“¿EN LOS UNIVERSOS DE QUÉ ARTISTAS TE AGRADARÍA PERDERTE (O ENCONTRARTE)? O BIEN, ¿A QUÉ ARTISTAS ELEGIRÍAS PARA QUE TE INCLUYERAN EN CUÁLES DE SUS OBRAS COMO PERSONAJE O DE ALGÚN OTRO MODO?” 1: ALEJANDRA M. BOERO SERRA

Definitivamente, perderme en las tramas literario-filosóficas y poéticas de las sagas vikingas; en los relatos que llegaron de Oriente a embellecer y hechizar a Occidente; en las epopeyas sumerias, indias, griegas, amerindias; en las coplas andinas; en los cuentos folclóricos. Encontrarme en la voz de los juglares que compartían y enriquecían la memoria de sus pueblos. Y en la poesía y correspondencia amorosa de todos los tiempos. Por lo expuesto anteriormente, elijo, en este momento, a los artistas anónimos, colectivos, a aquellos que estudiaron y compilaron las historias que todavía continúan contándome, leyéndome, interrogándome. Si tuviese que escoger a autores en cuyos personajes femeninos me sentí identificada o me hubiese gustado encarnar, serían, sin dudas, Marcel Proust y Gustave Flaubert.
2: ALICIA MÁRQUEZ

Quisiera seguir a un conejo, a una llama, a un canguro, a un carpincho y de repente caer, caer y seguir cayendo por un profundo pozo y aparecer en un mundo absolutamente delirante. Igual al que estoy viviendo, pero infinitamente más creativo y ciertamente menos cruel. Si hay una reina que quiere cortarme la cabeza, la soplo, porque es una carta. Como decía el gato de Cheshire, la imaginación es la única arma en la guerra contra la realidad. Y sí. Siempre me quedé con ganas de que la oruga me convidara con su narguile y todavía me pregunto quién soy yo. No lo sé. Alguien me dijo que era muy alta y yo me sentía muy chiquita y no había comido ninguna galleta tentadora. Tomaría café, en todo caso, aunque siempre es momento para el té, porque ellos son muy ingleses. La morsa está ahí para que no olvide la avidez, la avaricia y también, ¿por qué no? la crueldad. Pero es una barbarie de mentira, porque estoy en un cuento, y si fuera verdad los perdono, porque ellos son animales. Y entro y salgo del espejo, que es líquido como a veces algunos de mis pensamientos, como últimamente muchos de nuestros pensamientos, líquidos, inconsistentes, que van y vienen en un frenesí como el del Sombrerero Loco, pero no tan loco porque dice que, en un mundo de locos, ser cuerdo es una locura. No se oyen ruidos, nada más que mis pasos eligiendo un camino. Nada más que silencio de árboles y no sé dónde está el sol porque el bosque es cada vez más espeso. Quizás tenga miedo. ¿Pero quién no lo tiene? ¿Habrá que vivir con miedo? ¿Vale la pena? ¿Algún tribunal me juzgará por algo que hice, quizás arranqué un pétalo a una margarita y ella se quejó amargamente? A lo mejor no hice nada más que mirar detrás de un cerco perfectamente cuidado por no sé quién y ayudé a un flamenco a enderezarse. Dentro del cuento no es demasiado el miedo. No. Dentro del cuento es todo un magnífico interrogante acerca de adónde vamos, si es que vamos a alguna parte. O no me interesa ir a ninguna parte y entonces me siento y lloro, lloro mucho, lloro y me voy ahogando en mis propias lágrimas, pero por suerte sé nadar. Hay que llorar, sí, mucho. Y después, en medio del lago recordar palabras difíciles: dingolondango, rondalla, quisneado, languor, giranta, pulchen. Y mientras las digo a los gritos, se van secando el lago y mi ropa. Ahí viene otra página y tengo que aferrarme al borde para no caerme. Me olvidaba. Yo también me llamo Alicia.
3: ALICIA PASTORE

Perderme o encontrarme, dos polos de un mismo programa. La lógica diría que para encontrarse hay que perderse primero. Pero creo también que es posible perderse al haberse encontrado en un mundo infinito de nuevos conocimientos. Me gustaría perderme en los universos de la artista japonesa Yayoi Kusama, soltarme, como dejándome caer en su mundo de percepciones, jugar en ese terreno peligroso en el que ella lo hace -peligroso para mí, no para ella- y volver, sí, volver a mí, inevitablemente modificada, claro, pero volver a mí, la que era antes, esa para la que una calabaza no tenía otra importancia que ser hervida en un caldo. Sé que sería una experiencia única, pero también, que lo haría desde muy cerca de la puerta de salida. Yayoi Kusama, quien padece desde niña de un Trastorno Obsesivo-Compulsivo, además de alucinaciones visuales y auditivas, pinta, entre otras cosas, calabazas, y desde su infancia en ellas encuentra consuelo, sencillez y alegría de vivir. Las calabazas no importaban nada en mi infancia taciturna y solitaria y mi propósito sería comprender en su hondura el significado que le encuentra Yayoi, pero regresando sana y salva, como corresponde a alguien que a gusto o a disgusto, se crió y vive en Occidente. Soy lo que soy. De este lado del mundo, nos creemos muy normales, sanos y perfectos, Y ante el distinto, crece el miedo, nos la jugamos, pero hasta ahí. Creemos que lo que tenemos es tan bueno, que no estamos dispuestos a arriesgarlo. Si me animara completamente, tal vez me llevaría una sorpresa, pero eso no sucederá. Yayoi, internada voluntariamente desde 1977 en un Centro psiquiátrico en Tokio, utiliza puntos y lunares aplicados a esculturas, pinturas, instalaciones y moda. Es lo que la ayuda a expresar su visión de infinito, cito "Nuestra Tierra es solo un lunar entre un millón de estrellas en el cosmos. Los lunares son un camino hacia el infinito". Ella es infinita, no tiene miedo, yo ando reparando en minucias, las diferencias entre Oriente y Occidente. Su universo es muy otro que el mío.
4: ALICIA SILVA REY

