un ataque frontal contra nuestra Iglesia”, está intentando minimizar su responsabilidad porque otros hacen lo mismo. A pesar que los ataques puedan ser interesados, el obispo leridano y todos los clérigos que piensan como él deberían dar gracias a Cristo único Señor y Salvador de la Iglesia de que los medios de comunicación destapen la corrupción que circula por el alcantarillado de la Iglesia católica. Jesús nos advierte de que antes de intentar quitar la mota del ojo del vecino debemos quitarnos la biga que hay en el nuestro. Sin verdadero arrepentimiento no se da la regeneración eclesial.

La glosa dominical del obispo de Lleida gira alrededor de la carta papal que menciona, pero, ¿qué tiene que decir Jesús que es el Señor y Salvador de la Iglesia? El mal que se hace a una persona va más allá de la persona perjudicada. Cuando Jesús se apareció a Saulo de Tarso en su viaje a Damasco para encarcelar a los cristianos residentes en la ciudad, le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?…Yo soy Jesús el que tú persigues” (Hechos 9: 4,5). Perjudicar a una persona es lo mismo que hacerlo a Jesús. El Señor es muy sensible al dolor que se causa al prójimo. Refiriéndose a las naciones que expoliaron a Israel el profeta dice: “Quien os toca, toca a la niña de su ojo (de Dios) (Zacarías 2: 8). Ni en la glosa dominical del obispo de Lleida ni en la carta del papa no aparece ninguna referencia clara de pedir perdón a Jesús por haber tocado la niña de Dios.

He leído la carta del papa que menciona el obispo de Lleida. Reproduzco la conclusión porque refleja la doctrina de la Iglesia católica: “Si un miembro sufre, todos sufren con él”, nos decía san Pablo. Por medio de la actitud orante y penitencial podemos entrar en sintonía personal y comunitaria con esta exhortación para que crezca entre nosotros el don de la compasión, de la justicia, de la prevención y reparación. María supo estar al pie de la cruz de su Hijo. No lo hizo de cualquier manera, sino que estuvo firmemente de pie a su lado. Con esta postura manifiesta su modo de estar en la vida. Cuando experimentamos la desolación que nos produce estas llagas eclesiales, con María nos hará bien “instar en la oración” (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales,319), buscando crecer más en amor y fidelidad a la Iglesia. Ella, la primera discípula, nos enseña a todos los discípulos como hemos de detenernos ante el sufrimiento del inocente, sin evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender a descubrir dónde y cómo tiene que estar el discípulo de Cristo.

A Cristo por María es el remedio que el papa Francisco ofrece para poner fin a los escándalos sexuales que se producen en el seno de la Iglesia católica. Lo que debería descubrir el papa y los doctores de la Santa Madre Iglesia es lo que el apóstol Pablo dice sobre la Iglesia de Cristo: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2: 19-22). Si al cimiento de la Iglesia que es Jesús se le añade algún elemento extraño como es María se le introduce un principio de debilidad que conduce al derribo del edificio eclesial porque se le ha introducido el germen de la corrupción. La corrupción manifiesta que se extiende como mancha de aceite desde la cabeza a los pies de la Iglesia católica es una evidencia que no se edifica sobre la Roca. Ha llegado el momento de que, entre otros, los acosadores sexuales de menores se arrepientan a Jesús de sus pecados para que Cristo la piedra rechazada por los edificadores vuelva a ocupar el lugar que le corresponde en el fundamento de la Iglesia y con su caminar en santidad dejen de dañar la niña del ojo del Señor.

Reforma eclesiá

Corregir los fracasos eclesiales sin contar con la autoridad de la Biblia conduce al fracaso
Octavi Pereña
martes, 16 de octubre de 2018, 09:10 h (CET)

El obispo de Lleida Salvador Giménez iniciaba la glosa dominical del 23/09/2018, así: “El 20 del mes pasado el papa Francisco publicaba una carta dirigida a todo el pueblo de Dios con motivo del escándalo sexual de algunos clérigos sobre fieles a su cargo, de forma especial sobre menores de edad. Reconocía el pecado y los delitos de miembros de la Iglesia, pedía perdón a las víctimas en nombre de todos los católicos, sentía vergüenza y arrepentimiento por los daños causados, deseaba colaborar y generar una cultura capaz de evitar situaciones similares y pedía conversión personal concretada en la penitencia y la plegaria de todos hacia todos”.


