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Queda un clamor que señala a la URJC como una universidad de segunda

En defensa de la URJC

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Presuntamente, se ha cometido una ilegalidad y una tropelía que salpica a Cristina Cifuentes y a la Universidad Rey Juan Carlos. Los grandes perjudicados no son ni la presidenta de la Comunidad de Madrid ni el rector: somos los estudiantes.


Lunes, 9 de abril, en el campus de Vicálvaro de Madrid, centenas de estudiantes exigen “que la mafia se vaya de la universidad” y aseveran que “no se van a permitir chanchullos en la universidad”. El jueves, 12, un grupo más numeroso conquista la céntrica Puerta del Sol para reivindicar lo mismo. La génesis de esta ira estudiantil y de las chanzas virtuales se remontan a que, parece ser, que a Cristina Cifuentes le han regalado un título de máster, amén de haber desvanecido las rigurosidades administrativas a las que nos sometemos todos los ciudadanos que nos zambullimos en los laberintos de las administraciones públicas.


Ríos de tinta y litros de saliva han descrito con gran precisión qué ha sucedido en la URJC con Cifuentes. No obstante, tras este vodevil, queda un clamor que señala a la URJC como una universidad de segunda. No ayudan los titulares de varios diarios que pretenden desacreditar a esta universidad por intereses que nunca comprenderé. Cada vez parece más evidente que ha habido funcionarios que han regalado un máster a la presidenta autonómica —habrá que esperar a la Fiscalía—; pero esto no es óbice para sentenciar que eso no es la URJC.


La URJC son todos los profesores que han pasado delante de mí, con numerosos libros académicos sobre sus espaldas. La URJC son los profesores que nos llevan a junio con un 4,9. La URJC son mis compañeros de la universidad: gente trabajadora, aplicada y con ganas de comerse el mundo. La URJC es una educación exquisita desde la universidad pública. La URJC es profesores que te brindan su tiempo fuera de clase para responder dudas o engrosar tus conocimientos. La URJC son cuatro o cinco años de constante estudio y esfuerzo, en ocasiones sorteando primeras pericias laborales. La URJC no es Álvarez Conde; son tantos profesores que tratan de que elevemos nuestras miras allende el temario de la Guía Docente. La URJC no es ni Cristina Cifuentes ni Pablo Casado; la URJC son mis compañeros que alean entusiasmo y disciplina para que, el día de mañana, puedan tener un puesto acorde a sus estudios.


El caso Cifuentes despierta una mayúscula indignación, pues los beneficiados de estas tropelías son los mismos que “malpagan” a los profesores asociados que, desde su vocación altruista y pedagógica, no reciben más de setecientos euros al mes. También enciende una cólera inusitada en cientos de familias, a los que les subieron las tasas del máster por un 124%, dejando fuera de las aulas a cerca de 4.000 alumnos. Este caso revela que todos los derechos que con tanto valor y braveza consiguieron nuestros abuelos y nuestros padres pueden convertirse en cortijos de la ralea política que nos gobierna.


Si no nos pueden regalar un máster, siempre quedará inventarse una licenciatura en Matemáticas o Pedagogía o un par de posgrados en Harvard. En vez de reformar la educación pública para que las universidades públicas sean la vanguardia del país, algunos de nuestros políticos nos presentan otro tipo de alternativas. Gracias (nótese sarcasmo).

En defensa de la URJC

Queda un clamor que señala a la URJC como una universidad de segunda
Marcos Carrascal Castillo
domingo, 15 de abril de 2018, 11:37 h (CET)

Presuntamente, se ha cometido una ilegalidad y una tropelía que salpica a Cristina Cifuentes y a la Universidad Rey Juan Carlos. Los grandes perjudicados no son ni la presidenta de la Comunidad de Madrid ni el rector: somos los estudiantes.


Lunes, 9 de abril, en el campus de Vicálvaro de Madrid, centenas de estudiantes exigen “que la mafia se vaya de la universidad” y aseveran que “no se van a permitir chanchullos en la universidad”. El jueves, 12, un grupo más numeroso conquista la céntrica Puerta del Sol para reivindicar lo mismo. La génesis de esta ira estudiantil y de las chanzas virtuales se remontan a que, parece ser, que a Cristina Cifuentes le han regalado un título de máster, amén de haber desvanecido las rigurosidades administrativas a las que nos sometemos todos los ciudadanos que nos zambullimos en los laberintos de las administraciones públicas.


Ríos de tinta y litros de saliva han descrito con gran precisión qué ha sucedido en la URJC con Cifuentes. No obstante, tras este vodevil, queda un clamor que señala a la URJC como una universidad de segunda. No ayudan los titulares de varios diarios que pretenden desacreditar a esta universidad por intereses que nunca comprenderé. Cada vez parece más evidente que ha habido funcionarios que han regalado un máster a la presidenta autonómica —habrá que esperar a la Fiscalía—; pero esto no es óbice para sentenciar que eso no es la URJC.


La URJC son todos los profesores que han pasado delante de mí, con numerosos libros académicos sobre sus espaldas. La URJC son los profesores que nos llevan a junio con un 4,9. La URJC son mis compañeros de la universidad: gente trabajadora, aplicada y con ganas de comerse el mundo. La URJC es una educación exquisita desde la universidad pública. La URJC es profesores que te brindan su tiempo fuera de clase para responder dudas o engrosar tus conocimientos. La URJC son cuatro o cinco años de constante estudio y esfuerzo, en ocasiones sorteando primeras pericias laborales. La URJC no es Álvarez Conde; son tantos profesores que tratan de que elevemos nuestras miras allende el temario de la Guía Docente. La URJC no es ni Cristina Cifuentes ni Pablo Casado; la URJC son mis compañeros que alean entusiasmo y disciplina para que, el día de mañana, puedan tener un puesto acorde a sus estudios.


El caso Cifuentes despierta una mayúscula indignación, pues los beneficiados de estas tropelías son los mismos que “malpagan” a los profesores asociados que, desde su vocación altruista y pedagógica, no reciben más de setecientos euros al mes. También enciende una cólera inusitada en cientos de familias, a los que les subieron las tasas del máster por un 124%, dejando fuera de las aulas a cerca de 4.000 alumnos. Este caso revela que todos los derechos que con tanto valor y braveza consiguieron nuestros abuelos y nuestros padres pueden convertirse en cortijos de la ralea política que nos gobierna.


Si no nos pueden regalar un máster, siempre quedará inventarse una licenciatura en Matemáticas o Pedagogía o un par de posgrados en Harvard. En vez de reformar la educación pública para que las universidades públicas sean la vanguardia del país, algunos de nuestros políticos nos presentan otro tipo de alternativas. Gracias (nótese sarcasmo).

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