Clinamen. Se elabora, abeja, una miel depreciada. Se clava el aguijón en la materia finisecular del oído interno. Se abortan recuerdos. Se los revincula a la vigilia y a los sueños. Transmutante doble fondo de un objeto revestido de pana azul. Las metáforas extinguen. Tu oído es conocimiento en la literalidad. El universo tabica los intersticios. Una alegría seca confluente, embrujada, cubierta de compost rojo. De haber sido la hermanastra desconocida de Arlt, querría existir únicamente como la desconocida tía de sus sobrinos bastardos. Simultáneamente (en otra escala temporoespacial) querría haber nacido Lengua de Scherezada. Para denunciar ante el mundo los subterfugios de un relato finito, a saber, el fraseo nocturno de Schahriar, el infame. Por eso, lengua feraz, al poner fin a una realidad dada como infinita por el energúmeno, pateo el tablero de su petitorio corto de miras, arropado cada noche en la sustancia prodigiosa de mí, Lengua. (Casi pierdo mi vida en manos de tu delirio de inmortalidad. Ahora, te deporto a tu andrajo, desnudo, despojado para siempre, para siempre, de las nobles palabras. Te he vestido con ellas durante mil y una noches. Me llevo tu hombría acotada a mi lengua. Te he matado.)
Nota: Remitirse, quien lo desee, a: “La lengua de Scherezada”, Alberto Forcada, 1999, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).
5: ARACELI OTAMENDI

Si tuviera que elegir universos de artistas en los que perderme o encontrarme, o donde me incluyeran como personaje, iría por opciones llenas de fantasía, profundidad y un toque de extrañeza. Me imagino habitando el mundo de “Barbarella” de Jean-Claude Forest, siendo un personaje humano, pero con un giro fantástico: quizás una viajera espacial con la capacidad de soñar mundos enteros, flotando entre planetas surrealistas con esa mezcla de inocencia y audacia que tiene el cómic. La bondad del universo, sería un refugio perfecto para explorar sin miedo. Después, me tienta perderme en un cuento de Julio Cortázar, como “Casa tomada” o algo más onírico de “Bestiario”. Sería un personaje que salta entre realidades sin notarlo del todo, atrapado en un Buenos Aires donde lo cotidiano se quiebra y lo imposible se cuela por las rendijas. O en un relato de Jorge Luis Borges, tal vez como una figura secundaria en “El Aleph”, alguien que intuye los infinitos, pero nunca los comprende del todo, vagando entre tiempos y espejos. Si vamos a lo desconcertante, un cuento de Silvina Ocampo sería un sueño: ser un personaje con esa mezcla de ternura y rareza que ella sabía construir, quizás una niña que ve lo que nadie más ve en un mundo torcido y poético. Y con Clarice Lispector, me encantaría ser parte de algo como un cuento de ella, un ser que vive en los bordes de lo real, atrapado en sensaciones intensas y pensamientos que no terminan de encajar. También me gustaría estar en una aguafuerte porteña de Roberto Arlt, podría ser “La mujer que escribe de noche cerca de la ventana” y que el autor se imaginara lo que estoy escribiendo mientras camina por la ciudad. Si voy más atrás en el tiempo, ser un personaje de Guillermo Enrique Hudson en un cuento, viviendo en el campo, montando a caballo y durmiendo con el canto de los pájaros. Y ya que de fantasear se trata, podría ser un personaje de una leyenda indígena argentina, tal vez anónima, que al correr peligro se transforma en un árbol florecido y recibe el nombre de algún pájaro. Tal vez, ser una escritora personaje en una novela policial de Patricia Highsmith, donde a su vez crea otro personaje que escribe una novela.
6: CAROLINA DOARTERO

Me encantaría perderme en el universo pictórico de Remedios Varo. Descubrir su obra tuvo en mí resonancias inabarcables. Me acerqué a su imaginario con todo el cuerpo, con todo el ser. Su obra trasciende lo visual, promueve un salto perceptivo. Invita a mirar con “los ojos de la carne, de la mente y del espíritu” como dice Ken Wilber al referirse a los tres niveles de percepción y experiencia. Hay muchos puntos de contacto entre Remedios Varo y mi búsqueda personal y creativa. Sus cuadros tienen textura, espesor, y una narrativa que sólo se capta desde la intuición. Emanan ritualidad. Una sacralidad prosaica en la que conviven animales fantásticos, insectos, muebles y objetos animados, con elementos de captación sutil. Las escenas transmiten silencio introspectivo, interiorización. Transcurren en arquitecturas de líneas románicas y góticas, pero atemporales. Las cúpulas, cavidades y concavidades de estos espacios aparecen una y otra vez en mi imaginario y poesía. Me une a Remedios Varo su entrega al desarrollo de la consciencia a través del psicoanálisis, los lenguajes simbólicos, la alquimia, la astrologìa, la metafísica, el hermetismo, la kabbalah y la exploración de lo onírico como campo de información. Y el entramado inseparable entre vida y obra en la que esta última es manifestación de las diferentes fases del camino de autoconocimiento. En los cuadros aparece su rostro en todos los personajes. Rostros blanquecinos, nacarados, de expresión neutra, sin dramatismo. Se la ve transfigurada, andrógina, despojada. Etérea y al mismo tiempo encarnada. Veo en su obra la integración de polaridades, luz y oscuridad, vehículo imprescindible para conectar los diferentes planos de la realidad con la multidimensión. Me maravillan las escenas que van desde lo subterráneo hasta lo astral. Otro punto de contacto con Varo es la influencia del Bosco en su obra. Un pintor que me atrae desde mi infancia. Me recuerdo mirando una y otra vez los detalles de “El jardín de las delicias”. Otra conexión potente es su acercamiento a la danza como medio de expansión de la consciencia. Con su amiga Leonora Carrington, compartían arte y espiritualidad. Eran seguidoras del “Cuarto Camino” de Gurdjieff y practicaban las danzas sagradas. Danzas repetitivas, de alta intensidad que influyeron en coreógrafos como Pina Bausch y José Limón. En sus cuadros, los seres longilíneos con reminiscencias de las figuras humanas del Greco, me traen ideas coreográficas y de movimiento. La presencia de pájaros, plumas y el tema del vuelo es otro tema que se repite en su obra y atraviesa mi danza y mi poesía. Por último, los hilos, filamentos y hebras que ligan espacios, seres y cosas es otro gran punto de encuentro con su obra. En mi poesía, casi una obsesión.
El hilo une lo fragmentado, conecta lo que parecía separado. Sintetiza un modo perceptivo, la consciencia de unidad. “El manto sin costuras del universo” que menciona Einstein, punto de partida del misticismo oriental. Me perdería feliz en la obra de Remedios Varo, en quietud contemplativa o en movimiento. Su universo me resulta familiar. Me veo en ella:
mujer pájaro mujer árbol escarabajo libélula maga alquimista trovadora tejedora del manto terrestre canoa sirena Remedios me re liga algo en mí recuerda.
7: CATALINA BOCCARDO

