MADRID, 7 (OTR/PRESS) Eso es lo que ha dicho Cuca Gamarra, todavía secretaria general del Partido Popular, en una entrevista este sábado: "Hay que salir a la calle para sacar a Sánchez de La Moncloa". La manifestación de este domingo, convocada bajo el lema "Mafia o democracia", sacará a la derecha para pedir unas elecciones cuya anticipación, sin embargo, solamente Pedro Sánchez puede decidir. Y Pedro Sánchez, quizá cada vez más sitiado por sus propias decisiones y las de los suyos, no parece precisamente dispuesto a llamar a los españoles a las urnas antes de la primavera de 2027. Otra cosa es que aguante en el clima extraordinariamente crispado y falto de moralidad en el que se desenvuelve la política española. ¿Aguantará? Quien suscribe se ha equivocado no pocas veces al predecir el futuro político de Pedro Sánchez. Claro es que muy pocos podían pensar, en octubre de 2016, cuando fue defenestrado de Ferraz, que sobreviviría; quizá ni él mismo lo creyó inicialmente. Pero ahora el Gran Resiliente parece sentirse fuerte frente a todo: frente a una imputación al fiscal general, su protegido; frente al desprestigio de Begoña Gómez; frente a las disidencias entre los ministros; frente a sus incumplimientos constitucionales, por ejemplo no presentado los Presupuestos; frente a los caprichos de Puigdemont y la gran polémica que se avecina sobre la amnistía Sánchez es, para bien y para mal, un fuera de serie, y contra los fuera de serie, sobre todo cuando son para mal, es muy difícil hacer una oposición coherente acorde con el sentido común. Porque es ese un sentido que hace tiempo que huyó de nuestras fronteras. No creo, la verdad, que convocando (¡sin siglas!) manifestaciones callejeras, o dando portazos en la Conferencias de Presidentes Autonómicos, se vaya a acelerar la salida de Sánchez de La Moncloa, entre otras cosas, ya digo, porque es él mismo quien tendría que decretar esa salida, y por ahora parece demasiado afecto a la alfombra roja. Ni tildando al Gobierno tramposo de "mafioso" y "cuadrilla de gangsters" parece penetrarse la dura piel de toro ni se saca a los españoles de su larga indiferencia. No soy quién, obviamente, para dar consejos a la oposición acerca de lo que tiene que hacer para echar a Sánchez. Pero lo menos que puede decirse es que esta oposición, hoy por hoy, no solo no está siendo eficaz, sino que está sirviendo para cohesionar más a los juramentados hace ahora siete años para forjar esa especie de 'coalición Frankenstein' que, increíblemente, aún dura y dura, por muy cuarteada que esté. Quizá, se me ocurre, el papel de la oposición consista en mirar más hacia el medio y largo plazo que a la coyuntura de hoy; los escándalos de las leiredíez, los koldos, los ábalos, son, claro, muy criticables, apestosos, pero son flor de un día; los incumplimientos constitucionales, la falta de respeto al Código Penal, la desmembración territorial, la no división de poderes, la inseguridad jurídica, la 'okupación' de las instituciones, comenzando por la Fiscalía o el Tribunal Constitucional, son cosas que nos deberían preocupar mucho más, y preocupar por supuesto a la oposición, que las golfadas de la falsa periodista y seguramente real fontanera. Lo que pasa es que las leires y las jésicas son las últimas muestras del grado de descomposición al que ha llegado la política en este país nuestro: se empieza incumpliendo la Constitución y se termina haciendo la vista gorda ante los putiferios de Abalos. Ya no es cosa de levantarse y largarse (grave error) cuando el lehendakari habla en euskera o el president de la Generalitat en catalán; ni de llamarle "mafioso" y 'capo' al inquilino de La Moncloa (ya verá usted las pancartas en la 'manifa', ya). Creo, y comprobaremos si es o no así cuando el PP celebre su congreso dentro de tres semanas, que la oposición habrá de reformularse, casi refundarse, ante una situación que, nacional e internacionalmente, es inédita. De locos, aunque quien lo diga sea el más loco de todos ellos. Quien debe sacar a Sánchez de la alfombra roja y del Falcon son los votos y quizá una alianza de partidos bajo el liderazgo de Feijoo, alianza que, hoy por hoy, no parece posible. Porque en la manifestación de este domingo ni siquiera esos potenciales aliados van a dejarse ver: pregunte hoy al PNV o a Junts sobre el PP y verá lo que le dicen. Echar a Sánchez de La Moncloa exige algo más que salir a la calle a insultarle. Y siento decirlo, porque sé que la mayoría de los manifestantes de este domingo también está convencida de ello, de que hoy y aquí el grito es un mero desahogo que no traspasa las paredes monclovitas. Ni otras muchas paredes.
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