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Miles de voces desean cambiar la UE, y ponen como modelo Italia. Los partidos euroescépticos superan el cincuenta por ciento. ¿Mandato inequívoco de pensar la UE? Todo lo contrario

Cambiar la UE… ¿de qué forma?

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El partido más votado, con diferencia abismal, es el populista —no es un insulto o algo peyorativo; ellos se autodenominan así— Movimiento Cinco Estrellas (M5E). El M5E posee un 32, 7 de las papeletas y lo convierte en el partido preferido por los italianos. No obstante, en el sistema italiano, en el que las coaliciones tienen una mayor impronta que los partidos, la coalición de centro-derecha supera al M5E. La coalición de centro-derecha pactó que el partido más votado entre ellos sería el encargado de pilotar esta amalgama de siglas. En contra de los pronósticos, el omnipresente partido del controvertido Berlusconi, Forza Italia, no ha conseguido el oro. En su lugar, la Liga, otrora nacionalista de las regiones del norte, hoy formación escorada a la nueva extrema-derecha, alcanza la hegemonía de la coalición, con un 17, 4%. El Partido Demócrata (PD) de Renzi, aquejado por su gestión, logra uno de sus peores resultados, 18, 7% de las papeletas, liderando una coalición de centro-izquierda famélica en apoyos.


Así pues, la ingobernable Italia continúa con su tónica general. Desde 1946, al término de la II Guerra Mundial, el país de la bota ha contado con 66 gobiernos, con una vida siempre inferior a los dos años. Ninguna coalición ni el M5E alcanza el 40%, franja que los coronaría como formadores del gobierno. Los italianos vuelven a votar a la incertidumbre.


La UE tiene que cambiar, vaticinan muchos, para que todos tengan cabida. Ese argumento yo le apoyo; pero mis argumentos no son los resultados electorales. Si así fuera, ¿cómo cambiamos la UE? Obedeciendo a grupos europarlamentarios como GUE/NGL, la política de extranjería ha de ser harta distinta a la que propugnan los de la Liga, que han sustituido como adversarios a los “vagos sureños de Nápoles” por “los invasores musulmanes que vienen en patera”. ¿Qué modelo de UE queremos? Porque esas son las dos formas antagónicas que están dañando a la UE.


Se abre una nueva era política italiana, que deja a una socialdemocracia herida, como en todo el continente —el PSOE no logra resucitar, el SPD se estanca a la zaga de Merkel como desde hace doce años, el Partido Laborista no amagaba con imponerse a los conservadores…—, al partido tradicional liberal-conservador sin recambios que puedan obrar el milagro de la supervivencia, un partido xenófobo y euroescéptico como el nuevo líder de los flancos diestros del tablero y un creciente y poderoso movimiento transversal que acoge al populismo como pilar ideológico. Terminó el novecento; terminó el siglo XX. Ahora, llega el siglo XXI. Y, si la UE no logra crear un pacto mayoritario entre la sociedad que logre ensamblarla, la UE dejará de tener el sentido ilusionante que cobró en el siglo pasado.


Hoy, muchos ven la UE como un monstruo de instituciones que acoge en su parlamento a los cadáveres que políticos con los que, empero, los vivos políticos deben saldar sus deudas aún, a un banco que es culpable impune de la crisis del 2008, a una comisión que censura la soberanía popular de las naciones… En definitiva, la UE es una suerte de proyecto impersonal; y, como impersonal que es, es la génesis de todos los problemas. No es de extrañar que, ante este panorama, los dos proyectos políticos que opten al gobierno italiano sean de corte euroescéptico. No hay que olvidar que el Reino Unido está más fuera que dentro de la Unión, que la europeísima Alemania albergan una tercera y contundente fuerza política euroescéptica —AdF— y la europeísima Francia estuvo cerca de caer en los brazos de la euroescéptica y hoy segunda formación política de la nación —Frente Nacional—.  

Cambiar la UE… ¿de qué forma?