La pasión según Clarice Lispector. Los misterios de Clarice. El clímax. Esa escritura flotante y a su vez, de profundidades. Sus personajes cotidianos, comunes, incluidos en sus historias que van tomando otras formas con el correr de la vida. Compruebo que estoy escribiendo entre el sueño y la vigilia. De esta manera una querría ser el personaje y la escritora sutil. Amorfa. La pescadora de ideas. La emoción con la idea, la idea con las palabras. La metamorfosis. Esa experimentación de los fantasmas vigilantes. La penumbra nocturna los cubre. Y vuelve a amanecer. Tapada como una crisálida, a la espera. Acostada con los párpados cerrados. Cuándo duermo y me despierto son las preguntas admitidas. Creo levantarme mariposa. A ella (la escritora) le hubiera gustado nacer bicho. O quizá, una planta. A mí me gustaría algo de todo eso. Y, en el caso, no ser devorada pronto. Desearía vivir mucho. Elegiría un paquidermo, una tortuga, un cactus. Cientos de años, milenios. Desarrollar esa pasión. Una pasión por la escritura es larga. Contundente. Arbitrario acto escritural. Una de mis fuentes trata del libro con título marino. Cuando su autora se dejó llevar hasta el final con la forma de un molusco. Dejó atrás caparazones o exigencias del entorno. No importó ninguna narrativa. Sólo ser. El verbo “ser” no como esencia, ontología. Ser viviendo y viviendo, viviente y suelto, en páginas de papel. O digitales. Sin ocluir el libro diurno. Más que un instante, quiero su fluir; arremeter con esta idea. Si ella optó por una vida inventada, también este yo que está escribiendo esto. Circular, sin puntos de referencia, sin equidistancia explicativa. Rizomática cuestión de quien hace un texto sin ley. Ella. Una mujer. Escritura femenina. Bello no estar atrapada por nadie. Ni atrapar. Y quién dice que hay que secuestrar a los personajes. Hacerles un argumento. Tomarlos en la trama, forzados a accionar. Identificarlos estatalmente. No, sin jurisdicciones. La autora no va a informar ninguna de sus atribuciones. Sin potestad alguna. Sin antes dudar. Dudar hasta que acabe el tumulto.
8: GRACIELA CROS

En distintos momentos de la vida, creo, me habría perdido o encontrado en los universos de diferentes artistas. Rectifico, error en los tiempos verbales elegidos. Me perdí y me encontré. Y hasta escribí una novela para dar cuenta de eso. Doy un ejemplo, uno entre muchos. Cuando escribí esa primera y única novela (hasta ahora) estaba pasando una época de alta, pasional diría, identificación con Onetti, Idea Vilariño y las respectivas vidas y obras de los dos. Buceaba frenéticamente en las páginas de “La vida breve” de Onetti, en toda su obra y su vida, pero particularmente en esa novela. Hice míos algunos de sus personajes y los puse a vivir un thriller literario apelando a un juego de simulacros, presentándolos como sus imitadores o falsos clones puestos a vivir por el mismo Onetti para probar su verosimilitud y de ese modo pasaron a formar parte de mi historia, de hecho, allí soy un personaje más al que llaman por su apellido, Cros, sin mencionar nunca su nombre de pila. En esa ambigüedad está el misterio que me interpela, la ficción literaria que me subyuga. Aparecen en “Muere más tarde” también el mismo Juan Carlos Onetti (su réplica) y una misteriosa poeta uruguaya a la que es fácil reconocer en la figura de la gran poeta Idea Vilariño. Ese juego de planos –mezclados- de realidad y fantasía como espejos que nos incluyen o eliminan de la escena en instantes, es un recurso que me atrae y en toda mi escritura hay un ida y vuelta entre artistas, su obra, y la mía. En esa misma novela me llamo a mí misma “La Madame Bovary del subdesarrollo”. Aclaro que la novela fue escrita entre el 30 de mayo de 1994 -día de la muerte de Onetti, día en que empecé a escribirla en estado de shock profundamente conmovida por su partida-, y el 2000, año en que fue premiada en la convocatoria de la Secretaría de Cultura de la Nación y aclaro también que antes de llamarse “Muere más tarde” pasó por otras versiones bajo el título “Al imperio”, siendo finalista del premio Emecé y mención de honor del Fondo Nacional de las Artes. Yo “era” Idea Vilariño y quería llamar la atención de los lectores, invitarlos a que leyeran la obra de Onetti y también era la Idea Vilariño que lloraba su muerte, como también era Emma Bovary, porque como ella, o como El Quijote, estaba intoxicada de literatura y hacer pie en la realidad no era tarea fácil. Yo decía como lo hizo Flaubert con Madame Bovary: yo soy Onetti, yo soy Idea Vilariño, y todo lo demás era literatura. Y como para coronar el proyecto estaba el título que venía de otra figura amada y central en mi vida, Marguerite Duras, quien en su libro “Escribir”, en el texto llamado “Roma” dice: “Ella vive. No muere. Muere más tarde, de esa trampa de ser la prisionera de un hombre y, a la vez, amarle.” Toda mi obra es así, un diálogo infinito y fecundo con las voces de otros artistas.
9: KARINA LERMAN

