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O sea, reivindicar el derecho a matar por el placer de matar

Manifestación por la caza el 15 de abril

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El próximo 15 de abril los cazadores han sido convocados en más de cincuenta ciudades españolas para, según ellos, reivindicar la caza como forma de vida y enfrentarse contra los que promueven el odio (odio, para ellos, es luchar porque dejen de matar).



Sí, han leído bien, forma de VIDA, aunque una jornada cinegética para esa gente signifique llegar a casa cargados de cadáveres, o de sus trozos, que también les sirven cuando los decapitan para llevarse la cabeza del muerto a modo de trofeo y dejar en el monte el resto del cuerpo, o el cuerpo entero, que ya se harán cargo de él la putrefacción o una empresa especializada en la recogida de residuos orgánicos, como ocurre con los campeonatos de matanzas de raposos en Galicia, donde los rellenan de munición no para comer ni para adornar su salón, sino porque tiene premio el que mate más.



Los que disfrutan reventando las entrañas de inocentes y con ellas sus vidas porque, como confiesa el conocido escopetero Michel Coya —que tan encantado está con esta iniciativa—, les causa placer y ese es el único motivo para hacerlo, juran que salen a las calles en defensa de un modo de vivir. Y bien, puede ser la verdad y que sea el suyo, al igual que para otros lo es el narcotráfico o la trata de mujeres, aunque en su caso habría que aplicarlo más bien a la diversión que a una fuente de ingresos.



Llega aquí el momento, ya lo sé, en el que entre disparo y disparo de su Remington sacan —quiero decir: pretender sacar— de su canana un cartucho ejemplarizante de libertad y te sueltan que lo que hacen es una actividad regulada y legal. De vez en cuando también mentan a los niños de África y sus hambrunas, ese continente al que ellos acuden cuando tienen medios no para ayudarles, sino para participar en safaris en los que ejecutar elefantes, leones, ñus, impalas, cebras, leopardos, etc. Vale, es legalmente lícita, de acuerdo, pero reflexionemos sobre un par de aspectos:


La esclavitud lo era igualmente y, cuando se veía que empezaba a peligrar, sus partidarios (y beneficiarios) salieron a manifestarse para que no se aboliese. Los ejemplos más conocidos en nuestro país son los grupos de presión que tan activos se mostraron en Cataluña durante el siglo XIX para no perder aquella mano de obra tan lucrativa en colonias como Cuba, donde, por cierto, tuvo lugar un episodio que recuerda bastante a la muerte de algunos perros de cazadores, o sobre todo a la de esos caballos con cepos cuyas denuncias ante el Seprona tan poco les gustan a este colectivo: el empresario esclavista Joan Gener y Batet poseía una fábrica tabaquera en La Habana llamada La Excepción, la factoría sufrió un incendio y muchos de sus trabajadores murieron abrasados. No habían podido huir del fuego porque estaban atados con cadenas. Cadenas legales, tan legales entonces como hoy lo es la caza.



El segundo aspecto son los innumerables casos de furtivismo que se producen en este mundo del pim pam pum a distancia donde continuamente se mata cuando no se puede, donde no está permitido, a quien no está autorizado y con métodos prohibido. Eso, sin contar la sangría de canes de cazadores ahorcados, tiroteados, acuchillados, ahogados, envenenados, muertos de hambre y sed o, en el mejor de los casos, abandonados porque ya no les sirven.



Y en este par de tres de reflexiones una más: los muertos humanos, que podemos dividir entre los, según ellos, «accidentales» (lo siento, pero sigo sin comprender qué tiene de fortuito y de error insuperable confundir a un señor que pasea por el monte con un jabalí como no sea consecuencia de la prisa por matar, es decir: disparar primero y comprobar después), y los provocados, sean dos guardias rurales en Lleida, dos policías, un bombero y una vecina en Valencia o la mujer del cazador en Paterna. Sólo cito tres casos de los múltiples que han ocurrido y que, no hay ninguna duda, seguirán teniendo lugar.



Entre los que van a salir a las calles el 15 de abril de 2018 están los que en sus foros escriben «que se anden con ojos los ecotarras, porque los cazadores vamos al monte armados y se puede escapar algún tiro», o que «lo mejor es coger a los cabecillas de los grupos de defensa animal, colgarlos de un árbol y practicar el tiro al blanco» (leído por quien firma). Y los que cuelgan fotografías de animales reventados, con niños portando armas y posando ellos, orgullosos, sobre el cadáver del jabalí con cuya vida acaban de terminar mientras cuentan que «menudo joputa el navajero, que me ha costado tres perros rajados y muertos», pero a pesar de eso no dejan de sonreír. Son felices así.



