MADRID, 4 (OTR/PRESS) Que alguien diga que el Ministerio Fiscal es una mera prolongación del Gobierno parece una obviedad, por lamentable que sea. Que lo diga alguien como Miguel Herrero Rodríguez de Miñón, uno de los dos padres vivos de la Constitución, ante el Consejo de Estado, del que Herrero es miembro permanente, tiene ya otro valor. Y que lo diga ante el fiscal general, Alvaro García Ortíz, señalando que no se puede silenciar "la inoportunidad de incrementar las competencias del fiscal general (que sean los fiscales quienes investiguen los delitos, y no los jueces), cuando su titular está acusado de "un delito grave", es un acto de indudable valentía en el país de los silencios. Ya es hora de que Miguel Herrero, demasiado callado, y el otro 'padre' de la Constitución vivo, Miquel Roca, hablen alto y claro, porque está en juego la profundidad y salud de nuestra democracia y, desde luego, de esta Constitución, que ha dejado, así como suena, de cumplirse. Las voces de ambos están llenas de prestigio, pero ni uno ni otro se prodigan a la hora de diagnosticar el caos en el que están cayendo nuestras instituciones. Comenzando, claro, por el propio Consejo de Estado. A Herrero -y a Roca, en sus artículos eventuales- hay que escucharlos y leerlos con atención, porque rara vez sacamos con facilidad de sus palabras o escritos la suficiente esencia: no son amigos, por razones varias, de los aldabonazos. Pero esta vez estamos ante uno de ellos: Herrero criticaba ante los consejeros el polémico proyecto de nueva ley de Enjuiciamiento Criminal que el ministro de Justicia, Félix Bolaños, pretende llevar al Parlamento en los próximos meses. El consejero permanente de Estado y padre de la Constitución piensa, y dice, que en la "conciencia ciudadana" provoca escándalo que un imputado por "un delito grave" (el fiscal general, Alvaro García Ortiz) vea incrementadas sus funciones, como dotar a la Fiscalía de la potestad investigadora que ahora corresponde a los juzgados de instrucción. Lo cual, y esto lo digo yo, no Miguel Herrero, es como dar a esa Fiscalía, "mera prolongación del Gobierno", jurisdicción sobre, por ejemplo, las investigaciones policiales y de la UCO sobre temas que afectan al Gobierno y al partido que lo sustenta. Entiendo que el lenguaje jurídicamente algo oscurantista de Herrero no apasione a las masas. Pero lo que se dilucida, y que el Consejo de Estado aprobó con el voto en contra de Herrero, es importante: hasta qué punto la Fiscalía ha de incrementar su independencia con respecto al Ejecutivo y hasta qué punto se trata de restar funciones a la Judicatura. Lo cual, claro, redunda en contra de la separación de poderes. Y Herrero, que es una buena cabeza jurídica y un incordio para la política al uso desde los tiempos de UCD y Alianza Popular, lo ha puesto de manifiesto, aunque amparado en la discreción de los debates del Consejo de Estado al que pertenece. Y que usualmente, faltaría más, siempre preside una figura afín al Gobierno, la ex vicepresidenta Carmen Calvo en esta ocasión. Lamentaría que mi comentario se pueda ver como el elogio a un familiar -lo soy de Herrero--, pero creo que hemos de aproximarnos a un debate sobre para qué existen y a quién sirven algunas de nuestras instituciones, desde el Tribunal Constitucional hasta los organismos reguladores, desde la CNMC hasta la CNMV, pasando por el Tribunal de Cuentas, el Banco de España y tantas otras, sometidas a los sempiternos -no es cosa solamente de este Gobierno, pero sí especialmente de él-intentos de okupación por parte de los Ejecutivos. Un afán, este de las okupaciones, que abarca a los instrumentos judiciales, los mediáticos y hasta los económicos, y que acapara ya espacios inasumibles en una verdadera democracia. Va siendo hora de que voces señeras, octogenarias, que ya no esperan recompensas ni castigos, con décadas de servicio a la construcción de nuestra democracia, sin militancia partidista, lo pongan de manifiesto, aunque sea con una especie de sordina, mediante una filtración a una gran periodista. Como María Peral, de lo que dicen ante audiencias cerradas. ¿Qué? ¿Te animas, Miquel Roca i Junyent?
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