Casi al modo de una “poeta ladrona de papeles robados” podría hacerme eco de ese fuego real que lejos de extinguirse se multiplica a lo largo de diversos personajes borgeanos. Personajes que se desprenden y conjugan entre sí, al mismo tiempo fragmentarios, pero de una aparente unidad: de Ulrica a la Beatrice de Dante. De Antígona a Eurídice vía Orfeo. Una colección de rastros e indicios como puntapié a un recuerdo futuro que desbarate las desgracias y las recupere en su gracia. Una especie de personaje/s serial/es que muta-n y se reacomoda-n metamorfoseado-s. Porque cada texto posee su propio territorio móvil, islotes escriturales que migran con cada pulso. Casi al modo de una mitología personal ser el tigre de Blake o el de Borges hacia las zonas ramificadas del Cayupán. Una evocación mítica atravesada por cientos de universos -que en un ir y venir de la conjetura a la experiencia creada y viceversa- sea la piel viva de un lector/a escritor/a ovillada como perlas sobre el texto.Una soñante infinita en el tránsito del Dante junto a las hijas de Lot reponiendo la escena del purgatorio en una devoción sin fin. Casi al borde de la letra (o de la locura fantástica) mudar (se) en la mariposa de Chuang Tzu o en la rosa de Paracelso. O más aún, el cuervo del “nevermore” que desde las cúpulas de Mayo (junto a un Bartleby dixit)repara en alguna de las Emily -en ambas- con su pico corvo, y en una suerte de notación porosa por la cual se escabulle una y otra vez el entredicho eterno e infinito del poema.
10: LILIANA ALLAMI

Son muchos los artistas que me invitan a sumergirme en sus mundos para poder perderme y, a la vez, encontrarme porque de eso se trata, ¿no? De ir siguiendo señales, atenta, conmovida, a tientas, para que algo, de repente, pueda serme revelado. Aunque otras disciplinas, como por ejemplo el cine, me han deparado también momentos mágicos, es la literatura el arte que más frecuento. La prosa que me atrae es la intimista, la que ahonda en los vínculos, en las emociones, en los sentimientos. Y si bien son muchos los escritores que de esta manera me convocan, hay un nombre que frente a esta pregunta se despliega ante mis ojos, me hace un guiño y se destaca como un faro: ese nombre es Philip Roth. Este escritor estadounidense de origen judío, con una mirada aguda, de manera autorreflexiva y con cierta ironía, trata los conflictos del siglo XX y abre de par en par una puerta hacia distintas realidades para que nosotros, los lectores, de inmediato nos veamos reflejados.
Ocupándose de las cuestiones fundamentales que inquietan al mundo, Roth siempre me invita a transitar desde lo magnánimo a lo mínimo, de los problemas universales a la más absoluta intimidad.
Con sus ficciones, más que ningún otro escritor, me permitió comprenderme a mí misma y comprender a quienes me rodean. Con un lenguaje propio, luminoso e intenso, tiene la virtud de crear universos que me impulsaron, sin duda, a confrontarme. La novela “Pastoral americana”, más que ninguna otra obra que yo haya tenido entre las manos, me hizo cambiar la percepción de un mundo que, siento, veía cómodamente instalada desde un pedestal, inalterada, entera. Sus páginas revolucionaron mi cabeza, y me animo a decir -eso espero, eso deseo- que borraron en mí todo resto de arrogancia. El derrumbe del sueño americano, su caída, su desmantelamiento, me enfrentó de lleno a mi propia fragilidad, a mi vulnerabilidad, a la vulnerabilidad del mundo que nos rodea, a resignificar la importancia de ciertas cuestiones que solemos adorar porque nos deslumbran con su brillo y con su persistencia. Comprendí que, de pronto, podríamos convertirnos en la ruina de lo que alguna vez fuéramos, que los andamios a los que nos aferramos podrían desmoronarse de un momento a otro dejándonos desnudos, a la intemperie, solos. Ninguno de nosotros está exento. Como ya dije, muchos otros escritores me convocan. Pero siento que hay en ellos un denominador común, algo que los vincula no solo por los temas que tratan sino por cómo son tratados. Una estética -forma y fondo- que tiende un lazo hacia mí y que no me suelta. Sus prosas me toman de las pestañas, hacen que me sumerja entera, cuerpo y alma, entre sus páginas. Atenta, inquieta, buceo entre esas palabras que me interpelan, me cuestionan, me emocionan, me acompañan y, sobre todo, me transforman, me van modificando: después de atravesarlas yo soy otra: más vulnerable todavía, más sensible y, con suerte, un poquito más sabia.
11: LILIANA CAMPAZZO

Ante la pregunta que me hiciste me sentí convocada y abierta a jugar con la respuesta, pero pasados unos días empecé a dudar. Mis dudas eran acerca de mí misma. Sería pretenciosa mi respuesta? Tal vez infantil? O no sería sincera, tratando de causar buena impresión? En fin, creí que era sencillo y no lo fue. Pienso que generacionalmente debería estar entre la Maga de Cortázar y la Alejandra de Sabato, pero no, son dos mujeres incitantes y arrojadas y no doy el perfil. También se me pasó por la cabeza Alicia, la de Lewis Carroll, pero la aventura en mí se resume en andar por caminos de tierra y cielos del sur, en auto y sin relojes ni sombreros. Así que decidí ser alguna de las locas que andan entre los personajes de Aurora Venturini, cualquiera. Porque, al fin y al cabo, soy una poetita vieja de provincias que lo único que alcanzó a hacer fue publicar unos libritos que andan por las casas de las amigas y en el mejor de los casos una profe de escuela a la que algunos recuerdan por sus clases en que la pintura y el dibujo se mezclaba siempre con algunos poemas y libros que funcionaban en raras sinergias. No sé si me da para más. Te escribo desde mi mesa de la cocina mientras el techo de mi casa retumba una lluvia que no es de acá. Gracias por hacerme pensar.
12: LILIANA HEER

1) ¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? Me gustaría formar parte del streams of consciousness de Joyce, esa inquietante deriva potente en escenas cotidianas con personajes inolvidables. Amalia Popper, Molly Bloom, Anna Livia Plurabelle, verdaderos paradigmas que responden a la pregunta de Freud: Qué quiere una mujer. En ese universo, ellas son descubiertas mientras él escribe, recuerda momentos, otorga voces; las siente palpitar como si diera a luz y al mismo tiempo esa luz lo cegara. Tal vez, quiero ser un doble de Buck Mulligan, estar en Ulises desde el primer párrafo. Él abre la novela con su irreverente Introito ad altare Dei, bendiciendo el horizonte. Una apertura teatral, plena de ocurrencias irónicas. Es capaz de burlarse con soltura de una variedad de temas “serios” y sobre todo de sí mismo. ¿Un guiño hacia Falstaff? Acaso prefiera ser una luciérnaga en el capítulo 17, cuando Bloom y Stephen – el duunvirato- caminan por las calles de Dublín con el recurso de preguntar y responder. Una voz en tercera propicia el inolvidable diálogo entre ellos: música, literatura, París, amistad, credos, prostitución, salud, naturaleza. También, sería divertido habitar el cosmos poético de Mario Trejo. Descubrir sensaciones desconcertantes, saltos, pasajes al sonido. Ese vigor expansivo capaz de arrasar territorios del orden enunciando lo impronunciable. Avanzar en una cabalgata infinita, ser parodiada en la cámara lúcida de una postura crítica. Trejo, personalmente y en sus escritos, poseía una sintaxis dispuesta a patear cualquier pesadilla. Tal vez, el principio más poderoso de su estrategia sea despertar estruendos.
2) O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo? Una pregunta excelente disparadora de efectos espejo. Acerca de “los universos y personajes elegidos”, creo haberme referido. Con otras lecturas, mis preferencias fueron sufriendo mutaciones. Recuerdo obras, autores, tramas alucinantes carentes de bella sintaxis; puedo afirmar que permanecen en mí sin intención de releerlas. Otros libros, a los cuales acudo con relativa frecuencia, genialmente escritos con argumentos singulares, no me instan a formar parte por variopintas razones. Entre otros autores, Faulkner, Alejandra Pizarnik, Herta Müller, Rilke, Marguerite Duras, Handke, Angélica Gorodischer, Murena, Borges, Libertad Demitrópulos, Benjamin, Kurosawa, Gombrowicz... Me resulta complejo tratar de incorporarme en uno u otro elenco, incluso cuando los considere valiosos o envidie la inmensa capacidad narrativa. 3) La extiendo a otras escritoras argentinas.
Varias veces imagino ser alguien en un libro de Ana Arzoumanian. Ella dota de materialidad a los personajes, sentimos sus entrañas en un infinito violento ritmo transformante. La poesía, las novelas, los ensayos, poseen el talento de enfrentarnos a ignorados devenires por su letra sin mordazas. Sofoca el aliento, exprime el valor del sentido como si el fin del secreto llamara a sus puertas seguro de ser oído. Lo privado se vuelve político, la historia es pasada y presente. El matar de cada día, el morir una vez más. Tensión. Lujuria. Ternura. Juana la loca vive entre nosotros, los jazmines ausentes en New York reverberan en nuestras neuronas cuando el caleidoscopio se detiene en la frase “soy armenia”. Y más, ascender, cruzar, excavar. Si Milena viviera, le escribiría cartas a ella; si Kafka viviera, espiaría esas cartas rogándole que se las envíe a él para leerlas primero. 13: MARÍA BARRIENTOS
Tengo que separar esta pregunta por etapas, en mi adolescencia me sentía dentro de una novela de Roberto Arlt, me entusiasmaban sus personajes rebeldes, su implacable forma de ver la traición. Sentía que era un amigo que me hablaba. Mi corta edad sumada a la rabiosa manera de describir el mundo me hacía sentir un espíritu afín. Lo mismo me pasaba con los poemas de Alfonsina Storni, su manera de anticiparse a la época, su defensa furiosa de los lugares estancos y su defensa de lo femenino. Esa gran tristeza y melancolía que se desprenden de sus versos y que no están exentos de la ironía. Desde muy joven tuve que trabajar en lugares alejados de lo literario, la literatura venía a mí en tiempos robados a la vida cotidiana, era una vida secreta que compartía con unos pocos. Muchas veces, cuando solo quería estar leyendo o escribiendo, me sentía el personaje de Kafka de “La metamorfosis”, ese vendedor agobiado que un buen día no puede levantarse más para ir a trabajar. Esa atmósfera asfixiante a la vez es una cueva donde volverse un ser invisible, a quien nadie le pide ya nada, un ser repugnante y descartado. También el universo de Sylvia Plath produjo una fascinación en mí, no solo por su intensa poesía sino por su narrativa con su novela “La campana de cristal”. Con el correr del tiempo entendí que el no depender económicamente de la literatura fue lo mejor que me pudo pasar. Alejada de cualquier torre de cristal pude acceder a conocer lo mejor y lo peor de la condición humana más allá de los libros. En los últimos años me he ido alejando de ciertas intensidades, no quiero llamar a esto madurez sino cambios de ciclo, es natural que la juventud se encandile con la oscuridad, porque la fragilidad de nuestros primeros años nos vuelve admiradores de experiencias extremas. En estos momentos me gusta encontrarme con mundos más luminosos, como los paisajes de Juan L. Ortiz, la clave es el río, el que nos atraviese ese río, un aire puro, una nostalgia cristalina. Esos poemas de lenguaje exquisito me hablan de un mundo extraño para mí, un mundo idealizado como todo lo que es lejano. Siempre viví en la ciudad, la naturaleza es algo literario en la medida de mi alejamiento real de ese entorno. Leo los poemas de otros y los míos desentrañando si se trata de un poeta de la ciudad o de la naturaleza. Por otra parte, me sentí muy dentro de la novela “El oso” de Marian Engel, una escritora canadiense que narra la historia de una mujer que se refugia en la naturaleza y se relaciona únicamente con un oso en una isla remota, mientras se ocupa de catalogar una biblioteca. Muy lentamente fui entrando en esa casa perdida en una isla donde la única compañía es un oso y en la particular relación que se establece con la protagonista. Creo que la real dimensión de un escritor está en convencer al lector de atravesar la realidad y vivir una nueva condición creada a través de una escritura que borre cualquier límite.
14: OLGA EDITH ROMERO

