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No siempre son las cosas tan complicadas como pudieran parecer, suceden con toda naturalidad, aunque nos empeñemos con frecuencia en obstaculizar su fluidez. Es un fenómeno habitual, que con frecuencia pasa desapercibido. Nos encandilan las complejidades, aunque sean una acumulación de falsedades; llegamos a menospreciar la sencilla espontaneidad de ciertos conocimientos.
En las actividades cotidianas nos vemos sometidos a un sinfín de exigencias de variados calibres; junto a numerosas banalidades, afrontamos disyuntivas inquietantes, ni los conocimientos ni las fuerzas nos permiten resoluciones plenamente satisfactorias. En esta vida somos menesterosos por naturaleza, la lógica apuntaría a un decidido afán de colaboración en busca de las satisfacciones oportunas.
No es infrecuente encontrarnos con personas que alardean de una determinada fijación en torno a sus convicciones o maneras de actuar. Si esa postura está basada en serios razonamientos pueden albergar un buen talante e incluso tratarse de la mejor solución. Sin embargo, los ambientes evolucionan y las circunstancias se mantienen en una constante efervescencia.
La deformación de las palabras o de los conceptos, suele hacerse realidad en la medida de su manoseo. Quizá por aquello de tantas idas y venidas, en un determinado momento ya no podemos precisar de qué estábamos tratando; desgajamos la idea por el camino y ya no somos capaces de recoger las migajas para volver a configurarla.
La excesiva tranquilidad es un señuelo para el cual no estamos preparados, ni las circunstancias permitirán nunca su arraigo duradero. Los cambios son incesantes y los desconocimientos inmensos. Ante esa tesitura movidita, como nunca controlamos la totalidad de los factores involucrados, nos incordian, inclementes, las insatisfacciones, sean cualesquiera las veredas transitadas.
Ser conscientes es al final muy relativo. De qué, cómo y en qué momento, modifican sin remedio los matices; barruntamos el devenir de divagaciones incesantes entre placenteras e insatisfactorias. Versiones y visiones se contraponen sin reparo en un alarde vertiginoso y libertario. La alegoría de esa existencia habla de conceptos y sensaciones con un dominio preocupante, por el grado de presunción implícito en su firmeza.
Se haga uso de ella o no, en mayor medida o sólo de manera eventual según los arrestos individuales; esa potencialidad racional nos define, es un activo de encendido variable para los seres humanos. Lejos de tratarse de una entidad con dimensiones fijas, la razón es susceptible de manifestarse a través de manifestaciones inesperadas, cuyas intensidades escapan a la perspicacia de los individuos.
Es evidente que cuando a pleno sol europeo del siglo XXI surgen brotes racistas escandalosos, cuando buen número de gente se llena hasta las cartolas de tóxicos, los más jóvenes se sienten embravecidos y engullidos a la vez con acosos descontrolados y las variadas algaradas avasallan diversos sectores ante la pasividad comunitaria; si todo esto, no sólo ocurre, sino que predomina, las alarmas debieran sonar con furor ante unos fenómenos bien visibles.
Cuando valoramos conceptos importantes u organizaciones, cometemos con frecuencia deslices desorientadores, al no situar a cada uno de sus elementos en el lugar adecuado. Sobre todo por detenernos en la visión de conjunto, desdeñando los pormenores de cada caso. Entramos en una especie de surrealismo, agrandamos la presencia rumbosa de las entidades y al tiempo, aminoramos el testimonio de las figuras humanas concretas.
En cualquier época de la Historia, esa que nos incluye a todos, las incógnitas han sido abrumadoras, a pesar de los descubrimientos sucesivos, mantuvieron la supremacía. Los conocimientos nunca se acercaron a la meta final; cada nuevo dato, cada hallazgo, sacó a relucir una gran cantidad de interrogantes novedosos.
Ya no nos conformamos con los molinos de viento quijotescos para centrarnos en las figuras grotescas de mal fario; hemos progresado en este sentido para pergeñar peligrosas monstruosidades auténticas. El delirio acrecentó las dimensiones perversas de los entes creados, con innumerables garfios acechantes en los diferentes sectores de la actividad comunitaria, económica, política, tendencias educativas o formatos convivenciales.
Saber, saber, viene a constituirse como un decir atolondrado con fuerte tendencia a la exageración. Su consistencia está sometida a un sinfín de matices relacionados con causas y efectos, en consonancia con las aplicaciones prácticas de los conocimientos.
Una de las características modelada por el ángulo es su apertura, sus lados delimitan el grado de su amplitud con el fondo ilimitado. Al hablar de mirar las cosas, está clara la importancia de la dirección establecida y nuestra capacidad de colocarle obstáculos, somo agentes activos.
La complejidad de los asuntos cotidianos se nutre de la incertidumbre por los conocimientos incompletos y de la multiplicidad de versiones descontroladas. Ambas facetas tienen trazas de no modificarse, el barullo consiguiente tampoco augura planteamientos consistentes.
A la hora de prestar atención, las actitudes extremas son poco eficaces. Por abajo, ni siquiera se inicia el proceso, y por arriba, la excesiva intensidad se torna obsesiva, es acaparadora, y aturde. Por eso cuanto topamos con un gran relieve maravilloso, quedamos estupefactos, se agarrota nuestra capacidad de reacción.
Es curioso el contraste, entre la multitud de datos y referencias, se cita a numerosas personas por motivos muy diferentes; sin embargo, esa profusión nos deja confusos a la hora de calibrar la consistencia de la gente citada. El número de citaciones o la manera de hacerlas, suele contribuir más a la confusión que a perfilar la significancia como personas de los citados.
En cualquier actividad profesional se realizan acciones directas de su incumbencia y se derivan gran cantidad de conductas por aproximación; unas y otras, con innumerables efectos derivados, cuya valoración acabará siendo desigual. El comentario de hoy parte de las apreciaciones en torno a una obra de Knut Hamsun, Redactor Lynge. Disfrutando primero de su relectura, a pesar del tiempo transcurrido desde su edición; no deja de aportarnos cuajados matices.
Por fas o por las tribulaciones acechantes de una manera denodada, por el carácter pusilánime acentuado con cada frustración o por las poco atinadas propuestas vitales emprendidas; escuchamos esa frase tan manida de no encontrarle sentido a la vida. Dicha expresión denota una situación lamentable de por sí, pero especialmente dolorosa si prestamos atención a los sufrimientos que la acompañan.
En época tan movidita como la actual, no vamos a negar los magníficos adelantos conseguidos; al tiempo, es patente y nos inquieta la proliferación simultánea de irresponsabilidades sin parangón. Incluso aquellos logros de buen ver, se desvirtúan por una serie de prácticas intempestivas.
Quizá por comodidad, nos dejamos llevar por las formalidades sociales, sin la motivación suficiente para averiguar sus justificaciones; son más entretenidas las distracciones de poco fuste en pleno auge. Tampoco sobra tiempo, atareados como estamos en un sinfín de menesteres. Ni ganas tenemos de estrujarnos el caletre en elucubraciones cuya aplicación posterior permanece en un alero indeterminado.
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