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Crónica del Festival VII

Sitges 2018: Pulsiones

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Una mujer aparece en el metro de Varsovia caminando por las vías. Dos años después, a partir de un programa de televisión, es reclamada por su familia. Alicja, cuyo nombre original era Kinga, vuelve al entorno familiar donde le esperan un marido y un hijo de quienes apenas recuerda nada pero que irán, poco a poco, abriendo la puerta del conflicto oculto en su interior.

Fuga, la última y perturbadora película de la polaca Agnieszka Smoczynska, directora del musical inspirado en La sirenita titulado The lure (2015), traza una parábola en clave fantástica sobre la escisión de la mujer de su rol de esposa y madre en favor de un retrato de lo femenino ingobernado, iracundo, libre y en consecuencia incómodo en la sociedad.

Y lo hace enraizando su película al misterio de lo inconsciente, a aquello extraño y poderoso que late por debajo de una realidad pactada como estable por todos, pero que en Fuga se revela como una mera convención. Las secuencias en las que la imponente actriz Gabriela Muskala (guionista además de la película) emerge del agua o camina por la tierra en una fotografía en tonos azules y oscuros conectan con algo ajeno a la trama pero vivo: el instinto de huida, la necesidad de emerger hacia la superficie, la angustia de la pérdida que late en el fino perfil que separa el mundo conocido del de "el otro lado del espejo", tanto como el estado de la cordura del de la enajenación.

Sobre estas dualidades entre el interior y el exterior, universos en constante batalla, avanza Fuga en una aguda e implacable reflexión acerca del matrimonio y la maternidad. Parte de su poder es la complejidad emocional con que aborda el reencuentro entre la pareja formada por Muskala y su marido (el también magnífico Lukasz Simlat) y entre Alicja y su hijo. Un espacio abierto para el contacto con la ternura, la recuperación del deseo y la suavidad de lo íntimo lograda a partir de una gestualidad que contiene y libera al mismo tiempo, generando una turbadora energía en el choque. Multitud de detalles inesperados arropan cada escena, entre ellos un uso de las manos y del cuerpo que transmiten el desamparo emocional y la importancia del contacto físico con enorme precisión. Cuenta Agnieszka Smoczynska que trabajó con la coreógrafa Kaya Koldziejczyk, de The Lure, también en esta película. A parte de esa extraña y fabulosa escena de baile en la que Krzysztof y Alicja se acercan, la presencia de la actriz y sus movimientos en toda la película están abordados con una voluntad coreográfica aunque desde un concepto minimalista. Pero esa despaciosidad al andar por la casa, esa sensualidad al tocar con una mano, que por momentos evoca esas manos carnosas de Bergman que ponen en contacto los cuerpos, desprenden, sin usar palabras, lo felino de esta mujer desdoblada en sí misma —aniquilada y renacida en sí misma—, lo humano que late en ella buscando el centro de su identidad.

En cierta manera, Fuga es una película sobre el tema del doppelgänger que captura algo esencial en la configuración de la mujer contemporánea —y no sólo— en relación a las expectativas de los demás y las necesidades propias de no ocupar un papel diseñado por otros, entroncado en un histórico relato (fundacional en la religión) cuya ruptura conlleva el desamparo. Pero sobre todo Fuga cautiva, porque consigue, en una alianza inspirada entre narrativa, puesta en escena, movimiento físico, envolvencia del color y profundidad del sonido, traspasar las barreras de la aprehensión racional de la imagen en pantalla para sacudir aquello en nosotros que carece de lenguaje, lo más antiguo, puede que también lo más oscuro, ese magma que, igual que a Alicja, nos mueve de formas insospechadas.

Sitges 2018: Pulsiones

Crónica del Festival VII
Ana Rodríguez
sábado, 13 de octubre de 2018, 00:00 h (CET)

Una mujer aparece en el metro de Varsovia caminando por las vías. Dos años después, a partir de un programa de televisión, es reclamada por su familia. Alicja, cuyo nombre original era Kinga, vuelve al entorno familiar donde le esperan un marido y un hijo de quienes apenas recuerda nada pero que irán, poco a poco, abriendo la puerta del conflicto oculto en su interior.

Fuga, la última y perturbadora película de la polaca Agnieszka Smoczynska, directora del musical inspirado en La sirenita titulado The lure (2015), traza una parábola en clave fantástica sobre la escisión de la mujer de su rol de esposa y madre en favor de un retrato de lo femenino ingobernado, iracundo, libre y en consecuencia incómodo en la sociedad.

Y lo hace enraizando su película al misterio de lo inconsciente, a aquello extraño y poderoso que late por debajo de una realidad pactada como estable por todos, pero que en Fuga se revela como una mera convención. Las secuencias en las que la imponente actriz Gabriela Muskala (guionista además de la película) emerge del agua o camina por la tierra en una fotografía en tonos azules y oscuros conectan con algo ajeno a la trama pero vivo: el instinto de huida, la necesidad de emerger hacia la superficie, la angustia de la pérdida que late en el fino perfil que separa el mundo conocido del de "el otro lado del espejo", tanto como el estado de la cordura del de la enajenación.

Sobre estas dualidades entre el interior y el exterior, universos en constante batalla, avanza Fuga en una aguda e implacable reflexión acerca del matrimonio y la maternidad. Parte de su poder es la complejidad emocional con que aborda el reencuentro entre la pareja formada por Muskala y su marido (el también magnífico Lukasz Simlat) y entre Alicja y su hijo. Un espacio abierto para el contacto con la ternura, la recuperación del deseo y la suavidad de lo íntimo lograda a partir de una gestualidad que contiene y libera al mismo tiempo, generando una turbadora energía en el choque. Multitud de detalles inesperados arropan cada escena, entre ellos un uso de las manos y del cuerpo que transmiten el desamparo emocional y la importancia del contacto físico con enorme precisión. Cuenta Agnieszka Smoczynska que trabajó con la coreógrafa Kaya Koldziejczyk, de The Lure, también en esta película. A parte de esa extraña y fabulosa escena de baile en la que Krzysztof y Alicja se acercan, la presencia de la actriz y sus movimientos en toda la película están abordados con una voluntad coreográfica aunque desde un concepto minimalista. Pero esa despaciosidad al andar por la casa, esa sensualidad al tocar con una mano, que por momentos evoca esas manos carnosas de Bergman que ponen en contacto los cuerpos, desprenden, sin usar palabras, lo felino de esta mujer desdoblada en sí misma —aniquilada y renacida en sí misma—, lo humano que late en ella buscando el centro de su identidad.

En cierta manera, Fuga es una película sobre el tema del doppelgänger que captura algo esencial en la configuración de la mujer contemporánea —y no sólo— en relación a las expectativas de los demás y las necesidades propias de no ocupar un papel diseñado por otros, entroncado en un histórico relato (fundacional en la religión) cuya ruptura conlleva el desamparo. Pero sobre todo Fuga cautiva, porque consigue, en una alianza inspirada entre narrativa, puesta en escena, movimiento físico, envolvencia del color y profundidad del sonido, traspasar las barreras de la aprehensión racional de la imagen en pantalla para sacudir aquello en nosotros que carece de lenguaje, lo más antiguo, puede que también lo más oscuro, ese magma que, igual que a Alicja, nos mueve de formas insospechadas.

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