Ante las preguntas a qué artistas hubiera elegido para que me incluyeran en sus obras como personaje, mi respuesta es que admiro a Diego Velázquez, quien fue un pintor del Renacimiento español, nacido en Sevilla en 1599. Este artista del siglo de oro tiene un estilo barroco y aunque su importancia se reconoció dos siglos después de su muerte, es uno de los más talentosos, tal es así que sus obras se pueden admirar en el Museo del Prado. Me encantaría ser parte de su cuadro “La fábula de Aracne”, también llamado “Las hilanderas”, que es una alegoría literaria. Las hilanderas se hallan trabajando en un taller de costura y me agrada esta obra porque incluye mitología y simbolismo oculto. Hay cinco hilanderas, cada una con una tarea específica para llegar a tejer y qué es si no la escritura, sino armar una trama, una forma de hilar historias, a veces en forma de prosa y otras componiendo poemas. Preparar la lana o el hilo es como elegir las palabras, con las cuales se puede o no formar algo que tenga belleza. Hay varias hilanderas, una está cerca del huso, que sirve para hilar torciendo la hebra y hay otras observando tal vez lo que luego realizarán. A mi me gustaría ser la que está de espalda y tiene en sus manos un pequeño y rústico telar con el cual ya ha colocado la urdimbre, que son los hilos longitudinales y se apresta a realizar la trama, mientras la compañera la observa. Detrás de este cuadro hay otro plano de cinco personajes interactuando que observan querubines. He elegido esta obra de arte porque si bien estamos solos ante la creación, nos acompañan siempre los escritos de poetas contemporáneos y para mí el otro plano significaría los autores de los cuales nos hemos nutrido y de los cuales hemos abrevado. Las hilanderas, a pesar de no estar haciendo otra cosa que tejer, me recuerdan mucho a un taller literario grupal, donde cada uno realiza su propio escrito, al cual luego todos juzgan si ha quedado bueno o no, pero a pesar de ello todos respetan. Los escritores y poetas creamos, pero vamos corrigiendo lo que hacemos constantemente para que quede una “trama” lo más vistosa posible y que a su vez diga lo que queremos expresar con algo de belleza.
15: PATRICIA DÍAZ BIALET

Me hubiese gustado ser esa mujer a la que el poeta chileno Vicente Huidobro le dice en el Canto II de su libro “Altazor”:
Mujer el mundo está amueblado por tus ojos Se hace más alto el cielo en tu presencia La tierra se prolonga de rosa en rosa Y el aire se prolonga de paloma en paloma Al irte dejas una estrella en tu sitio Dejas caer tus luces como el barco que pasa Mientras te sigue mi canto embrujado Como una serpiente fiel y melancólica Y tú vuelves la cabeza detrás de algún astro También me hubiese gustado ser ese silencio que el mismo poeta nombra en el siguiente verso al final del Canto I:
Silencio Se oye el pulso del mundo como nunca pálido La tierra acaba de alumbrar un árbol Fue tal el impacto que me causó leer el libro “Altazor” a mis diecinueve años, que –en ese tiempo- podía repetir fragmentos de memoria. Recuerdo que leía y releía los inmensos y profundos versos y siempre sentía esa misma emoción: una especie de epifanía que me revelaba que la belleza del poema nos puede conectar con el poeta sin haberlo conocido personalmente o sin haber vivido en el mismo tiempo y lugar. Desde la página de un libro saltamos directamente al alma del poeta, a su sentir más recóndito, más privado, sin ningún intermediario más que la palabra, maravillosamente tocada por la poesía.
Otro universo que me causa una profunda felicidad es la interpretación de la cantante Sarah Vaughan. Desde muy chica me gustó la música, sobre todo el jazz. Recuerdo que a mis trece años iba a los conciertos que organizaba el “Club del Jazz”, institución fundada por César Parisi. En mi adolescencia compraba vinilos de orquestas y cantantes de jazz, y una vez que escuché a la incomparable Sarah Vaughan, no pude dejar de escucharla ya nunca más. La poesía y la música no solo se parecen en que las dos tienen conceptos e imágenes que transmiten las palabras, sino que también en el hecho de que ambas nos ofrecen un ritmo y una melodía. La palabra hablada y la palabra cantada, las dos nos brindan una combinación de notas, un ritmo, una cadencia que impactan en nuestro presente y en nuestro pasado. Las melodías de un poema o de una canción pueden despertar la imaginación, llevarnos hacia adentro de nosotros mismos, hacernos descubrir cómo nos sentimos realmente, y también pueden evocar nuestros recuerdos, llevarnos a momentos vividos y anclar en ellos. Las melodías que un poema o una canción nos regalan, nos transportan también a otras realidades, a otros mundos, a otros creadores.
16: SILVANA FRANZETTI

