En aquellos días inicié una aventura a instancias de un buen amigo. Se trataba de “meter en verea” al hijo del jefe de maquinas de un barco mercante que hacía su singladura entre Sevilla, Barcelona, Islas Canarias y de nuevo a Sevilla. Llevaba coches y traía plátanos.
Al presentarme al capitán, este, muy orgulloso, me enseño la imagen de una Virgen del Carmen que se encontraba al lado del puente. Me dijo “esta luz es la única que no se apaga jamás en mi barco”. Y me acogió con cariño. Aproveché aquellas tres semanas “de luz” para aconsejar a aquel chaval que hoy se ha convertido en un excelente padre de familia. Esa luz es la que ilumina a toda la gente de la mar de las distintas costas españolas llenas de capillas y templos con su imagen. En cada una de ellas, desde las lejanas Islas Canarias hasta las costas catalanas, pasando por los miles de pueblos marineros que circundan nuestras costas, la pasean por la mar a mediados de Julio. Los pescadores de altura, de copos, de traineras, de bacas, de trasmallos, jabegas, traíñas, etc., se reúnen junto a los viejos marengos alrededor de la Reina de los Mares; esté la mar blanca o brame el temporal. A ellos les da lo mismo. Los pobres curas que se embarcan con amor y temblor pasan un mal rato, pero acaban por disfrutar lo mismo que cuantos seguimos la procesión embarcados, nadando o caminando por la playa.
Esta devoción a la Virgen del Carmen nace del monte Carmelo, allá por Israel, donde la Virgen se le apareció a un inglés en medio de las cruzadas en el siglo XIII. Le entregó el hábito y el escapulario y allí montó el primer convento de la orden. Posteriormente la oración de los marinos ante sus escapularios en momentos difíciles y su posterior salvación del peligro, les hizo hacerse devotos de la Virgen del Carmen hasta el punto de que el Papa Sixto V la incluyó en las letanías.
La Virgen del Carmen tiene sus mediadores en todos los conventos de Carmelitas que dedican sus oraciones y sacrificios a la salvación de un mundo que apenas les comprende. Yo sigo navegando por la vida bajo la especial influencia de las carmelitas descalzas de San Fernando. Se que ellas no se olvidan de mi familia… ni del resto del mundo. Tienen amor para todos.
Seguiré diciendo con mis amigos de la mar: “Salve Reina de los Mares”. Qué no nos falte nunca tu luz.
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