Me da la sensación que la consternación que hoy manifiesta la clerecía católica ante el escándalo de los abusos sexuales de menores no es sincera. Mientras se silenciaban dichas atrocidades y no se hacían públicos de manera generalizada como ocurre hoy, se tapaban y se enviaba a los clérigos responsables de haberlas cometido a otra parroquia en donde no se le conociese. Aquí no ha ocurrido nada. Se preservaba la honorabilidad de la Iglesia. Ahora, con la difusión que se hace de las fechorías clericales y jerárquicas católicas, el escándalo se ha hecho demasiado grande como para intentar taparlo. Palabras de Jesús: “Porque nada hay encubierto, que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse” (Luca 2: 2).Cuando el obispo leridano escribe: “Es cierto que es pequeño el porcentaje de los abusadores comparado con la totalidad, que muchas otras instituciones han tenido problemas parecidos, que nadie acostumbra a pedir perdón por hechos del pasado y de responsabilidad individual, que en todos los sectores y organizaciones sociales han ocurrido los mismos abusos, que los medios de comunicación magnifican los hechos que hacen referencia a los católicos, que es un ataque frontal contra nuestra Iglesia”, está intentando minimizar su responsabilidad porque otros hacen lo mismo. A pesar que los ataques puedan ser interesados, el obispo leridano y todos los clérigos que piensan como él deberían dar gracias a Cristo único Señor y Salvador de la Iglesia de que los medios de comunicación destapen la corrupción que circula por el alcantarillado de la Iglesia católica. Jesús nos advierte de que antes de intentar quitar la mota del ojo del vecino debemos quitarnos la biga que hay en el nuestro. Sin verdadero arrepentimiento no se da la regeneración eclesial.

La glosa dominical del obispo de Lleida gira alrededor de la carta papal que menciona, pero, ¿qué tiene que decir Jesús que es el Señor y Salvador de la Iglesia? El mal que se hace a una persona va más allá de la persona perjudicada. Cuando Jesús se apareció a Saulo de Tarso en su viaje a Damasco para encarcelar a los cristianos residentes en la ciudad, le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?…Yo soy Jesús el que tú persigues” (Hechos 9: 4,5). Perjudicar a una persona es lo mismo que hacerlo a Jesús. El Señor es muy sensible al dolor que se causa al prójimo. Refiriéndose a las naciones que expoliaron a Israel el profeta dice: “Quien os toca, toca a la niña de su ojo (de Dios) (Zacarías 2: 8). Ni en la glosa dominical del obispo de Lleida ni en la carta del papa no aparece ninguna referencia clara de pedir perdón a Jesús por haber tocado la niña de Dios.

He leído la carta del papa que menciona el obispo de Lleida. Reproduzco la conclusión porque refleja la doctrina de la Iglesia católica: “Si un miembro sufre, todos sufren con él”, nos decía san Pablo. Por medio de la actitud orante y penitencial podemos entrar en sintonía personal y comunitaria con esta exhortación para que crezca entre nosotros el don de la compasión, de la justicia, de la prevención y reparación. María supo estar al pie de la cruz de su Hijo. No lo hizo de cualquier manera, sino que estuvo firmemente de pie a su lado. Con esta postura manifiesta su modo de estar en la vida. Cuando experimentamos la desolación que nos produce estas llagas eclesiales, con María nos hará bien “instar en la oración” (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales,319), buscando crecer más en amor y fidelidad a la Iglesia. Ella, la primera discípula, nos enseña a todos los discípulos como hemos de detenernos ante el sufrimiento del inocente, sin evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender a descubrir dónde y cómo tiene que estar el discípulo de Cristo.

A Cristo por María es el remedio que el papa Francisco ofrece para poner fin a los escándalos sexuales que se producen en el seno de la Iglesia católica. Lo que debería descubrir el papa y los doctores de la Santa Madre Iglesia es lo que el apóstol Pablo dice sobre la Iglesia de Cristo: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2: 19-22). Si al cimiento de la Iglesia que es Jesús se le añade algún elemento extraño como es María se le introduce un principio de debilidad que conduce al derribo del edificio eclesial porque se le ha introducido el germen de la corrupción. La corrupción manifiesta que se extiende como mancha de aceite desde la cabeza a los pies de la Iglesia católica es una evidencia que no se edifica sobre la Roca. Ha llegado el momento de que, entre otros, los acosadores sexuales de menores se arrepientan a Jesús de sus pecados para que Cristo la piedra rechazada por los edificadores vuelva a ocupar el lugar que le corresponde en el fundamento de la Iglesia y con su caminar en santidad dejen de dañar la niña del ojo del Señor.

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