“Para entender China tal vez sea necesario vivir en ella mucho tiempo, pero un ilustre sinólogo, durante un debate, ha señalado que quien pasa un mes en China se siente capaz de escribir todo un libro; de escribir, tras algunos meses, solo unas páginas; y que prefiere, tras varios años, no escribir nada” (*). Esta sentencia es análoga a mi deseo de vivir cuatro semanas con Juanele Ortiz para escribir un libro; si esta primera opción no fuera posible, elegiría reunirme con él durante un otoño para fumar opio y, con mucha suerte, escribir un poema extenso; después de esa experiencia, pasaría años conversando sobre nuestros sueños. Un amanecer de junio, hace décadas, sobrevolaba Berlín: miraba las nubes espesas, inmensas, no itinerantes, cientos de tonalidades de gris. Viajaba hacia una ciudad con sol y, paradójicamente, no podía dejar de pensar en la luz tenue de algunas películas de Aki Kaurismäki y Katsuhito Ishii (“Nubes pasajeras”, “El sabor del té”). Así surgieron algunos poemas, como “Las sombras de un día nublado” (**). Seguía la claridad de Godard hasta que sentía la necesidad de apartarme y perderme en la luz nórdica o en ese punto de intersección entre los trópicos norte y sur, donde se yuxtaponen la novela corta y el poema. Construiría con Hanna Höch la vertiente feminista del dadaísmo, me reuniría con ella y otras mujeres poetas y artistas trabajadoras en talleres de distintas ciudades del mundo para discutir arte, política y revolución, dos veces por semana, de noche, después de haber trabajado más de diez horas diarias en una editorial. Haríamos afiches con fotomontajes que convoquen a la huelga general y denuncien las condiciones de explotación de la mujer en todos los ámbitos, también en el arte. Esa experiencia marcaría toda mi existencia, se produciría, a la vez, un corte real y simbólico. En 1922, nos encontraríamos en un café con Vladimir Mayakosvski, que estaría de viaje en Berlín, y durante horas intercambiaríamos experiencias sobre poesía y gráfica, llamaríamos “películas estáticas” a los fotomontajes, organizaríamos acciones poéticas al aire libre, en parques, y por la noche leeríamos poesía en un club nocturno, fumaríamos cigarros y bailaríamos. Con Jean-Luc Godard trabajaría en su equipo de edición, me dedicaría a examinar y elegir tomas, a identificar qué pasar de un lugar a otro, dónde cortar, con qué reemplazar, qué reconocer como insustituible, cómo sincronizar y también cómo desmontar el sonido de la imagen. Antes de esto, colaboraría en la selección de las imágenes de archivo, en la prueba infinita de colores y en los ensayos de puesta en voz de algunos textos, estaría en todo lo que rodease la filmación, en el otro guion, donde se sigue escribiendo el lenguaje cinematográfico. Pasaría la vida en esa isla de edición basamento del universo, como la piedra de Ptyx, en ese lugar donde siempre se escucha el sonido del mar y el mundo se abre una vez más. * Michelangelo Antonioni, en Chung Kuo: Cina, 1972, como se citó en “Más allá de las nubes”, Barcelona, Mondadori, 2000, trad. Juan Manuel Salmerón.
** Las sombras de un día nublado / sostienen una línea de pájaros sobre / el cable de luz / sugieren el límite entre / una y otra pausa / cambian / la dirección del viento / introducen / la / conversación / de los chicos en el parque, / de las madres en la plaza / obturan el colador de té / usado esta mañana / para hacer el café / hacen que las cosas / cambien de lugar, / incluso que tu mirada / cambie de lugar / desplazan la conversación / sobre las mil y una / noches / dispersan las piezas / de ajedrez / y la jugada / llegan sin que digas “las vi” / tardan en llegar / si es de mañana / alargan los hilos / de coser / ablandan / la escalera / del museo / y los marcos de los cuadros / nunca aparecerían / en la tevé, / aunque es posible verlas al / pasar las hojas de un diario / cambian el color / del mar / que hasta recién / era verde / se rehúsan / a los paraguas / remueven las / capas de los sentidos / vuelven / cada tanto / a cambiar la perspectiva / se parecen al sonido del contrabajo / no se filtran, / destilan hilos de luz / sobre el papel carta / unas horas / antes de la lluvia / apaciguan las hojas de los árboles / se diluyen / en la tinta china / antes de encender la luz.
17: SILVIA MARINA CRESPO

Después de pensar, repasar el universo de tantos y tan grandes artistas y poetas, elijo a Enrique Molina, por su palabra vívida, sus cadenas de palabras como hechos. Hace muchos años, cuando comencé a leer su obra poética y luego su novela (“Una sombra donde sueña Camila O'Gorman”), confieso que me costaba sostener la dirección, el sentido de su escritura dada su intención de romper con el discurso lógico. Pero cuando pude concebirlo, dejarme llevar por el curso del lenguaje del que hace uso en forma analógica (o sea, ni en forma lógica ni tocando el absurdo), me conmovió profundamente y mi búsqueda, tanto en la poesía como en la plástica, ya no fue la misma. Su universo se expande, permite ver de otra forma, extiende y hunde la mirada para ver otros aspectos de las cosas, otros comportamientos en las circunstancias y el devenir humano. Su búsqueda no se detiene hasta incitar a una renovación de la consciencia, como lo hace al intentar poner palabra en esa percepción de simultaneidad o de contradicción en lo que se percibe; cito como ejemplo: “todo termina/ los viajes y el amor/ nada termina/ ni viajes ni amor ni olvido ni avidez”. O hasta despertar la sensación de haber vivido situaciones de las que no tenemos evidencias (déja vu), como cuando dice en el poema “Alta marea”: “esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro cielo en otro infierno”. Podría decir que vivo la escritura de Enrique Molina como una experiencia, en su poesía se huele, se toca lo que nombra, sitúa sentimientos nuevos que abren tanto a una nueva compresión como a una nueva valoración. Al respecto, recuerdo unos versos del poema “Francisca Sánchez”, quien fuera pareja y luego segunda esposa de Rubén Darío, una mujer humilde y analfabeta cuando R. D. la conoció. Molina dice de ella: “Ignorante como la lluvia/ Francisca Sánchez/ tan sólo lee en el pan que corta en sueños/ en la sal de las lágrimas”. Por la búsqueda constante a través de una mirada que consigue despojarse hasta la inocencia, yendo a tientas por la incertidumbre, sosteniendo la desconfianza con un rigor que obliga a volver a mirar, así como la pasión por acercarse a lo verdadero para zambullirse una y otra vez en la realidad de este continente, de este su “planeta adorable”, me inquieta el querer saber o al menos intuir, sospechar, cómo llegaría este poeta a ver el tiempo actual, qué descubriría en las recientes transformaciones del ser unidas a lo remoto, en el desamparo de la condición humana.
18: SUSANA CATTANEO CORONA

Cada vez que releo la obra de Olga Orozco, siento que me rodea un mundo que va más allá del que me rodea. Esta poeta que puso palabras al misterio (Pizarnik puso misterio a las palabras), instaura en mí el deseo de cruzar el Portal que conduzca a un universo como el que ella crea, tanto en sus poemas como en sus relatos. Lo misterioso, la vida, la muerte, lo oculto, Dios, la lectura de cartas del tarot, la astrología, la mirada profunda por doquier, enamoran todos mis sentidos. Crece en mí una fuerza poderosa que a gritos me dice que hay algo inmenso y trascendente, un “algo” que es la vida pura, esa que aún no conocemos. Como ella decía: “que no podemos conocer desde este costado del mundo”. Todo me envuelve como si fuera un manto de magia; crece mi interés por lo que aún no tiene nombre. Alejandra Pizarnik me invita a recorrer un mundo atrayente y a la vez un tanto lúgubre. Me gustaría caminar por esas noches donde ella era dos y los momentos en que tomaba té con su muñeca. Un mundo donde la muerte ya no es lo desconocido sino una compañera esperada y deseada. Una presencia constante. Transitaría cuartos donde ojos, rostros, miradas parecen invitar al asombro. Siento en el mundo de esta poeta, que me rodea la oscuridad, pero también la luz del alba que ilumina una rotura por donde entra el sol. El lugar donde vive su poesía me enriquece. Marosa di Giorgio. Cuando navego por el ambiente que crea siento una placentera frescura. Todo es verde y amarillo. Todo iluminado. La sensualidad sonríe. Me gustaría transformarme en una planta, un hongo, sentir que soy a la vez una hidra, una flor de lis, una azucena. Vivir en un mundo donde una gallina se puede casar sola, consigo misma. Esta poeta crea un lugar de exquisita fantasía donde predomina otra realidad que se impone, creada a su vez, dentro de la realidad. Allí soy libre. Jorge Luis Borges en su libro “El Aleph” escribe un relato titulado “La casa de Asterión”. En un monólogo (excepto la oración final) recrea el mundo del interior del Minotauro explayando sus pensamientos arrogantes, omnipotentes y altaneros, pudiendo entenderse la altivez de Asterión como el convencimiento de ser el más todopoderoso: un dios. El relato termina diciendo: “Lo creerás, Ariadna -dijo Teseo- el Minotauro apenas se defendió”. Me hubiera gustado estar dentro de este relato como un personaje del cual sólo apareciera su voz, como una conciencia protectora que le hiciera reflexionar por cada expresión narcisista; que ese personaje hubiera podido enseñarle un poco de humildad para que comprendiera que era vulnerable. Esto podría haberlo ayudado a salvar su vida, defendiéndose.
19: SUSANA SLEDNEW