Miles de voces desean cambiar la UE, y ponen como modelo Italia. Los partidos euroescépticos superan el cincuenta por ciento. ¿Mandato inequívoco de pensar la UE? Todo lo contrario
Marcos Carrascal Castillo
domingo, 11 de marzo de 2018, 12:13 h (CET)

El partido más votado, con diferencia abismal, es el populista —no es un insulto o algo peyorativo; ellos se autodenominan así— Movimiento Cinco Estrellas (M5E). El M5E posee un 32, 7 de las papeletas y lo convierte en el partido preferido por los italianos. No obstante, en el sistema italiano, en el que las coaliciones tienen una mayor impronta que los partidos, la coalición de centro-derecha supera al M5E. La coalición de centro-derecha pactó que el partido más votado entre ellos sería el encargado de pilotar esta amalgama de siglas. En contra de los pronósticos, el omnipresente partido del controvertido Berlusconi, Forza Italia, no ha conseguido el oro. En su lugar, la Liga, otrora nacionalista de las regiones del norte, hoy formación escorada a la nueva extrema-derecha, alcanza la hegemonía de la coalición, con un 17, 4%. El Partido Demócrata (PD) de Renzi, aquejado por su gestión, logra uno de sus peores resultados, 18, 7% de las papeletas, liderando una coalición de centro-izquierda famélica en apoyos.


Así pues, la ingobernable Italia continúa con su tónica general. Desde 1946, al término de la II Guerra Mundial, el país de la bota ha contado con 66 gobiernos, con una vida siempre inferior a los dos años. Ninguna coalición ni el M5E alcanza el 40%, franja que los coronaría como formadores del gobierno. Los italianos vuelven a votar a la incertidumbre.


La UE tiene que cambiar, vaticinan muchos, para que todos tengan cabida. Ese argumento yo le apoyo; pero mis argumentos no son los resultados electorales. Si así fuera, ¿cómo cambiamos la UE? Obedeciendo a grupos europarlamentarios como GUE/NGL, la política de extranjería ha de ser harta distinta a la que propugnan los de la Liga, que han sustituido como adversarios a los “vagos sureños de Nápoles” por “los invasores musulmanes que vienen en patera”. ¿Qué modelo de UE queremos? Porque esas son las dos formas antagónicas que están dañando a la UE.


Se abre una nueva era política italiana, que deja a una socialdemocracia herida, como en todo el continente —el PSOE no logra resucitar, el SPD se estanca a la zaga de Merkel como desde hace doce años, el Partido Laborista no amagaba con imponerse a los conservadores…—, al partido tradicional liberal-conservador sin recambios que puedan obrar el milagro de la supervivencia, un partido xenófobo y euroescéptico como el nuevo líder de los flancos diestros del tablero y un creciente y poderoso movimiento transversal que acoge al populismo como pilar ideológico. Terminó el novecento; terminó el siglo XX. Ahora, llega el siglo XXI. Y, si la UE no logra crear un pacto mayoritario entre la sociedad que logre ensamblarla, la UE dejará de tener el sentido ilusionante que cobró en el siglo pasado.


Hoy, muchos ven la UE como un monstruo de instituciones que acoge en su parlamento a los cadáveres que políticos con los que, empero, los vivos políticos deben saldar sus deudas aún, a un banco que es culpable impune de la crisis del 2008, a una comisión que censura la soberanía popular de las naciones… En definitiva, la UE es una suerte de proyecto impersonal; y, como impersonal que es, es la génesis de todos los problemas. No es de extrañar que, ante este panorama, los dos proyectos políticos que opten al gobierno italiano sean de corte euroescéptico. No hay que olvidar que el Reino Unido está más fuera que dentro de la Unión, que la europeísima Alemania albergan una tercera y contundente fuerza política euroescéptica —AdF— y la europeísima Francia estuvo cerca de caer en los brazos de la euroescéptica y hoy segunda formación política de la nación —Frente Nacional—.  

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