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J. Morales, Girona

No oculta los problema

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Al comenzar el milenio, recordaba con alegría el sinnúmero de eventos y experiencias positivas de los años de preparación del jubileo, desde la importante purificación de la memoria, al redescubrimiento de la santidad en la multitud de testigos de la fe: santos y mártires tan antiguos y tan cercanos. Pero concluía con una mirada al porvenir: “si quisiéramos individuar el núcleo esencial de la gran herencia que nos deja, no dudaría en concretarlo en la contemplación del rostro de Cristo (…) Ahora tenemos que mirar hacia adelante, debemos ‘remar mar adentro’, confiando en la palabra de Cristo: Duc in altum! Lo que hemos hecho este año no puede justificar una sensación de dejadez y menos aún llevarnos a una actitud de desinterés. Al contrario, las experiencias vividas deben suscitar en nosotros un dinamismo nuevo”.



A ese impulso de la vida cristiana invita el papa Francisco, en un momento del año muy apropiado, porque la liturgia canta a diario la exultación de la Pascua, reviviendo la reacción de los primeros: “los discípulos se alegraron de ver al Señor” (Juan, 20, 20). El misterio de la Resurrección, con la promesa radical de Jesús –“he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20)- constituyen fuerzas inspiradoras del caminar optimista del cristiano en la tierra.



No oculta los problemas. No cree en fórmulas mágicas, en soluciones únicas, en recetas unívocas. El santo no es un superhombre. Justamente porque acepta sin fisuras la primacía de la gracia en todos los aspectos de la vida. Aunque suponga ir a contracorriente de tantas manifestaciones de la cultura contemporánea. Por eso el papa Francisco, con sentido pedagógico, no deja de referirse a los enemigos de la santidad, de la alegría cristiana, y dedica cierto espacio a una descripción práctica –preventiva, no académica- de dos grandes tentaciones: el neopelagianismo y el neognosticismo.

No oculta los problema

J. Morales, Girona
Lectores
sábado, 26 de mayo de 2018, 10:16 h (CET)

Al comenzar el milenio, recordaba con alegría el sinnúmero de eventos y experiencias positivas de los años de preparación del jubileo, desde la importante purificación de la memoria, al redescubrimiento de la santidad en la multitud de testigos de la fe: santos y mártires tan antiguos y tan cercanos. Pero concluía con una mirada al porvenir: “si quisiéramos individuar el núcleo esencial de la gran herencia que nos deja, no dudaría en concretarlo en la contemplación del rostro de Cristo (…) Ahora tenemos que mirar hacia adelante, debemos ‘remar mar adentro’, confiando en la palabra de Cristo: Duc in altum! Lo que hemos hecho este año no puede justificar una sensación de dejadez y menos aún llevarnos a una actitud de desinterés. Al contrario, las experiencias vividas deben suscitar en nosotros un dinamismo nuevo”.



A ese impulso de la vida cristiana invita el papa Francisco, en un momento del año muy apropiado, porque la liturgia canta a diario la exultación de la Pascua, reviviendo la reacción de los primeros: “los discípulos se alegraron de ver al Señor” (Juan, 20, 20). El misterio de la Resurrección, con la promesa radical de Jesús –“he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20)- constituyen fuerzas inspiradoras del caminar optimista del cristiano en la tierra.



No oculta los problemas. No cree en fórmulas mágicas, en soluciones únicas, en recetas unívocas. El santo no es un superhombre. Justamente porque acepta sin fisuras la primacía de la gracia en todos los aspectos de la vida. Aunque suponga ir a contracorriente de tantas manifestaciones de la cultura contemporánea. Por eso el papa Francisco, con sentido pedagógico, no deja de referirse a los enemigos de la santidad, de la alegría cristiana, y dedica cierto espacio a una descripción práctica –preventiva, no académica- de dos grandes tentaciones: el neopelagianismo y el neognosticismo.

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