La vez que leí “El libro del desasosiego” y cada vez que volví a fragmentos, he pensado quién es quién cuando se firma con un heterónimo, cuánto de la voz de su autor, Fernando Pessoa, hubo durante la escritura y la gestación de la obra. Me dice la información a la que accedo a través de notas que “era un hombre de su época, interesado en el ocultismo, la política y la literatura vanguardista (…) que su vida fue marcada por la soledad y el deseo de trascendencia”. Leo también: era un “soñador que razona” (…) un “místico descreído”; “un monstruo de imposibilidades anclado en la realidad” (...) “su voz era opaca y temblorosa, como la de las criaturas que no esperan nada, porque es perfectamente inútil esperar”. ¿Quién lo era? ¿Cuál o cuáles de todas las facetas y visiones del mundo que emergen en esta obra pertenecen en realidad a Fernando Pessoa? Me hubiera gustado protagonizar intervenciones en algunos fragmentos de ese Libro, mi propia voz en diálogo, para divagar -con él o con Bernardo Soares acerca de él- sobre distancias y cercanías entre lo que dice su alter ego y lo que hubiera dicho el real Fernando Pessoa, fuera de esa ficción que en un punto crean los textos poéticos, pero sobre todo los firmados así. Me hubiera interesado ser una voz que se hiciera presente desde el presente. Transcurrir ahí, en ciertos pasajes, como una figura que le discutiera desde una mirada espontánea, sin dobleces filosóficos o conceptuales estudiados, sino desde la vida misma, desde su celebración y su inquietud. Y que el propio Pessoa acudiera a darme respuesta o a seguir el diálogo. Que él manifestara sus propias observaciones ante la insistencia melancólica, frente a la introspección de los planteos, junto a sus divagaciones en escenas cotidianas, de cara a la filosofía de vida que se va colando en los textos. Porque este Libro es uno de los que con más intensidad me ha hecho pensar, divagar, mirarme, mirar alrededor, apreciar actos y sucesos cotidianos. Si bien, se dice que “El libro del desasosiego” es la más ‘pessoana’ de todas sus obras, es a la vez -de entre quienes he leído con tanta ganancia hacia lo esencial de la condición humana-, el autor que menos ha saciado mi curiosidad sobre su propia voz por el peso que le agrega el heterónimo: figura que supone un ser distinto al de su personalidad original. Esta ‘nueva obra intervenida’ me propondría una manera diferente de perderme y de encontrarme.
20: VIRGINIA CARAMÉS

Me pongo a pensar y encuentro que no quisiera estar en la mayoría de las novelas de mis autores preferidos. Si anduviera por Córdoba, me cuidaría de que mi visita fuera lejos de la nostalgia del almacén de “Los adioses” de Onetti. ¿Visitar a los Compson de Faulkner? ¡No! Pasar por lo de Mme Arnoux, la de la “Educación sentimental”, tampoco. No entraría en los mundos terribles de Günter Grass ni de Sebald. Tal vez, me daría una vuelta por el “Glosa” de Saer, pero en el asado al que no asistieron Leto ni el Matemático. Y si bien pasaría a tomar un Martini por lo de los Farquanson, me retiraría temprano ya que Cheever me advirtió que todo se irá poniendo espeso. No me enredaría en los galimatías de Olga y K porque no quiero ir a “El castillo”, a mí me gusta acá. (*) En fin, bien me cuidaría de que entre todos ellos y yo mediara la página encuadernada. Me sentaría a conversar con Flaubert, que me cuente cómo vinculó a los sobrevivientes del naufragio del Medusa con el sitio de Cartago para “Salambó”. Me tomaría un vermouth con Leónidas Lamborghini en una mesa en la vereda con un triolet de papas fritas, palitos y maníes y, en plan de simpatías, lo invitaríamos a Aristófanes para que haga gala de sus ocurrencias. Paso de Borges y Bioy Casares, ya quedaron en el registro exhaustivo del diario de ABC. Quisiera verlo a Montale lidiar con los girasoles, a Eliot medir el tiempo en cucharitas de café, iría con Szymborska al teatro, con Marco Denevi a un concierto, con Manuel Puig iría al cine o bien le pediría a Molina (**) que me cuente una película (sería un Molina libre, sonriente y en una plaza). Con Marosa di Giorgio iría al jardín –o mejor con Emily-. (***) Me sentaría al atardecer, en la isla, con Leopoldo Lugones, pero con un Lugones cercano, con el Lugones de Aira. Y sobre todo le prestaría oreja a Proust cuando me contara a propósito de Bergotte: “Tenía que resignarme a la idea de que incluso los seres que fueron más caros al escritor no han hecho, al fin de cuentas, sino posar para él como para un pintor.” (*) Paráfrasis de un verso del poema del poeta dadaísta argentino Federico Manuel Peralta Ramos: “No quiero ir a la luna, a mí me gusta acá…”
(**) Molina: personaje de la novela de Manuel Puig “El beso de la mujer araña”.
(***) Emily Dickinson.
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