Saben que están en decadencia, por cobardes, por mentirosos y por violentos, Se saben también sin relevo generacional y ese miedo a quedarse sin su sangriento pasatiempo basado en la muerte con violencia es lo que les lleva a, cobardemente, mentir una vez más asegurando que su protesta es por la vida. No sabemos si esta vez tendrán que hacer como en la que celebraron en Madrid en 2008 por motivos similares, cuando según se hizo público después, contrataron a «manifestantes» en empresas de trabajo temporal para portar sus pancartas por 30€.



La mayor parte de los ciudadanos, y el número crece tan rápido como el de escopeteros decrece, deseamos y exigimos una sociedad basada en la solidaridad, la tolerancia, el respeto y la protección de todos los seres, donde matar no sea un deporte ni un derecho y en la que los niños no tengan que soportar en sus colegios charlas para aleccionarles en el entretenimiento de sembrar la naturaleza de muertos bajo el título de «Cazador por un día».



Claro que lo saben, por eso se manifiestan, por eso nos odian y amenazan incluso vistiéndose camisetas en las que pone: «Nunca te metas con un cazador, conocemos sitios donde nadie te encontrará», o por eso escriben que «Ojalá viviésemos en la prehistoria, porque en aquel entonces la caza era libre y podías partirle la cara al que quisieras sin que fueses castigado por ello».



Algo es cierto: que éticamente esta gente habita en la época de los primeros homínidos, pero como resulta que estamos en el siglo XXI, sus gustos que implican la muerte de millones de seres otras especies y de docenas de la nuestra cada año sólo merecen la prohibición, al igual que ya han quedado proscritas otras aberraciones que durante mucho tiempo contaron con el amparo de la ley.



El 15 de abril los cazadores regresarán a sus casas con un muerto, como suelen hacer siempre, pero ese día el cadáver será su alma de escopeteros colgando de su zurrón, porque serán más conscientes, todavía, de que su esparcimiento letal es arena que cae en el mismo reloj de la evolución donde lo hicieron o lo hacen el Toro de la Vega, los gansos decapitados en Lekeitio, las corridas de toros o los circos con animales.

Manifestación por la caza el 15 de abril

O sea, reivindicar el derecho a matar por el placer de matar
Julio Ortega Fraile
jueves, 5 de abril de 2018, 06:46 h (CET)

El próximo 15 de abril los cazadores han sido convocados en más de cincuenta ciudades españolas para, según ellos, reivindicar la caza como forma de vida y enfrentarse contra los que promueven el odio (odio, para ellos, es luchar porque dejen de matar).



Sí, han leído bien, forma de VIDA, aunque una jornada cinegética para esa gente signifique llegar a casa cargados de cadáveres, o de sus trozos, que también les sirven cuando los decapitan para llevarse la cabeza del muerto a modo de trofeo y dejar en el monte el resto del cuerpo, o el cuerpo entero, que ya se harán cargo de él la putrefacción o una empresa especializada en la recogida de residuos orgánicos, como ocurre con los campeonatos de matanzas de raposos en Galicia, donde los rellenan de munición no para comer ni para adornar su salón, sino porque tiene premio el que mate más.



Los que disfrutan reventando las entrañas de inocentes y con ellas sus vidas porque, como confiesa el conocido escopetero Michel Coya —que tan encantado está con esta iniciativa—, les causa placer y ese es el único motivo para hacerlo, juran que salen a las calles en defensa de un modo de vivir. Y bien, puede ser la verdad y que sea el suyo, al igual que para otros lo es el narcotráfico o la trata de mujeres, aunque en su caso habría que aplicarlo más bien a la diversión que a una fuente de ingresos.



Llega aquí el momento, ya lo sé, en el que entre disparo y disparo de su Remington sacan —quiero decir: pretender sacar— de su canana un cartucho ejemplarizante de libertad y te sueltan que lo que hacen es una actividad regulada y legal. De vez en cuando también mentan a los niños de África y sus hambrunas, ese continente al que ellos acuden cuando tienen medios no para ayudarles, sino para participar en safaris en los que ejecutar elefantes, leones, ñus, impalas, cebras, leopardos, etc. Vale, es legalmente lícita, de acuerdo, pero reflexionemos sobre un par de aspectos:


