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El perdón de los pecados es de capital importancia. Quién los perdona: ¿el hombre o Jesús?

Confesarse, ¿a quién?

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Una Viñeta de El Roto contiene un cura sentado en el confesionario. Le acompaña esta frase: “El problema del Vaticano es que los jerarcas se confiesan entre ellos”. El tema de la confesión auricular entre un sacerdote y un penitente ha marcado una de las grandes diferencias doctrinales existentes entre el catolicismo y el protestantismo. Éste enseña que el perdón de los pecados es una gracia que Dios otorga directamente a quien cree en Jesús como su Señor y Salvador y los confiesa.

La Iglesia católica intentando contrarrestar la influencia creciente del protestantismo “el Concilio de Trento se pronunció contra los reformadores declarando que Cristo comunicó a los apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y retener los pecados, a fin de que se reconciliasen con Dios los fieles que cayesen en pecado después del bautismo. Este poder de perdonar los pecados no abraza solamente el de predicar el evangelio del perdón de los pecados, como era la interpretación que daban los reformadores, sino además la potestad de perdonar realmente los pecados” (Dz894.913).

Refiriéndose a la confesión auricular, Lluís Martínez Sistach, que fue arzobispo de Barcelona, escribió: “¿Qué es lo que hace que siempre, y hoy más, nos cueste tanto acercarnos al sacramento de la penitencia para conseguir la gracia de Dios y reconciliarnos con Él?” Se ve que los fieles católicos se confiesan poco. El papa Francisco en un intento de cambiar la tendencia, escribe: “Dios siempre nos perdona, Dios no se cansa de perdonar y nosotros no debemos cansarnos nunca de ir a pedirle perdón. El perdón de Dios se nos da en la Iglesia, se nos transmite a través de un hermano nuestro, el sacerdote, que es un hombre que, como nosotros, también tiene necesidad de misericordia. Por esto los sacerdotes tienen que confesarse, y también los obispos: todos somos pecadores…Incluso el papa se confiesa cada quince días, porque el papa también es un pecador. El confesor escucha lo que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este perdón”.

Un caso entre muchos: “Y sucedió que le trajeron (a Jesús) un paralítico tendido sobre una litera, y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ten ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mateo 9:2). “De éste (Jesús) dan testimonio todos profetas, que todos los que en Él creen recibirán perdón de pecados por su Nombre” (Hechos 10: 43).

Es necesario que comentemos las palabras de El Roto: “El problema del Vaticano es que sus jerarcas se confiesan entre ellos”. Quizás el viñetero quiere decir que osa jerarcas católicos se tapan mutuamente los trapos sucios. Yo encuentro en estas palabras un sentido teológico. El confesionario es un lugar de perdón fácil. Con la penitencia de un Padrenuestro y tres avemarías, problema resuelto. Los pecados han sido perdonados. Esta penitencia es muy ligera. Perdón a este coste ¡volvamos que no ha sido nada! Es por ello que la corrupción que impera en los ámbitos vaticanos y en todas las esferas sociales, comenzando por la más alta magistratura el Estado y acabando con el ciudadano más insignificante, no se acaba. La corrupción está afincada en todos los niveles sociales. Existen, pero, grados de culpabilidad. Quienes se confiesan cada quince días y cada quincena reciben la absolución sacerdotal, a la hora del juicio divino se les considerará más culpables que quienes abiertamente se confiesan ateos. Quien ha recibido más se le pedirá más cuando llegue la hora de tener que rendir cuentas a Dios, el Juez supremo. Quien recibe el perdón fácil del confesionario poco ama a Dios porque no tiene conciencia de la gravedad de su pecado.

El Evangelio nos habla de una “mujer que era pecadora”. Todas las personas somos pecadoras ya que según la Biblia no existe ninguna que sea justa. Pero ésta, en concreto, era una mujer socialmente conocida como pecadora y por ello objeto de las murmuraciones de las mujeres que se confesaban cada quince días y que cada quince días recibían la absolución sacerdotal. ¿Era quizás una prostituta? Socialmente era menospreciada y marginada. Jesús había sido invitado por un fariseo a comer en su casa. El anfitrión se consideraba ser un estricto cumplidor de la Ley de Dios. Cuando el hombre obediente (?”) se dio cuenta de la presencia de la mujer pecadora que llevaba un frasco de alabastro con perfume y se puso detrás de los pies de Jesús y “llorando comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos, y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”, en su interior se decía: “Éste si fuese profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”. La flor y nata de la religiosidad judaica la condenaba al ostracismo como si fuese un a leprosa. La respuesta de Jesús a los prejuicios del fariseo fue: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho, mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”. Dirigiéndose a la mujer le dice: “Tus pecados te son perdonados”. Los comensales comenzaron a decirse interiormente: “¿Quién es éste, que también perdona pecados?” En cierta ocasión cuando le trajeron a Jesús a un paralítico y cuando se le cuestionó su poder de perdonar pecados dijo a quienes dudaban de su poder: “Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): “Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa” (Mateo 9: 2-8). Dirigiéndose a la mujer a la que le había perdonado sus muchos pecados, le dice: “Tu fe te ha salvado, vé en paz” (Lucas 7: 36-50). La paz del alma es el resultado de la absolución de Jesús que es el único que tiene poder de perdonar pecados. ¿Se abandona el confesionario consciente de gozar de la paz de Dios?

Confesarse, ¿a quién?

