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Como mucho, esperamos a que las comenten desde el canal que se encuentra más acorde con nuestras ideas políticas. Pronto acabamos olvidándonos del fondo de la cuestión. Una “bronca más, distinta y distante”. Se trata de otro problema lejano que apenas nos atañe. Como lo de Ucrania, que poco a poco vamos olvidando. O el desgraciado accidente de un joven achicharrado en un tren, o… Tantas cosas que apenas nos conmueven hasta que aparece la siguiente.
El error estriba en que nos consideramos espectadores. La realidad es que somos actores de todos estos dramas de una forma pasiva y activa. Pasiva con nuestro silencio. Activa con nuestra falta de exigencia hacia nuestros gobernantes. La aldea global nos obliga a estar muy atentos a todo lo que sucede en nuestro entorno. En cualquier momento, un terrorista nos puede llegar por tierra, mar o aire y romper con todos nuestros esquemas vitales que consideramos están a salvo de esos problemas.
Quizás nos mosquea un poco más el tema cuando nos tocan el bolsillo. Las guerras cuestan mucho dinero que lo tenemos que poner entre todos. Sube le gas, la electricidad, la gasolina y los alimentos. Pero sobre todo cuestan muchas vidas de nuestros semejantes. Especialmente de los niños y de los ancianos; de las personas de a pie que se llevan los guantazos que se pegan virtualmente los dirigentes repantigados en sus poltronas, o reunidos en unos encuentros interminables que no conducen a nada.
Cualquier día se puede electrocutar nuestro hijo o nieto, nos pueden poner una bomba en un hospital o en una universidad española. O nos puede caer un misil que se le “ha despistado” a algún ejercito. Por lo tanto, estimo que debemos abandonar nuestro papel de espectadores pasivos y darnos cuenta de quien nos conducen por el camino de la paz o de la guerra. No se trata de abuchear en un desfile, sino de transmitir desde abajo el sentimiento de preocupación que tenemos aquellos a los que no nos importa quien nos gobierne. Lo que nos importa es que lo haga bien.
Como no nos espabilemos la próxima guerra la vamos a librar a garrotazos.
Tal y como Vd, me ha pedido, Sr Sánchez, me he tomado un poco de tiempo para leer (no solo una vez), el contenido de la carta pública que nos ha enviado a todos los españoles el pasado miércoles. Le confieso que más que su contenido, nada atractivo desde el punto de vista literario y de escaso valor político, me interesaba conocer las razones de su insólita decisión de trasladar a los españoles sus dudas existenciales sobre su futuro personal y político.
Con motivo de los feroces ajustes en la economía argentina, una conocida me confesó la otra tarde, muy triste, que no podría viajar a Europa quizá nunca más. Enseguida pensé que personas como ella sólo sufren las consecuencias de su ideología (o de la adoptada por algún sofisma en las campañas electorales de la época), cuando ven tocado su bolsillo.
La campaña de descrédito contra la buena imagen y el honor del presidente del gobierno se ha desatado, de una forma virulenta, estos últimos días y semanas. Parece que se quiere lograr mediante descalificaciones el acoso y derribo de Pedro Sánchez. Según distintos medios de comunicación el inicio de una investigación judicial contra la esposa de Sánchez es un disparate, ya que no existen indicios suficientes para la misma.
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