La esclavitud lo era igualmente y, cuando se veía que empezaba a peligrar, sus partidarios (y beneficiarios) salieron a manifestarse para que no se aboliese. Los ejemplos más conocidos en nuestro país son los grupos de presión que tan activos se mostraron en Cataluña durante el siglo XIX para no perder aquella mano de obra tan lucrativa en colonias como Cuba, donde, por cierto, tuvo lugar un episodio que recuerda bastante a la muerte de algunos perros de cazadores, o sobre todo a la de esos caballos con cepos cuyas denuncias ante el Seprona tan poco les gustan a este colectivo: el empresario esclavista Joan Gener y Batet poseía una fábrica tabaquera en La Habana llamada La Excepción, la factoría sufrió un incendio y muchos de sus trabajadores murieron abrasados. No habían podido huir del fuego porque estaban atados con cadenas. Cadenas legales, tan legales entonces como hoy lo es la caza.



El segundo aspecto son los innumerables casos de furtivismo que se producen en este mundo del pim pam pum a distancia donde continuamente se mata cuando no se puede, donde no está permitido, a quien no está autorizado y con métodos prohibido. Eso, sin contar la sangría de canes de cazadores ahorcados, tiroteados, acuchillados, ahogados, envenenados, muertos de hambre y sed o, en el mejor de los casos, abandonados porque ya no les sirven.



Y en este par de tres de reflexiones una más: los muertos humanos, que podemos dividir entre los, según ellos, «accidentales» (lo siento, pero sigo sin comprender qué tiene de fortuito y de error insuperable confundir a un señor que pasea por el monte con un jabalí como no sea consecuencia de la prisa por matar, es decir: disparar primero y comprobar después), y los provocados, sean dos guardias rurales en Lleida, dos policías, un bombero y una vecina en Valencia o la mujer del cazador en Paterna. Sólo cito tres casos de los múltiples que han ocurrido y que, no hay ninguna duda, seguirán teniendo lugar.



Entre los que van a salir a las calles el 15 de abril de 2018 están los que en sus foros escriben «que se anden con ojos los ecotarras, porque los cazadores vamos al monte armados y se puede escapar algún tiro», o que «lo mejor es coger a los cabecillas de los grupos de defensa animal, colgarlos de un árbol y practicar el tiro al blanco» (leído por quien firma). Y los que cuelgan fotografías de animales reventados, con niños portando armas y posando ellos, orgullosos, sobre el cadáver del jabalí con cuya vida acaban de terminar mientras cuentan que «menudo joputa el navajero, que me ha costado tres perros rajados y muertos», pero a pesar de eso no dejan de sonreír. Son felices así.



Saben que están en decadencia, por cobardes, por mentirosos y por violentos, Se saben también sin relevo generacional y ese miedo a quedarse sin su sangriento pasatiempo basado en la muerte con violencia es lo que les lleva a, cobardemente, mentir una vez más asegurando que su protesta es por la vida. No sabemos si esta vez tendrán que hacer como en la que celebraron en Madrid en 2008 por motivos similares, cuando según se hizo público después, contrataron a «manifestantes» en empresas de trabajo temporal para portar sus pancartas por 30€.



La mayor parte de los ciudadanos, y el número crece tan rápido como el de escopeteros decrece, deseamos y exigimos una sociedad basada en la solidaridad, la tolerancia, el respeto y la protección de todos los seres, donde matar no sea un deporte ni un derecho y en la que los niños no tengan que soportar en sus colegios charlas para aleccionarles en el entretenimiento de sembrar la naturaleza de muertos bajo el título de «Cazador por un día».



Claro que lo saben, por eso se manifiestan, por eso nos odian y amenazan incluso vistiéndose camisetas en las que pone: «Nunca te metas con un cazador, conocemos sitios donde nadie te encontrará», o por eso escriben que «Ojalá viviésemos en la prehistoria, porque en aquel entonces la caza era libre y podías partirle la cara al que quisieras sin que fueses castigado por ello».



Algo es cierto: que éticamente esta gente habita en la época de los primeros homínidos, pero como resulta que estamos en el siglo XXI, sus gustos que implican la muerte de millones de seres otras especies y de docenas de la nuestra cada año sólo merecen la prohibición, al igual que ya han quedado proscritas otras aberraciones que durante mucho tiempo contaron con el amparo de la ley.



El 15 de abril los cazadores regresarán a sus casas con un muerto, como suelen hacer siempre, pero ese día el cadáver será su alma de escopeteros colgando de su zurrón, porque serán más conscientes, todavía, de que su esparcimiento letal es arena que cae en el mismo reloj de la evolución donde lo hicieron o lo hacen el Toro de la Vega, los gansos decapitados en Lekeitio, las corridas de toros o los circos con animales.

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