Las calles estaban desoladas, el aire fresco estaba lleno de presagios, la penumbra de la noche tenía sus propios temores, los perros aullaban sin cesar, el pueblo dormía; sólo la puerta de la casa de don Adrián se encontraba abierta. Don Adrián dialogaba con sus sirvientes, a la vez se tomaban unos traguitos al encanto de la medianoche.
Los sirvientes José y Dolores mentalmente planeaban lo que sórdidamente habían tramado, en tanto don Adrián como un hombre sano y de buenas costumbres, ni por la frente se le pasaba lo que le iba a suceder.
-Muchachos dispénsenme, no los estoy corriendo, pero mañana tengo que arreglar el altar de la virgen del Rosario de la parroquia, tengo que levantarme temprano, mañana por la noche continuamos con la tertulia-señaló don Adrián.
-Está bien, le entendemos-contestaron José y Dolores.
-Si gusta le podemos ayudar a arreglar el altar-sugirió José.
-Bueno, si no es mucha molestia los espero.
-Se nos escapó la oportunidad-señaló Dolores.
-Ya no pudimos joder a este viejo, pero mañana sin más lo jodemos, ya verás-dijo José.
Al día siguiente se encontraron con don Adrián en la iglesia, hicieron el trabajo, terminando los labores después de mediodía.
-Los espero en mi casa a las siete de la noche, para que prosigamos con la tertulia-dijo don Adrián.
-Con mucho gusto llegaremos.
A las siete de la noche, José y Dolores llegaron a casa de don Adrián.
-Buenas noches doña Emelina, se encuentra don Adrián.
-Sí, pasen adelante, lo voy a ir a llamar-contestó doña Emelina, esposa de don Adrián.
La señora se digirió al aposento a llamar a su marido, pero éste no estaba allí, y decidió ir a buscarlo al patio de la casa.
-Adrián te buscan José y Dolores.
-Deciles que ya voy Emelina.
-Ve Adrián, no me gusta la amistad que tenés con esos sirvientes, no sé, pero me late que algo malo de traen entre manos-repuso doña Emelina.
-Vos sos loca mujer, sólo inventos sos.
-Seré loca, pero esos indios no son de fiar, voy a irme a arrecostar, cerrá bien las puertas. Doña Emelina se dirigió a su habitación y don Adrián de dirigió a la sala de la casa.
-¡Ideay muchachos! Se demoraron los esperaba.
-No importa, ya estamos aquí, trajimos dos botellas de licor, cigarros y unos chicharrones de carne con tortillas que nos vendió doña Chabela Hondoy-dijo Dolores.
Don Adrián encendió su radio viejo, puso la mesa de tragos y unos vasos. Se sirvieron los tragos y don Adrián inició la plática, le señaló a los sirvientes que podían quedarse hasta tarde porque al día siguiente no tenía ningún trabajo pendiente.
-Hoy es el día de este viejo de P…, le vamos a robar el dinero que obtuvo de la venta de su finca-le dijo José a Dolores, en momentos que don Adrián traía más hielo de la refrigeradora.
-Si, al fin y al cabo ya sabemos a donde esconde los billetes-dijo Dolores.
-Guardá silencio, ya viene el viejo-señaló José.
Tomaron y tomaron, eran las dos de la madrugada, don Adrián estaba bien mareado y se quedó dormido en su silla.
-Esperemos unos diez o quince minutos, para darle el toque final este viejo-dijo Dolores.
Mientras tanto seguían tomándose unos tragos, y de vez en cuando se asomaban a la calle, previniendo la llegada de cualquier intruso, pero la calle estaba oscura, una alma no se divisaba.
-Ya es hora, hagamos nuestro trabajo, matemos a este viejo, después vamos por el dinero-dijo José.
-Está bien, adelante que está sin tranca-contestó Dolores. José sacó un puñal que había guardado celosamente, se dirigió donde estaba don Adrián y se lo clavó en el pecho, sin asco alguno.
Cuando amaneció, doña Emelina de dirigió a la sala de su casa, la escena era patética, todo ello conformaba un cuadro diabólico, dantesco, daba escalofrío.
-Han matado a mi marido -gritaba doña Emelina, al tiempo que se dirigió a la puerta que daba a la calle.
La policía llegó al lugar del crimen, hicieron sus pesquisas, interrogaron a los vecinos y hablaron con doña Emelina, quien explicó que la noche anterior había dejado a su esposo en la sala con dos sirvientes del nuevo dueño de una finca que hacía unos días don Adrián había vendido, y que ellos debían haber matado a su marido porque había desparecido el dinero que obtuvo de dicha venta de la propiedad.
La gente estaba confundida, no se explicaban el hecho criminoso, el porqué nadie se había dado cuenta del crimen.
-¡Qué barbaridad! Cuánta gente desalmada hay en este mundo, mataron al pobre don Adrián por robarle su dinero- dijo una vecina al momento que un oficial de la policía le hacía unas preguntas.
-No se preocupe doña Emelina, ya daremos con esos criminales, pues no devén estar lejos-señaló el oficial de policía.
Por varios días la policía hizo las debidas averiguaciones para dar con el paradero de los criminales, pero la búsqueda fue en vano, porque los criminales huyeron; así quedó ese crimen en la impunidad, sin castigo, los pobladores nunca más tuvieron noticia de los malhechores.
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