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Dios es grande

Sin la presencia del Padre de nuestro Señor Jesucristo las mujeres violadas difícilmente superarán el trauma de la fechoría cometida contra ellas
Octavi Pereña
martes, 21 de agosto de 2018, 10:14 h (CET)
Edward T. Welch en su libro Cuando la gente es grande Dios es pequeño, cita el testimonio de dos mujeres violadas: “Me siento como si llevara un anuncio de neón en la frente que dice que fui violada por mi tío”, dice una de ellas. La otra víctima afirma: “Tengo miedo de abrir la boca cuando estoy con otras personas. Si la abro saldrá vil inmundicia”. Estas dos dolorosas expresiones declaran claramente que sienten vergüenza de haber sido violadas, como si hubiesen sido ellas las culpables de la violación. Además se añade el estigma social de ser consideradas culpables de la violación.

Las secuelas de la violación como sucede con las víctimas del terrorismo o de un cataclismo, se intentan paliar sus efectos con tratamiento sicológico. La intención puede ser muy buena, lo cierto es que las cicatrices que dejan la herida no se borran de la memoria.

¿Qué lugar ocupa Dios en la mujer violada? Creer en Dios no significa que libere de situaciones indeseadas como puede ser la violación. La fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo da la fuerza que impide hundirse y arrastrar a lo largo de la vida el recuerdo de un suceso que se desea no hubiese sucedido. Muchos se preguntan: ¿Dónde estaba Dios en el momento en que una mujer era violada? ¿Dios estaba presente en el momento de cometerse el acto criminal. ¿Por qué lo permitió Dios? No lo sé. Ahora que tenemos un conocimiento muy limitado de los hechos debemos enmudecer y no acusar a Dios cuando desconocemos toda la verdad. Nos guste o no, lo cierto es que vivimos en un mundo que Dios maldijo debido al pecado de Adán. Por eso se dan situaciones tan indeseadas como las que La Manada representan.

El violador, con su locuacidad hace creer que la víctima es la culpable de la violación. Que ella se lo ha buscado. Esta culpabilidad que no es tal persigue a la víctima a lo largo de los años. No puede olvidar el terror que sintió en el momento que víctima del ataque indecente. Cuando el violador a los ojos de la víctima es GRANDE Dios es pequeño o inexistente. Cuando la víctima ve al violador como un gigante y Dios como un enano no podrá olvidar fácilmente el trauma por el que ha pasado porque se encuentra indefensa. No sabe dónde ir a buscar ayuda. Los depredadores sexuales existen porque han tergiversado el sentido que tiene el sexo. Además de la procreación sirve para que un hombre y una mujer sean uno en el matrimonio. Es un misterio que Dios ha revelado. Debido a que no se tiene en cuenta el propósito de Dios respecto al sexo, ocurre lo que ocurre. El sexo en lugar de ser una fuente de gozo se convierte en un manantial de dolor. Aun cuando los jueces juzguen correctamente los casos de violación y dicten la sentencia que merece la fechoría, a pesar de las manifestaciones anti, las violaciones persistirán porque el pecado ha hecho perder el sentido de decoro. Una vez perdido todo es posible.

Las palabras del profeta Jeremías que comentaremos pueden hacer desaparecer el sentimiento de culpabilidad, de suciedad, en la mujer violada si por la fe en Jesús que es la máxima expresión del amor de Dios, las cree. El título de este escrito Dios es grande, no tiene nada que ver con “Alá es grande”. >Alá es un dios de fabricación humana incapaz de purificar a la mujer ensuciada por la violación.

El profeta escribe: “Así ha dicho el Señor: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los secadales del desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (17: 5,6). Cuando el Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo se convierte en un enano, la gente se hace grande. Esto es lo que ocurre en la violación. Si la violada no tiene una fe firme en Jesús que revela al Padre celestial, el violador es como un gigante que la somete a su poder a placer. Emocionalmente se somete a la supremacía machista. No puede quitarse de la cabeza la afrenta que le persigue como si fuese su propia sombra. Dondequiera que vaya allí se encuentra con su violador. Este recuerdo que no puede borrar la consume. La descripción que hace el profeta Jeremías de la persona que confía en el hombre es perfectamente aplicable a la mujer violada que no puede borrar la imagen del violador.

Pero el profeta no se queda con la imagen del hombre que confía en el ser humano. Sigue escribiendo: “Bendito el varón que confía en el Señor, cuya confianza es el Señor. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que al lado de la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde, y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (vv. 7,8). La imagen de la persona que confía en el Señor es totalmente distinta de la del que confía en el hombre. Esta describe un desierto. La otra un jardín bien regado, todo el año verde. El profeta no se olvida decir que la vida del creyente no siempre es felicidad plena. “En el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”. El año de sequía bien puede significar violación. En este caso la mujer violada es como el árbol plantado junto a las aguas. La fechoría cometida contra ella no quebranta su fe en el Señor. Dios es GRANDE para ella y el violador se convierte en un enano que ha perdido el poder que tenía sobre ella. El espectro de la violación se ha esfumado con la misma facilidad con que la neblina matinal desaparece al calor del sol naciente. Pase lo que pase, el gozo del Señor siempre acompaña a la persona para quien Dios es GRANDE

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