El perdón de los pecados es de capital importancia. Quién los perdona: ¿el hombre o Jesús?
Octavi Pereña
martes, 6 de marzo de 2018, 07:03 h (CET)
Una Viñeta de El Roto contiene un cura sentado en el confesionario. Le acompaña esta frase: “El problema del Vaticano es que los jerarcas se confiesan entre ellos”. El tema de la confesión auricular entre un sacerdote y un penitente ha marcado una de las grandes diferencias doctrinales existentes entre el catolicismo y el protestantismo. Éste enseña que el perdón de los pecados es una gracia que Dios otorga directamente a quien cree en Jesús como su Señor y Salvador y los confiesa.

La Iglesia católica intentando contrarrestar la influencia creciente del protestantismo “el Concilio de Trento se pronunció contra los reformadores declarando que Cristo comunicó a los apóstoles y a sus legítimos sucesores la potestad de perdonar y retener los pecados, a fin de que se reconciliasen con Dios los fieles que cayesen en pecado después del bautismo. Este poder de perdonar los pecados no abraza solamente el de predicar el evangelio del perdón de los pecados, como era la interpretación que daban los reformadores, sino además la potestad de perdonar realmente los pecados” (Dz894.913).

Refiriéndose a la confesión auricular, Lluís Martínez Sistach, que fue arzobispo de Barcelona, escribió: “¿Qué es lo que hace que siempre, y hoy más, nos cueste tanto acercarnos al sacramento de la penitencia para conseguir la gracia de Dios y reconciliarnos con Él?” Se ve que los fieles católicos se confiesan poco. El papa Francisco en un intento de cambiar la tendencia, escribe: “Dios siempre nos perdona, Dios no se cansa de perdonar y nosotros no debemos cansarnos nunca de ir a pedirle perdón. El perdón de Dios se nos da en la Iglesia, se nos transmite a través de un hermano nuestro, el sacerdote, que es un hombre que, como nosotros, también tiene necesidad de misericordia. Por esto los sacerdotes tienen que confesarse, y también los obispos: todos somos pecadores…Incluso el papa se confiesa cada quince días, porque el papa también es un pecador. El confesor escucha lo que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este perdón”.

Un caso entre muchos: “Y sucedió que le trajeron (a Jesús) un paralítico tendido sobre una litera, y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: ten ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mateo 9:2). “De éste (Jesús) dan testimonio todos profetas, que todos los que en Él creen recibirán perdón de pecados por su Nombre” (Hechos 10: 43).

Es necesario que comentemos las palabras de El Roto: “El problema del Vaticano es que sus jerarcas se confiesan entre ellos”. Quizás el viñetero quiere decir que osa jerarcas católicos se tapan mutuamente los trapos sucios. Yo encuentro en estas palabras un sentido teológico. El confesionario es un lugar de perdón fácil. Con la penitencia de un Padrenuestro y tres avemarías, problema resuelto. Los pecados han sido perdonados. Esta penitencia es muy ligera. Perdón a este coste ¡volvamos que no ha sido nada! Es por ello que la corrupción que impera en los ámbitos vaticanos y en todas las esferas sociales, comenzando por la más alta magistratura el Estado y acabando con el ciudadano más insignificante, no se acaba. La corrupción está afincada en todos los niveles sociales. Existen, pero, grados de culpabilidad. Quienes se confiesan cada quince días y cada quincena reciben la absolución sacerdotal, a la hora del juicio divino se les considerará más culpables que quienes abiertamente se confiesan ateos. Quien ha recibido más se le pedirá más cuando llegue la hora de tener que rendir cuentas a Dios, el Juez supremo. Quien recibe el perdón fácil del confesionario poco ama a Dios porque no tiene conciencia de la gravedad de su pecado.

El Evangelio nos habla de una “mujer que era pecadora”. Todas las personas somos pecadoras ya que según la Biblia no existe ninguna que sea justa. Pero ésta, en concreto, era una mujer socialmente conocida como pecadora y por ello objeto de las murmuraciones de las mujeres que se confesaban cada quince días y que cada quince días recibían la absolución sacerdotal. ¿Era quizás una prostituta? Socialmente era menospreciada y marginada. Jesús había sido invitado por un fariseo a comer en su casa. El anfitrión se consideraba ser un estricto cumplidor de la Ley de Dios. Cuando el hombre obediente (?”) se dio cuenta de la presencia de la mujer pecadora que llevaba un frasco de alabastro con perfume y se puso detrás de los pies de Jesús y “llorando comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos, y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”, en su interior se decía: “Éste si fuese profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora”. La flor y nata de la religiosidad judaica la condenaba al ostracismo como si fuese un a leprosa. La respuesta de Jesús a los prejuicios del fariseo fue: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho, mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”. Dirigiéndose a la mujer le dice: “Tus pecados te son perdonados”. Los comensales comenzaron a decirse interiormente: “¿Quién es éste, que también perdona pecados?” En cierta ocasión cuando le trajeron a Jesús a un paralítico y cuando se le cuestionó su poder de perdonar pecados dijo a quienes dudaban de su poder: “Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): “Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa” (Mateo 9: 2-8). Dirigiéndose a la mujer a la que le había perdonado sus muchos pecados, le dice: “Tu fe te ha salvado, vé en paz” (Lucas 7: 36-50). La paz del alma es el resultado de la absolución de Jesús que es el único que tiene poder de perdonar pecados. ¿Se abandona el confesionario consciente de gozar de la paz de Dios?

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