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Hoy las vivimos desde nuestra cómoda posición de espectadores sentados ante el televisor

El horror de las guerras

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Como mucho, esperamos a que las comenten desde el canal que se encuentra más acorde con nuestras ideas políticas. Pronto acabamos olvidándonos del fondo de la cuestión. Una “bronca más, distinta y distante”. Se trata de otro problema lejano que apenas nos atañe. Como lo de Ucrania, que poco a poco vamos olvidando. O el desgraciado accidente de un joven achicharrado en un tren, o… Tantas cosas que apenas nos conmueven hasta que aparece la siguiente.

      

El error estriba en que nos consideramos espectadores. La realidad es que somos actores de todos estos dramas de una forma pasiva y activa. Pasiva con nuestro silencio. Activa con nuestra falta de exigencia hacia nuestros gobernantes. La aldea global nos obliga a estar muy atentos a todo lo que sucede en nuestro entorno. En cualquier momento, un terrorista nos puede llegar por tierra, mar o aire y romper con todos nuestros esquemas vitales que consideramos  están a salvo de esos problemas.

     

Quizás nos mosquea un poco más el tema cuando nos tocan el bolsillo. Las guerras cuestan mucho dinero que lo tenemos que poner entre todos. Sube le gas, la electricidad, la gasolina y los alimentos. Pero sobre todo cuestan muchas vidas de nuestros semejantes. Especialmente de los niños y de los ancianos; de las personas de a pie que se llevan los guantazos que se pegan virtualmente los dirigentes repantigados en sus poltronas, o reunidos en unos encuentros interminables que no conducen a nada.

       

Cualquier día se puede electrocutar nuestro hijo o nieto, nos pueden poner una bomba en un hospital o en una universidad española. O nos puede caer un misil que se le “ha despistado” a algún ejercito. Por lo tanto, estimo que debemos abandonar nuestro papel de espectadores pasivos y darnos cuenta de quien nos conducen por el camino de la paz o de la guerra. No se trata de abuchear en un desfile, sino de transmitir desde abajo el sentimiento de preocupación que tenemos aquellos a los que no nos importa quien nos gobierne. Lo que nos importa es que lo haga bien.

     

Como no nos espabilemos la próxima guerra la vamos a librar a garrotazos.  

El horror de las guerras

Hoy las vivimos desde nuestra cómoda posición de espectadores sentados ante el televisor
Manuel Montes Cleries
viernes, 20 de octubre de 2023, 10:01 h (CET)

Como mucho, esperamos a que las comenten desde el canal que se encuentra más acorde con nuestras ideas políticas. Pronto acabamos olvidándonos del fondo de la cuestión. Una “bronca más, distinta y distante”. Se trata de otro problema lejano que apenas nos atañe. Como lo de Ucrania, que poco a poco vamos olvidando. O el desgraciado accidente de un joven achicharrado en un tren, o… Tantas cosas que apenas nos conmueven hasta que aparece la siguiente.

      

El error estriba en que nos consideramos espectadores. La realidad es que somos actores de todos estos dramas de una forma pasiva y activa. Pasiva con nuestro silencio. Activa con nuestra falta de exigencia hacia nuestros gobernantes. La aldea global nos obliga a estar muy atentos a todo lo que sucede en nuestro entorno. En cualquier momento, un terrorista nos puede llegar por tierra, mar o aire y romper con todos nuestros esquemas vitales que consideramos  están a salvo de esos problemas.

     

Quizás nos mosquea un poco más el tema cuando nos tocan el bolsillo. Las guerras cuestan mucho dinero que lo tenemos que poner entre todos. Sube le gas, la electricidad, la gasolina y los alimentos. Pero sobre todo cuestan muchas vidas de nuestros semejantes. Especialmente de los niños y de los ancianos; de las personas de a pie que se llevan los guantazos que se pegan virtualmente los dirigentes repantigados en sus poltronas, o reunidos en unos encuentros interminables que no conducen a nada.

       

Cualquier día se puede electrocutar nuestro hijo o nieto, nos pueden poner una bomba en un hospital o en una universidad española. O nos puede caer un misil que se le “ha despistado” a algún ejercito. Por lo tanto, estimo que debemos abandonar nuestro papel de espectadores pasivos y darnos cuenta de quien nos conducen por el camino de la paz o de la guerra. No se trata de abuchear en un desfile, sino de transmitir desde abajo el sentimiento de preocupación que tenemos aquellos a los que no nos importa quien nos gobierne. Lo que nos importa es que lo haga bien.

     

Como no nos espabilemos la próxima guerra la vamos a librar a garrotazos.  

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